La confusión y la desinformación acerca del Afganistán es tal en occidente, que mientras los EE.UU. atribuyeron – ¡y castigaron! – al Estado Islámico-Khorasan (EI-K) el doble atentado de Kabul de la última semana de agosto, un reciente informe de las Naciones Unidas dice que EI-K “…carece de fuerza suficiente para operar sistemáticamente en Kabul…”
Madrid, Valentí Popescu
Si la mejor definición política que se puede hacer del Afganistán es caos, la entidad más caótica, ecléctica, rabiosamente antioccidental e impredecible del terrorismo islámico-afgano es Haqqani.
La confusión y la desinformación acerca del Afganistán es tal en occidente, que mientras los EE.UU. atribuyeron – ¡y castigaron! – al Estado Islámico-Khorasan (EI-K) el doble atentado de Kabul de la última semana de agosto, un reciente informe de las Naciones Unidas dice que EI-K “…carece de fuerza suficiente para operar sistemáticamente en Kabul…”
Es imposible saber quién está equivocado, entre otras cosas, porque la realidad socio-política del país es un auténtico nudo gordiano. Las enemistades y alianzas son efímeras, diferentes en cada sitio, en cambio constante; y por si esto no bastara, se proclaman y desmienten constantemente, según convenga al protagonista del momento.
Así, una organización laxa y enormemente combativa – Haqqani (nombre derivado de su fundador, Yalaludin Haqqani, otrora íntimo amigo de Osama bin Ladín) – ha estado durante los últimos 20 años brujuleando entre todas las facciones radicales islamistas, pero coincidiendo siempre con ellas en la lucha armada contra los EE.UU. El único grupo al que este grupo se ha opuestos siempre ha sido el EI-K.
Y justamente es Haqqani la encargada por los talibán de la seguridad del área del aeropuerto de Kabul y de la evacuación de las fuerzas occidentales y sus colaboradores. Es posible que los terroristas suicidas del EI-K burlasen la vigilancia y la red de espionaje talibano-haqqani, pero es bastante más verosímil que se despistaran muy oportunamente para que los dos suicidas pudieran llevaran a cabo su misión.
Aún más probable, para no decir seguro, es que de los atentados y de los fallos del sistema de seguridad afgano estuviera al tanto el servicio secreto militar del Pakistán. La influencia de esta organización en la historia del Afganistán del siglo XX y XXI es abrumadora. Del Pakistán llegó al país la corriente del islamismo Deobandi (fundamentalismo sunní de raíces arcaicas) que domina la vida religiosa afgana, y del Pakistán llegó el entrenamiento, pertrechos y financiación de todos los grupos paramilitares afganos.
Eso lo sabe todo el mundo, empezando por el Pentágono y la CIA, pero la estrategia global de los EE.UU. en Asia Central tiene al Pakistán como aliado preferente. Y por lo visto en los últimos 20 años, la preferencia es de tal calibre que se pasa por alto lo mucho que ha contribuido el Pakistán a la debacle militar estadounidense en el Afganistán.
Aunque, seguramente, se habría perdido también sin esa intervención.