En el artículo de esta fecha, el arquitecto Rodolfo R. Pou, hace un interesante análisis sobre el tema y en relación a la Diáspora.

Por Rodolfo R. Pou*

¿Qué tan difícil resultaría, que desde la diáspora que habita en el atlas de lugares injuriados, se ambicionara una reflexión auténtica sobre la Nación dominicana para este nuevo año 2021? -Considerando que aún nos encontramos en el marco de una pandemia que no logramos superar.

Aleccionar una declaración de inicio de año con una interrogación, pareciera ceder un hito referencial ideal. Pues muy a menudo tenemos que recorrer un tosco y turbio trecho de hiatos y aerófonos de lengüetas libres, para con mucha presión y precisión, lograr encontrar un fuelle armónico. Pero bajo la realidad actual, una pregunta como la señalada en el arranque de este escrito, contrapuesta con la escena global de incertidumbre que tenemos de frente, no hay peor acto sobre el cual la partitura social en la que estamos pueda guardar alguna melodía que no resulte afónica.

Entonces, ¿cómo ha de encontrar un hálito que pueda presentarse más allá del actual aire de esperanza política, objetada por la fluctuación que guarda el país dominicano en lo concerniente a su porvenir judicial, económico, cultural, social y de salubridad? Ceder una respuesta a ello, requiere que todos recurramos libres de prejuicios a la evaporación de nuestro pasado, única fuente donde podremos escudriñar una lección. ¿Y cómo?, te preguntarás. Pues forjándolo un tanto diferente a como lo hemos hecho siempre. Como pueblo, persistentemente hemos superado las adversidades con resiliencia, mirando hacia delante, en unísono y con la frente en alto. Con periódicas revivencias del pasado cercano y re-identificando las virtudes y valores que siempre nos han definido. Aquellos impuestos por los ideales trinitarios y restauradores, que siglos más tarde requirieron de los ‘héroes de junio’ y las valerosas hermanas para reafirmarlo. Absolutos que hoy, muchos alegan ya no existen. O que, cada vez son menos parte de la dominicanidad.

Entonces, para encontrar ese porvenir, hay que buscar al dorso del espejo. Allí, en ese pasado donde en el centro de la isla moraba la mayor concentración poblacional y desde donde se cosechaban riquezas naturales, agrícolas, industriales e intelectuales, que hacían del País, uno en constante desarrollo, de seguro estará la respuesta. Conceptualmente ahí, es que encontraremos un vaho que pueda ceder la expectación que traerá solución a la perplejidad que vive el dominicano. El Cibao de antes.

En aquel seno ideal y patrimonio del territorio, desde donde se expidieron los valores innatos que nos definieron como entes libres y revolucionarios, y donde aún se guarda la dominicanidad que siempre nos ha definido, es que hay que regresar. Allí, en lo que en un pasado no muy lejano fue el acopio sociopolítico y cultural de la Nación, donde el peso de la palabra, el sacrificio atado al sudor en la frente y la esperanza sembrada en la paciencia de una cosecha, aún habitan. En el mismo lugar donde exploradores desearon encontrar riquezas antiguas en nuevos mundos. Allí. A ese lugar que todos llevamos dentro, es que hay que retornar. A encontrar la dominicanidad de mañana. Porque cuando los ideales originales de la

Nación están en peligro de extinción, es a los conceptos que definieron y aún definen el Cibao, que hay que tornar.

Para enfrentar los desafíos de hoy, hay que salir en busca de un núcleo más refrescante. Similar a ese valle de valores entre montañas de patrimonios, pero que a su vez guarde definición propia. Uno que, por su apartamiento, haya sido capaz de no ser permeado por las excreciones que trae el progreso de un País. Hay que ir en busca de una especie de órgano que fuera extraído y conservado con esos afectos que solo un ausente puede retener. Y no insisto que, para ello, la gente tendrá que establecer paralelismos y entender que en tiempos de desesperación a veces es necesario crear sistemas más allá de nuestro entendimiento. Pero si insto que sea allí, en ese pasado referencial de un Cibao que nunca le quedó mal a la Patria, que tenemos que buscar soluciones.

Con el concepto claro, ahora démosle un giro a la brújula que una vez fijó nuestros arrecifes como el Cipango de los exploradores, y en esta ocasión, en el vestíbulo del 2021, y naveguen en busca de las soluciones que el país requiere, como tantas veces han hecho en el pasado, recurriendo a la noción de lo que siempre fue su Cibao, su centro, su núcleo. Tal como hicieran también, los más importantes líderes nacionales, a lo largo de la historia dominicana, apelando siempre al Cibao como contraparte de sus propuestas políticas, sociales e industriales. Pero a cambio, esta vez háganlo hacia un nuevo lugar. Hacia aquel que mejor representa ese concepto del Cibao de ayer. Busquen las reparaciones que se requieren, en la diáspora de hoy. Aquella que nunca ha pedido nada a cambio. Aquella que por generaciones lo único que ha hecho es consignar, sin solicitar una representación acorde.

Reconociendo que los temas de envergadura deben siempre ser abordados con objetividad, es que le pido a la Nación y pueblo dominicano, que prevalezca sus carencias y anime sus ambiciones hacia la fuente de solución que representa la diáspora dominicana. Depositen su fe en aquellos que aún guardan los valores de la Patria, lo más cercano a su concepción original. En lo que bien pudiera ser ahora el seno de la Nación ampliada, de la nueva República Dominicana. Una plena de nuevas economías de inversión, capitalización, desarrollo e intelecto técnico y especializado. Y por qué no, hasta política.

Estrechen sus deseos y mano, sabiendo que los que nos fuimos o nos llevaron de República Dominicana, no lo hicimos para abandonarla. Ese sentimiento es errado. No partimos de la isla porque esta nos falló o porque fue incapaz de rendir las suficientes oportunidades deseadas. Lo hicimos por circunstancias particulares. Pero entendiendo que los caudales adquiridos de esa separación no serían personales, sino de ella también. De la Patria.

En cuanto a cifras se refiere, a pesar de que no pienso citar una sola, les aseguro que hoy los dominicanos en el exterior, en especial los que vivimos en Estados Unidos, representamos la más ideal e importante reserva intelectual disponible, para un país que quiere acrecentar socioeconómica y culturalmente más allá de su potencial inmediato. Y que, en lo democrático, el mismo poder electoral que nos otorga la Constitución, el cual eventualmente va a decidir, definir y determinar el rumbo que pensemos sea el correcto para la Nación Dominicana, está a

punto de ser más influyente que nunca, visto que, desde ya, superamos la población de cualquiera de las provincias del territorio dominicano.

Ahora, para consumar el pensamiento sobre el poder económico que representamos, ya es de conocimiento público que la estabilidad macroeconómica, la tasa cambiaria y el crecimiento del Producto Interno Bruto, han sido posibles, gracias a nuestros pasivos aportes. Y todo eso, a pesar de que aún no se han creado los mecanismos más allá de las remesas, para capitalizar los potenciales que otras naciones y experiencias ya han mostrado como posibles, mediante la activa y comprometida participación de la diáspora y sus amplios recursos, en el desarrollo intelectual, la inversión en infraestructura y la participación social y política, en sus naciones de origen.

Nosotros aquí, hemos evitado la corrupción de nuestros valores originales e impedido a su vez, su corrosión. Por ello no vacilo al señalar que es en la diáspora que existe la nueva gran reserva social, política y cultural de la Nación Dominicana. Es aquí donde la cotidianidad regida por un marco de igualdad, leyes y justicia funcional, aún le da valor al peso de la palabra y al sacrificio atado al sudor, tal como en el ideal Cibao donde exploradores también desearon encontrar antiguas riquezas en un mundo nuevo.

Y es por ello por lo que le pido al pueblo dominicano que, en lo adelante, hagan con la diáspora dominicana, lo mismo que una vez hicieron con los recursos del Cibao, al considerarlo para gestiones políticas, culturales y empresariales. Háganlo entendiendo que el patrimonio de Quisqueya no está sujeto a sus arrecifes. Que el hecho de que nosotros, los ausentes de la isla no estemos a diario en ella, en realidad, no nos sentimos excluidos de responsabilidad. Que estamos muy pendientes del día a día del país y de sus circunstancias. Y que justo ahora es cuando mejor momento percibimos, para conjuntamente con nuestros conciudadanos, poder asumir el compromiso de Nación que hemos soñado.

Entiendan que de este lado también hubo sacrificio. Que generaciones antes que la mía y las nuevas que a diario se forjan en las urbes de América, haciendo Patria en casa ajena, los anima a que busquen en ella, en la diáspora, en ‘los de fuera’, las respuestas de sus propuestas, penurias y apetencias. Porque en la participación y compromiso de la diáspora, encontrarán aquellos quienes celosamente guardan la esencia de lo mejor nuestro. Esos que justo en este momento han entendido que su lugar en la Patria es cada vez más definitivo. Cada vez más necesario. Cada vez más evidente. Pues, hoy la diáspora guarda en su seno, las virtudes, valores, recursos democráticos y monetarios, al igual que una gran fuente de riqueza intelectual, como reserva para la Nación Dominicana, y a su vez, las del nuevo Cibao.

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