El presidente Biden ha enfrentado presión de sectores centroizquierdistas a fin de proporcionar un alivio más amplio a los prestatarios más afectados, mientras los moderados y republicanos cuestionan la justicia de cualquier condonación generalizada. (Foto: Cortesía de la Voz de América).

Para el Partido Demócrata y el presidente Biden esta situación puede representar un problema, pues las élites que los jalean cuentan con pocos votos en las urnas.

Washington, Diana Negre*

Que Estados Unidos, el país más rico del mundo, tenga una política económica propia de ricos no es sorprendente, pero más inesperado es que su Partido Demócrata, el más progresista de los dos que se alternan en el poder, promueva una política económica y social favorecida por los grupos más pudientes.

Al margen de lo que puedan pensar los millones de personas sin grandes ingresos y que quieren un partido que se preocupe por sus intereses, los líderes del Partido Demócrata comulgan con las ideas de las élites económicas del país.

Un ejemplo es la política energética: quienes ganan por debajo de cien mil dólares anuales, creen que las medidas o propuestas del actual presidente demócrata Joe Biden son peor que la de su predecesor Donald Trump.  En cambio, entre los que tienen ingresos mucho más elevados, la aprobación por Biden crece: quienes se hallan en la franja de cien a doscientos mil, reparten sus opiniones mitad a mitad en favor de Biden o de Trump y los que ganan más de doscientos mil, favorecen a Biden por un margen del 12%.

Menos sorprendente es el apoyo de Biden entre los funcionarios, pues es tradicional que este bloque de población apoye políticas progresistas. Quienes están empleados en la empresa privada, hay quienes echan de menos la política económica de Trump.

Merece la pena resaltar la situación energética porque los problemas actuales derivan en parte de la guerra de Ucrania, si bien la inflación, superior al crecimiento de salarios, se disparó con la pandemia. También porque sus consecuencias afectan a todos de manera notoria, con fuertes subidas en el precio de la gasolina que encarece la vida a todos en este país de enormes distancias y escasa densidad de población, lo que no permite una red eficiente de transporte público.

Es un sentimiento compartido por todos, desde la mayoría blanca hasta los diversos grupos étnicos: todos piensan que el gobierno norteamericano debería aumentar la producción de energía, aunque a corto plazo signifique apoyarse más en el “fracking” para extraer gas y petróleo, un sistema que ha ido en aumento en las últimas dos décadas con excelentes rendimientos.

Gracias al fracking la producción energética norteamericanas creció muchísimo y Rusia vio en esta técnica una amenaza para sus exportaciones, hasta el punto de lanzar campañas de propaganda que lo presentaban como una gran amenaza al medio ambiente -aunque los rusos también emplean este sistema en su propio territorio.

El 74% de la población blanca, el 67% de diversas minorías y el 55% de los negros desea que aumente la producción de petróleo y gas.

Son las élites económicas y académicas las que se oponen y, en estos momentos, tienen una influencia importante en el Partido Demócrata y en la opinión del presidente Biden.

Es fácil de comprender el poco interés de estas élites por los precios de la energía: tienen suficiente dinero para comprar automóviles eléctricos que pueden valer más de cincuenta mil euros. Si no lo hacen, su presupuesto no queda desequilibrado por unos cientos de dólares mensuales en gasolina o consumo energético doméstico.

Para el Partido Demócrata y el presidente Biden esta situación puede representar un problema, pues las élites que los jalean cuentan con pocos votos en las urnas.  En el medio año largo hasta las próximas elecciones legislativas, un voto negativo podría acabar con las ambiciones ecologistas: en noviembre, los norteamericanos acuden a las urnas para reelegir a sus legisladores y los demócratas gozan de un margen tan mínimo que tienen un gran riesgo de perder el control de las dos cámaras.

No solamente el Congreso cambiaría de amos, sino también la Casa Blanca se vería afectada, pues las iniciativas presidenciales no tendrían eco en un Congreso controlado por la oposición.  En el caso de Biden, la dificultad sería todavía mayor pues le quedan ya escasas dotes retóricas y sería poco efectivo al dirigirse directamente a la población.

Está por ver quién sería el beneficiario de la debilidad de Biden y su Partido Demócrata dentro de dos años, cuando los norteamericanos elijan un nuevo presidente.  Los republicanos no han presentado aún a su candidato presidencial, quizá porque Donald Trump sigue copando el terreno a los demás republicanos como ocurrió hace 4 años. Entonces perdió las elecciones ante Joe Biden y, en el 2024, seguramente llevará un bagaje tan pesado que hará inviable su candidatura.

*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.