Conversaciones con la Diáspora (2-4)
Por Rodolfo R. Pou
En la escuela. Nalby Isabel Rodríguez Hernández, siempre fue buena estudiante y además le gustaba la escuela. Esa curiosidad aún traspasa el cristal de sus lentes cuando le conversas. Se ve esa energía de niña inquieta pero obediente. De chivirica pero inocente. Nalby se remueve los lentes y la voz se encoje.
Y comienza a responder mi pregunta de ¿cómo llegaron a Estados Unidos? Conozco entonces que no bien llegaba a una decena de años, cuando la penúltima en edad, del clan de cinco hijos que eran, ve a su mamá partir a Nueva York en busca de nuevos horizontes y oportunidades.
Su madre, aquella que terminará en ser la edecán de su familia, simula la historia de todo aquel que además de ser visionario, también guardó el coraje necesario para venir a lo incierto. Su Mamá, parece haber tenido más sueños que las ruedas del camión de su marido. Pero como las cosas nunca son fáciles para el primero de los inmigrantes, como tampoco para las casas pobres que abandonan, la desdicha tenía los ojos puestos sobre la felicidad de ese núcleo.
Nalby y sus hermanos, con “Mami” en los Estados Unidos, se encuentran con la realidad de que lo que fueron años felices, están a punto de terminar. En un instante serían huérfanos antes de ser adultos. Su padre fallece de un infarto inesperado, a pocos meses de su madre haber partido para Nueva York.
Me cuenta, “Mami regresó para el entierro.” Me cuenta sin decirme, que su madre estaba abrumada. Que no podían pedirle que se sacrificara más. Ya se había sometido al mayor de los sacrificios, el de dejar a sus hijos. Ahora tenía que decidir si dejarlos solos. La Mamá que Nalby considera la persona de mayor sabiduría, fijó su vida alrededor del porvenir incierto y evitó el pasado querido, que aun su corazón guardaba. “Y así como vino, tuvo que irse. Quedamos solos. Criándonos entre nosotros”, me dice.
Su hermana mayor, la de 18, tendría que crecer antes de tiempo. Todos tuvieron que madurar antes de lo esperado. “Aunque tío Román nos daba la vuelta, e incluso vino a vivir un tiempo con nosotros cinco, además de asumir la figura paterna que habíamos perdido, en fin, durante cinco años, estuvimos solos.” Lloraban juntos. Se cuidaban juntos. Realmente una escena difícil. Y es que cuando se es pobre, y más cuando no sabes que lo eres, no puedes pedirle al porvenir que se ajuste a tu realidad, tienes tú que ajustarte a ella.
La escuela se vio afectada, la desorientación asumió su mandato y los niños huérfanos de Papá y Mami ausente, en busca de porvenir, los críos que antes sonreían hoy eran esclavos del tiempo, que en soledad e incertidumbre a veces pasa lento y a veces no pasa.
Me cuenta Nalby, que esos veranos sin su Mamá en casa, fueron eternos. Y un día, como el que no espera sol en la mañana, tres de los hermanos se verían camino a New York. Los permisos de viaje finalmente habían llegado. Su Mami, con trabajos en factoría y de ‘housekeeper’, guardaba el orgullo del sueño americano en una mano, y el destino de sus hijos en la otra. Lo importante ya no eran los planes que le habían traído. Lo importante ahora, era traer a sus muchachos.
Asentados en la gran manzana, cada uno asume su sueño como mejor pueden. Pero la niña despierta y aplicada en la escuela, comienza a tener dificultad con el idioma y el estigma que existe para con aquellos que no lo hablan.
Ser adolescente, tampoco facilitaba las cosas. Aun sin su Papi, la isla le era más segura que este nuevo mundo en el que vivía. Cada vez más, los deseos de Nalby de regresar al Abanico de Herrera, superaban las promesas de las luces de Time Square y los sacrificios de su eterna confidente mamá……Continuará……