Los gobiernos toman, o se ven obligados a tomar según sus coaliciones internacionales, una serie de medidas para utilizar una energía que no contamine, pero que nos permita disfrutar de las comodidades a las que estamos acostumbrados.
Washington, Diana Negre*
En Estados Unidos, como en muchos otros países desarrollados, estamos en una “etapa verde¨, en que exigimos un aire limpio para estar más sanos y no perjudicar el futuro del planeta o de nuestra especie.
Desde los automóviles eléctricos a sistemas de calefacción que generan pocos residuos contaminantes, a redes de transporte público para reducir el uso de coches privados, o la proliferación de “canales bici”, nuestras ciudades y nuestras industrias viven una gran transformación en aras de proteger el planeta.
El problema es que los ciudadanos del Primer Mundo han de decidir hasta dónde están dispuestos a llegar en los cambios de su modo de vida y, todavía más, cuáles serán los medios para obtener y utilizar una energía no contaminante.
Porque este tipo de energía no es exclusivamente producto de nuevas tecnologías o de una disposición de sus habitantes a colaborar, sino que se logra gracias a materiales como el litio, el cobalto o el níquel, necesarios para fabricar baterías de nueva generación.
Para obtenerlos, es necesario por ahora una minería tan contaminante como la del petróleo, con la diferencia de que esta contaminación no se da en nuestros países limpios y bien mantenidos, sino en el lugar de extracción, generalmente en el Tercer Mundo, y gracias al trabajo habitualmente mal pagado de sus obreros.
Un ejemplo se puede ver en el Congo, donde hay grandes reservas de cobalto, necesario para el funcionamiento de aparatos que ahora son de uso diario en nuestro mundo rico, a causa del amplio uso de baterías de litio.
La extracción de cobalto en el Congo pasó de 20 kilotones anuales a final del siglo pasado, a 60 en el nuestro. Y esto ocurrió antes de la demanda masiva para alimentar los nuevos automóviles eléctricos “no contaminantes”: el consumo anual es ahora de 140 kilotones y se proyecta que supere los 200.
Los automóviles que funcionarán en nuestras calles y carreteras ya no contribuirán a dañar nuestro medio ambiente, especialmente si aplicamos más medidas restrictivas como las que están estudiando aquí los ecologistas: usar la bicicleta, no permitir viajes individuales en coche, incluso hablan ahora de eliminar las cocinas de gas.
Pero la contaminación la habremos trasladado al Tercer Mundo y no solamente es eso una versión siglo XXI de colonialismo, sino que el planeta lo compartimos todos y la contaminación será global, para ricos y pobres, para los países asiáticos superpoblados o para los mineros de zonas pobres en África.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.