En los dos años transcurridos desde las últimas elecciones, en que Joe Biden ganó la presidencia y su partido obtuvo la mayoría en las dos cámaras del Congreso, el país ha sufrido una crisis económica que ha reducido la capacidad adquisitiva de casi todo el mundo mientras que las tensiones políticas y las desavenencias sociales no han hecho más que aumentar.
Washington, Diana Negre*
Contar puede referirse a números o a cuentos, es decir, a contar lo que uno tiene o quisiera, o a contar alguna historias. En la Casa Blanca de Biden, a la hora de escoger entre cuentos y cuentas, el presidente norteamericano Joe Biden prefieres los cuentos a los números.
Es porque, al mismo tiempo que sus propios funcionarios divulgaban las últimas -y para muchos miembros del Partido Demócrata, alarmantes cifras de la inflación más reciente, el primer mandatario las reducía a la cuarta parte y admitía que las cosas no van del todo bien, pero se hallan en buen camino.
Es evidente para cualquiera que vive en este país sabe que los precios no paran de subir y los datos oficiales confirman una inflación muy alta ha superado el 8%, aunque en artículos de primera necesidad todavía es mayor pues los productos alimenticios se encarecieron en un 13% y la energía en casi un 20%.
Como ocurre con frecuencia, los cambios perjudican más a quien menos se los pueden permitir, pues la gente con escasos recursos no puede renunciar a la casi totalidad de sus gastos, es decir la comida o el transporte que siempre resulta muy caro en este país de grandes distancias y escasos medios públicos para desplazarse a los lugares de trabajo.
A Biden, como a cualquier otro político, se le ha de comprender cuando se comporta de manera extraña en épocas electorales. Y este es precisamente su caso: no faltan más que tres semanas para las elecciones parciales en que se decide la composición de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, al margen de varios gobiernos estatales y cargos públicos diversos.
Para el Partido Demócrata puede ser un momento difícil, no sólo por el daño habitual que causa la erosión de poder, sino porque los comicios se celebran en momentos económicamente duros y en que la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes tiene un margen escaso y corre un gran riesgo de la mayoría.
En los dos años transcurridos desde las últimas elecciones, en que Joe Biden ganó la presidencia y su partido obtuvo la mayoría en las dos cámaras del Congreso, el país ha sufrido una crisis económica que ha reducido la capacidad adquisitiva de casi todo el mundo mientras que las tensiones políticas y las desavenencias sociales no han hecho más que aumentar.
Una prueba de la elevada inflación es que ya se han anunciado los incrementos de las pensiones, que serán de nada menos que del 8.7 % para los 70 millones de beneficiarios de la Seguridad Social.
No hay duda de que este incremento será recibido con satisfacción por los pensionistas, pero es una prueba de que las cuentas de Biden fallan por alguna parte cuando nos asegura que la inflación está en torno al 2%. Si semejantes declaraciones tienen el probable objetivo electoral que tantos imaginan, cabe también preguntare si conseguirán su objetivo y convencerán a mucha gente.
Lo cierto es que para Biden, si bien no forma parte de los próximos comicios, está mucho en juego: si su partido pierde la mayoría, tendrá las manos atadas en los dos años que le quedan en la Casa Blanca. Esto ocurriría incluso si tan solo pierde la Cámara de Representantes, pues ninguna ley avanza si no la aceptan y armonizan las dos cámaras.
Naturalmente, sería todavía más grave si los demócratas también pierden el Senado, aunque en la Cámara alta, las perspectivas del partido presidencial son mejores. En parte porque el número de escaños en litigio les es más favorable: hoy en día, ambos partidos se los reparten al 50%, pero en liza están más escaños republicanos que demócratas, de forma que los demócratas podrían esperar beneficiarse de vacantes y del proceso electoral.
Las perspectivas eran más favorables a los demócratas hace pocas semanas, pero las encuestas van indicando una tendencia cada vez más favorable hacia los republicanos, que conciben ahora ciertas esperanzas de que las dificultades económicas inclinen la balanza en su favor.
De ser así, los republicanos controlarían en su totalidad el proceso legislativo y tan solo verían frenadas sus ambiciones en los casos en que el presidente pueda vetar sus leyes, algo que ocurre raramente pues en la práctica hay muchas cortapisas para que la rama ejecutiva anule las decisiones parlamentarias.
En estas condiciones, el presidente Biden vería su cargo reducido casi a una función decorativa y su partido correría el riesgo de ajustes de cuentas en el Congreso, donde el poder e investigar estaría en el partido que hasta ahora ha sido investigado. Sobre todo, los republicanos tendrían el poder el anular algunas acciones de los últimos dos años y preparar el terreno para un presidente de su propio partido.
Quizá sean estas perspectivas las que impulsan a Biden a apretar todos los resortes a su disposición, aunque ni correspondan a la realidad ni le sean útiles, a él o a su partido, a la hora de cosechar votos.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.