A partir de 1978, América dejó atrás a las dictaduras y democracias autoritarias y, excepto en Cuba, se impuso la democracia, incluso de Haití se marchó Jean Claude Duvalier en 1986, hace 35 años. La patria de Toussaint, sin embargo, empeoró.
Ángel Lockward*
Santo Domingo, RD
Todos los remedios se han intentado aplicar en Haití, ninguno ha funcionado y parece haber llegado el momento del cansancio -con el asesinato del presidente Jovenel Moïse- en que se declara en condición terminal este estado fallido que, siendo la nación más pura de América y habiendo construido ciertamente un país, no ha logrado ser una república viable. La revuelta de esclavos -exitosa- que de un día a otro, en la “noche de los cuchillos”, al asesinar a los 25 mil blancos y la mitad de los mulatos, convirtió en muy pobre la colonia más rica de Francia, destruyó paulatinamente el resto de las riquezas, la reforma agraria que minifundió el territorio, la tala indiscriminada que -a lo largo de 200 años- lo convirtió en un desierto, la construcción a través de la ley de un pueblo exclusivamente negro cerrándose a la inversión extranjera y la imposibilidad de construir una clase política, mínima, hasta la fecha, impidieron la construcción de un Estado viable.
A partir de 1978, América dejó atrás a las dictaduras y democracias autoritarias y, excepto en Cuba, se impuso la democracia, incluso de Haití se marchó Jean Claude Duvalier en 1986, hace 35 años. La patria de Toussaint, sin embargo, empeoró.
Ha sido cómodo echar la culpa a Francia y a las condiciones económicas que impuso Napoleón para aceptar su independencia, pero no es la razón de esa situación histórica. Más recientemente, en las últimas tres décadas, tampoco lo es la falta de ayuda internacional, porque Haití es el destino de la mayor cantidad de cooperación internacional de los últimos siete lustros en el continente.
Manuel Marín, comisario de la Unión Europea me decía, entusiasmado, en diciembre de 1994, que Estados Unidos disponía de 500 millones de dólares y la UE de una cantidad similar en euros para reconstruir Haití cuando retornara el depuesto presidente Jean Bertrain Aristide al poder, un hecho que el mundo logró en octubre de 1994. Todo siguió a peor.
En esa ocasión – particularmente grata porque en ese viaje obtuve la primera cuota de banano para el país y 17 millones de ecus para programas con Haití – el alto funcionario europeo no observó en mí el brillo que vio en los ojos de Carlos Morales, y me preguntó por qué no creía en ese plan.
• Porque en su interesante exposición no ha dicho cuántos helicópteros van a alquilar.
• ¿Para qué, ministro? Me respondió sorprendido.
• Pues, porque la única forma de repartir US$ 1,000 millones en una país sin instituciones –religiosas, sin asociaciones empresariales, profesionales, de obreros, universidades, bancos – es tirándolo desde el aire.
Visité Haití –embargado por la miseria desde 1804 y en ese momento por la OEA y la ONU– muchas veces tras la destitución del Presidente en 1991; conversé con Raoul Cedras, jefe del Ejército y con todos los políticos que actuaban en esa crisis: Había un solo problema político, Aristide.
Se perdieron los pocos empleos de zonas francas, se desabastecieron de alimentos básicos y medicinas y, apagados, no disponían de medicinas para los hospitales: La Gente moría en las calles, donde dormían en Puerto Príncipe, fruto de una actuación inhumana de la comunidad internacional –que juzgada sin conocimiento-. Pero no había caos.
En ese momento de desesperación, por razones humanitarias y de supervivencia política de nuestro país, el Dr. Joaquín Balaguer autorizó el transporte de combustibles para los hospitales, pero nunca permitió los campamentos que “sugerían” varias naciones y organismos.
Estados Unidos y Europa, a través de Naciones Unidas – desconociendo la realidad histórica – disolvieron el Ejército, única institución existente en ese país – reestablecieron en el poder a Aristide y, luego, al ganar éste un segundo mandato, por su giro a la izquierda, Estados Unidos le depuso y envió al exilio en África: El resto es historia, la ONU mantuvo la Minustah –en Puerto Príncipe- por años gastando miles de millones de dólares en su fracaso y, desde luego que no quiere volver. En ese periodo surgieron o se fortalecieron las bandas que hoy controlan Haití que vive esencialmente del turismo de catástrofe, de las ONG y su trabajo con la miseria, de la delincuencia fiscal, el secuestro y el desorden.
Concluido el período de Aristide, gana las elecciones Rene Preval a quien conocí en diciembre de 1995, e invite al país poco antes de asumir, fue el único período aceptablemente normal, desde entonces. Aristide no terminó su siguiente mandato (2001-2004) y quienes le sucedieron, incluida la segunda gestión de Preval –afectado por el terremoto del 2010– gobernaron sobre la base de una aguda inestabilidad política, sin jefes de gobierno estables o con un parlamento caduco hasta la fecha en que una banda, aparentemente sin vínculos políticos, pero para un fin político, comete el magnicidio –condenado por todo el mundo- asesinando a un mandatario a quien pocos han llorado en su país y a quien, durante todo su mandato le estuvieron pidiendo la renuncia.
A su muerte, sus adversarios le endilgaban que su mandato había terminado; el Primer Ministro que le sobrevive, había sido destituido y, el designado por el Presidente asesinado no fue ratificado por el Parlamento, órgano afectado de caducidad que ya había sido disuelto. En el orden sucesorio, como no hay vicepresidente, le reemplaza el Presidente de la Corte de Casación, fallecido recientemente: Sólo en Haití se ve eso.
Si ya es grave que Haití no tenga una clase política, sino a personas que actúan coyunturalmente peor es la excesiva fragmentación del sistema político que para designar al órgano de Gobierno, el Gabinete presidido por un Primer Ministro –que en promedio dura menos de un año– requiere de doce y a veces más partidos, dando lugar a actuaciones débiles y cortoplacistas sin posibilidad de continuidad: La historia ha demostrado que el régimen semi presidencial francés no tiene ninguna oportunidad de funcionar en Haití y, para eso convocó el asesinado presidente un referéndum para el 26 de septiembre de este año.
El sistema presidencial utilizado en toda América tiene más posibilidades, aunque el caso es de tal gravedad que tampoco funcionaría, excepto que una decisión de Naciones Unidas convenga en un protectorado de cuando menos 20 años para preparar dos generaciones de ciudadanos en Haití que sirvan de base inicial a la democracia con una Constitución más práctica. Entretanto, es correcta la disposición del Presidente Abinader de cerrar la frontera para evitar una oleada migratoria y por razones prácticas, autorizar el paso de combustibles y de alimentos… empero, una valla que permita marcar y proteger nuestro territorio, sigue siendo imprescindible.
*Economista, político y escritor. Artículo publicado en Enfoque, Listín Diario, 17 de julio, 2021.