De eso podrían ocuparse los estudiosos de la sociedad o los psiquiatras para que nos revelen hasta dónde el afán de “ser viral” puede alcanzar niveles epidémicos en un país que necesita de ejemplos de laboriosidad, seriedad, humildad y compromiso con el bien común.
Por Miguel Franjul*
Ser “viral” se ha convertido, en estos tiempos, en la máxima expresión de la vanidad, especialmente entre los mediocres.
A la falta de auténticos méritos propios, el afán de ser “viral” propagando extravagancias, escándalos, insultos o hechos horrendos por las redes sociales, ha llevado a muchos a subirse a este trampolín para buscar la fama, aunque sea pasajera.
Se deleitan, al hacerlo, con la inmensa satisfacción de sentirse dueños del escenario en el mundo de la banalidad, donde cualquier episodio insignificante adquiere la categoría de relevante y se visibiliza entre millones de usuarios del internet.
Los sueños y metas aspiracionales se reducen a eso: a ser “viral” a cualquier costo, estar en la vitrina mundial de las redes y luego pavonearse como figuras famosas cuyos actos atrapan la atención universal.
Si el episodio que “viraliza”, logra lo que busca su promotor, entonces se corre el peligro de que miles de ciudadanos anónimos recurran a ese modelo para inflar sus egos y satisfacer sus sueños de grandiosidad, en lugar de procurar la superación personal por las vías más honestas y decentes.
Si el número de los “likes” o “vistas” del hecho viral se multiplica por millares, el ególatra se siente realizado y compensado por la inconmensurable “fama” que logró en poco tiempo, convirtiéndose en figura pública.
Este fenómeno puede tener muchas razones y múltiples explicaciones.
De eso podrían ocuparse los estudiosos de la sociedad o los psiquiatras para que nos revelen hasta dónde el afán de “ser viral” puede alcanzar niveles epidémicos en un país que necesita de ejemplos de laboriosidad, seriedad, humildad y compromiso con el bien común.
*Miguel Franjul es director del periódico Listín Diario, decano de la prensa nacional.