A los vencedores de los últimos comicios no les basta con haber recuperado el poder y darle a la política del país nuevas metas y nuevo modales.
Washington, Diana Negre
Que la Humanidad sea proclive a la histeria, es archisabido y en el caso de Donald Trump se ha evidenciado una vez más. La crispación generada por su personalidad y el radicalismo de sus posturas (muchísimo más por sus aspavientos que por sus hechos) ha sido tal en los EE.UU. que ahora su pérdida del poder se celebra en el país como si fuera el éxito de una revolución.
Y aparte de que revoluciones auténticas, de las que cambian las reglas del juego y no meramente a los detentores del poder, ha habido muy pocas en la Historia, el fenómeno Trump significa en la vida estadounidense más una crisis social que un exabrupto político.
Porque es mucho más coherente explicar con la sociología que con la política que un personaje tan primario, casi grotesco, cómo él tuviera 74 millones de votos aún en sus horas más bajas – más bajas, porque en política no hay mayor debacle que el ser apeado del poder. Con Trump, con sus valores, ideas y maneras se ha identificado pasionalmente 20% de toda la población del país. Sobre todo – y esto es lo alarmante – se han identificado con el absolutismo ideológico: no existe más que una verdad y esta es la de ellos, la de Trump.
Si esto fuera realmente así (y todo induce a creer que sí), el actual problema social del país es sumamente grave… ¡Porque la inmensa mayoría no trumpista se ha enrocado en la misma intransigencia absoluta de los trumpista!
Dicho a la pata la llana: los dos bandos (sin contar a los neutrales y los reflexivos porque son una minoría ínfima) se han encaramado en el odio y la intransigencia. A los vencedores de los últimos comicios no les basta con haber recuperado el poder y darle a la política del país nuevas metas y nuevo modales. En estos momentos lo primordial parece ser la sed de venganza: aniquilar política, moral y económicamente al hombre que simboliza a los “otros”…y dejar a los “otros” fuera de juego y sumidos en el oprobio.
Lo estéril de semejante empeño es tan obvio que ni siquiera merece mentarlo. Pero espanta ver cómo una sociedad que se ha caracterizado a lo largo de su breve historia como nación por su realismo y pragmatismo, dedicada ante todo al presente y el futuro inmediato, está ahora a punto a caer en el gran vicio político del viejo mundo: obcecarse con el pasado e invertir esfuerzos y dineros en remover el agua pasada. Y ya se sabe que esto de vivir en el pasado es de amargados e impotentes, o de quienes van camino de serlo.