En cualquier caso, lo que más destaca en estas elecciones es su anomalía: tanto por la influencia de un expresidente polémico como Donald Trump, que ha perjudicado a su partido promoviendo a candidatos que le son fieles personalmente pero que no satisfacen al electorado.
Washington, Diana Negre*
Días después de las elecciones parciales norteamericanas, los 350 millones de habitantes del país todavía no saben quién los va a gobernar, pero el gran derrotado es ya, al margen de cuál sea el resultado final, el Partido Republicano.
Esta derrota se debe en parte a las expectativas malogradas, pues tanto izquierdas como derechas daban por sentado que los republicanos arrollarían en la cámara baja es decir, en la Cámara de Representantes donde todavía parece que podrán ganar el control, pero será por un número mínimo de escaños. Es incluso posible que una vez esté todo contado, sean los demócratas quienes mantengan la mayoría.
La situación no es mejor en la cámara alta, pues en el Senado, donde ambos partidos estaban igualados con 50 votos cada uno, los republicanos tan solo tienen garantizados 49 escaños, igual que los demócratas. Y aún faltan los resultados de 4 estados: Georgia, donde ningún candidato ha logrado superar el 50% y ha tenido que convocar nuevas elecciones, así como Nevada
Aún en el mejor de los casos para los republicanos, el máximo de escaños que pueden obtener serían 51 frente a 49 demócratas, pero la probabilidad es que vuelvan a la situación anterior de 50-50, o incluso queden en minoría.
En la práctica, a los republicanos les basta controlar una de las dos cámaras para poner trabas al presidente Biden y paralizar al Congreso, pues ninguna ley puede ser aprobada sin el apoyo de ambas cámaras, que parece excluido para casi todo.
Pero esto pone a los republicanos en una situación difícil para las elecciones que más les importan y que serán dentro de dos años, cuando el país elegirá, no solamente a sus legisladores sino también a su presidente: dos años de parálisis de gobierno perjudican a ambos partidos y, a la hora de pasar cuentas electorales, el mayor castigo es para el partido en el poder.
En cualquier caso, lo que más destaca en estas elecciones es su anomalía: tanto por la influencia de un expresidente polémico como Donald Trump, que ha perjudicado a su partido promoviendo a candidatos que le son fieles personalmente pero que no satisfacen al electorado, como porque el descontento popular ante la economía no se ha reflejado en los votos. La población parece reflejar más bien su opinión en cuanto a los candidatos.
La guinda de este desafortunado pastel es el fiasco del recuento de votos: Es probable que las cifras definitivas no se sepan hasta bien entrada esta próxima semana, es decir, siete días después de los comicios.
Por otra parte, los lugares rezagados son pequeños, como Arizona o Nevada con un total de poco más de 10 millones de habitantes, pero su influencia es desproporcionada. Basta compararlos a un estado grande como Florida, que pudo contar sus votos en pocas horas mientras que Texas, todavía mayor, tiene ya resultados definitivos.
Una consecuencia del fracaso en los recuentos es dar todavía más municiones a quienes rechazan las elecciones de 2020, en que Donald Trump salió perdedor: hay millones de norteamericanos que cuestionan los resultados o que dudan de que sean válidos y la incapacidad para contar los votos y administrar las urnas, en que repentinamente aparecen o se desvanecen cientos de miles de votos, les refuerzan en su convencimiento de que el país está gobernado por usurpadores – y que no pueden tener confianza en la administración pública.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.