Secuencia del Cuento de la escritora dominico-americana, quien ha merecido premios en este género.
Por Nancy Mejías (2-2)
—¡Es mi hija, es mi hija! — gritaba.
Lina abrazó a la niña sin saber lo que sucedía.
—¡La encontré, está aquí!
Entraron varias enfermeras, doctores y guardias. Lina no entendía lo que sucedía. Una de las enfermeras leyó el brazalete del hospital, luego compararon las huellas de la niña y se dieron cuenta de su error. Buscaron la mejor manera de explicárselo a Lina, pero ella miraba a la niña y solo veía la vida ante sus ojos.
Los médicos entraron en la tarde con dos guardias de seguridad. Lina sujetaba la niña, su esposo lloraba, ya conocía la verdad. Le explicaron de nuevo el error, le pidieron perdón, pero ella no admitía esta realidad. En un descuido, su esposo tomó la niña de entre sus brazos y se la pasó a una de las enfermeras. El hospital se inundó de su llanto.
Mis lágrimas sobre el documento me regresaron a la decadencia de mamá cuando yo tenía seis años, al tiempo que pasó sin pararse de su cama, al día en que quedó vacía. Yo tampoco comprendí su ausencia.
La próxima vez que estuve frente a la ventanilla, esperé que ella me viera. Alcé mi mano para saludarla, un leve movimiento de su cabeza me respondió. Cada vez que paso la veo de una manera distinta. Un día como la profesora que una vez fue, otro día como la esposa, a veces como la madre que no pudo ser.
Hice varios turnos de noche. Aprovechaba la hora del almuerzo para ir a leer el archivo. En cada visita encontraba datos nuevos de su vida. La depresión, las terapias, el intento de ser “normal”, el divorcio, y la cárcel.
En el ’72 ya vivía sola. Los problemas en la escuela donde trabajaba iban en aumento. Uno de sus alumnos tenía una hermanita de dos años. Durante la investigación se descubrió que Lina vigiló a la familia por un par de meses. Ella buscaba el momento oportuno, estudió los horarios de la familia, aprovechó el día en que la casa estaba vulnerable. Un martes por la mañana esperó que el esposo se fuera al trabajo. Antes que la puerta cerrara Lina entró al garaje, luego sacó a la hermanita dormida de su habitación.
Tuvo a la niña tres días en su casa. Después de escuchar la noticia, los vecinos alertaron a la policía, coincidió demasiado la aparición repentina de esta “sobrina” que lloraba todo el tiempo. Encontraron a Lina con el pecho desnudo, sentada en una mecedora, sonriendo, trataba de amamantar a la niña que tenía las manos y los pies amarrados.
Cada vez que pasaba por la ventanilla la saludaba, ya sentía que ella me podía reconocer. En ocasiones poníamos nuestras manos sobre el vidrio, una de cada lado. Su calor me atravesaba. No nos permitían limpiar las habitaciones con pacientes dentro, pero sabía que Lina no me haría daño.
La primera vez que entré, ella le cantaba una canción de cuna a una de las muñecas. La tenía boca abajo sobre la cama. Le daba palmaditas en la espalda. Con un dedo sobre los labios me pidió que no hiciera ruido. Estaba vestida con una bata fina, la trenza le llegaba al suelo.
—Hasta luego, Lina. — le dije cuando terminé.
—Regresa de nuevo. — me dijo sin levantar la vista.
Durante otro turno de madrugada encontré una hoja firmada por varias personas del equipo médico. Cuando Lina se incorporó en la sala común con los demás pacientes, ella intentaba peinar, alimentar y vestirlos. Ellos se volvían inquietos. Los sedantes no la ayudaron. Después de varios episodios violentos, la aislaron.
Hice varias visitas al cuarto de Lina. Para barrer, buscar la bandeja del desayuno o limpiar la ventana. Me sorprendió el día que ofreció peinarme. Me pidió que me sentara en la cama, pasaba sus manos sobre mi cabello rubio mientras me peinaba con un cepillo ancho de hebras blancas. Tomó un poco de mi cabello y lo prensó con unas de sus horquillas. Sus manos acariciaron mi cara. El perfume de mamá regresó.
Doreen me había vigilado en varias ocasiones. Reportó que veía cosas extrañas frente al cuarto de Lina. Me mandó a buscar el psiquiatra de cabecera del San Martín. Dice que tengo problemas, asuntos por resolver. Me pregunta sobre mamá, sobre papá. Luego me pide que espere sentada en el salón con los demás, que nos volvemos a ver la semana próxima. Me escoltan hacia afuera, dice el doctor que es para que no me pierda. Los guardias vienen y van, cada vez más largo sus pasos.
La última vez que vi a Lina me esperó con la bata sin sostén y la mitad del pastel que le sirvieron la noche anterior. Me vi en sus ojos, ella se miraba en los míos.
—Para ti, mi niña. — me dijo.
—Ven, siéntate aquí. — señaló la mecedora.
Tomó una servilleta, la puso sobre mis piernas y me dio de comer con una cuchara.
—Ahí va el avioncito.
Crucé mis brazos y mis piernas. Con las manos temblorosas acercó el pastel. Abrió la boca pidiendo que la imitara, abrí la mía. Sentí la cuchara fría sobre mi labio inferior, ella hizo un sonido de satisfacción al deslizar el pedazo de pastel sobre mi lengua, dulce y jugoso como los que hacía mamá.
—Está bueno, ¿no? — me preguntó.
Breve Biografía de Nancy Mejías
Nace en la República Dominicana. Radica en los Estados Unidos- Es Escritora, fotógrafa y psicóloga. Realizó sus estudios iniciales en Nueva York y los superiores en La República Dominicana. Autora de cuentos de ficción en inglés y español. Participa del taller de escritura de Hernán Vera en Miami desde el 2017. Varios de sus aforismos fueron incluidos en la agenda Para Trillar Caminos (Nueva York, 2017).
En el 2019 fue semifinalista del concurso de cuentos Cuentomania con D.E.P y en el 2020 con Luzmary Unisex. Sus cuentos La Mosca, Caída Libre y Náufragos fueron publicados en Inficciones (Miami, 2020). Luzmary Unisex fue publicado en la anotlogía “Vacaciones sin hotel” (Miami, 2021)