El problema de fondo más que de forma es la conducta ética individual en el desempeño público y privado, y la aplicación de la Justicia a los infractores de la confianza en aquellos que administran la cosa pública.
Por Jesús Rojas
La administración del presidente Luis Abinader parece signada a ser perseguida por los ruidos intermitentes que al parecer distraen las ejecutorias que se realizan por el bien común. Y es que soportar cuatro años de ruidos para un gobierno que se empeña en hacer camino al andar y cumplir sus promesas, no es cáscara de coco en las ligas mayores de la política nacional.
El más reciente, esta semana, ha sido el intercambio inicial entre la directora de Ética Gubernamental, Milagros Ortiz Bosch, y el dirigente del PRM y expresidente del Senado de la República, Ramón Alburquerque, sobre los supuestos vínculos contractuales entre el ministro de la Presidencia, Lisandro Macarrulla y el exprocurador general, Jean Alain Rodríguez, preso por alegada corrupción.
Quienes siguen de cerca el acontecer político nacional no salen de una sorpresa para caer en la siguiente, en particular cuando se trata de asuntos que conciernen al interés público. Todo esto en medio de un Gobierno que propugna el cambio y tiene como insignia el combate frontal a la corrupción de los propios y los ajenos.
En primer lugar, el ministro de la Presidencia en el eje de la controversia no ha sido ni es objeto de pesquisa o investigación alguna por parte de las autoridades competentes. Y es que algunos medios en las redes se han erigido en “tribunales populares” o “Inquisición mediática” para manchar honras y reputaciones sin pudor alguno con la primera bola que corre.
Y en segundo lugar, quién resulta perjudicado con todo el embrollo reciente es el programa de Gobierno del presidente Luis Abinader. En particular, porque salen beneficiados los opositores peledeístas que se rasgan las vestiduras para señalar con el dedo y afirmar: “Ven, que nosotros no éramos tan malos.”
El problema no es de forma, sino de fondo. Alburquerque quiere que la Justicia sea pareja para todos, al menos eso parece. Doña Milagros coincide con él, por lo que trató el asunto con antelación con Lisandro Macarulla, pero al parecer no se pusieron de acuerdo sobre cómo ventilarlo en privado.
Al ser expuesto en la opinión pública, los diques no pueden contener las aguas y ya el ministro aludido habla de intereses políticos detrás de una “campaña de difamación e injuria contra él y su familia”, para hacerle daño al Gobierno del Partido Revolucionario Moderno. La respuesta no da en el meollo del asunto de inmediato porque quedan algunas aristas inconclusas, según algunos.
Para nadie es un secreto que los partidos políticos son una suma de intereses contrapuestos. Como los enamorados, una vez van al campo con amor; pero al final, puede más el beneficio del interés que la razón de estar juntos para un proyecto común, porque los intereses y el egoísmo ciegan y cierran todos los caminos al éxito.
El problema de fondo más que de forma es la conducta ética individual en el desempeño público y privado, y la aplicación de la Justicia a los infractores de la confianza en aquellos que administran la cosa pública. Los que se benefician del Estado en ley y los forajidos que se aprovechan del dinero público de manera ilegal.
Resulta saludable que todo asomo de corrupción sea detenido en su momento y no después de cometida la inmundicia. Y sobre todo, que prevalezca la justicia, no el ajuste de cuentas, y prime el balance de poderes por el bien de la salud democrática del país. Algo difícil y complicado en un Estado y en un pueblo acostumbrado a andar torcidos con toda normalidad.
Por último, y con respecto al reciente capítulo de ruidos en el gobierno del presidente Luis Abinader, el incidente se refleja como en la sátira-composición de la cantautora y bailaora española Lola Flores, en voz de la inolvidable Celia Cruz, al explicar la burundanga del momento: ¿Por qué fue que Songo le dio a Borondongo?
“Songo le dio a Borondongo / Borondongo le dio a Bernabé / Bernabé le pegó a Muchilanga / Le echó burundanga / Les hinchan los pies, Monina…”