Es posible que ambos partidos, el uno contra Biden y el otro contra Trump, exageren en sus condenas al candidato rival, pero está claro que la política electoral norteamericana ha abierto un frente nuevo para hacer campaña
Washington, Diana Negre*
Desde principios de este siglo, las elecciones generales norteamericanas han pasado casi siempre, en mayor o menor manera, por algún tribunal electoral: en 2001, fue el Supremo quien tuvo la última palabra para convertir en presidente a George Bush hijo, a pesar de las reclamaciones de su rival Al Gore, quien había obtenido más votos. En las elecciones de 2016, que llevaron a Donald Trump a la presidencia, así como en las de 2020 que lo alejaron de la Casa Blanca, muchos recuentos acabaron en los tribunales.
Pero en la campaña que se avecina, para los comicios del año próximo, el panorama es diferente -y novedoso: ambos partidos tratan de obtener ventajas electorales en los tribunales y los dos hacen lo mismo: encausar a su rival más probable para que pierda atractivo ante los votantes -o incluso para que no pueda hacer campaña si consiguen meterlo en la cárcel.
Estas acciones empezaron con las denuncias contra el expresidente Trump por todos los motivos posibles. Ya ha tenido ya que responder dos veces ante el juez y posiblemente habrá de defenderse en todavía más acusaciones. De momento, se le declaró culpable de acoso sexual, atendiendo a la denuncia de una dama quien le acusaba de haberle ofrecido atenciones no deseadas hace varias décadas, pero de mucha más envergadura es el cargo por retención de documentos secretos
Este es un proceso penal y sin precedentes. Ningún expresidente ha tenido que ir a los tribunales como acusado en la historia del país, pero esto es algo que prometieron hacer sus rivales del Partido Demócrata desde el día en que llegó a la Casa Blanca. No lo consiguieron durante su mandato, pero ahora tienen muchas más posibilidades pues controlan la rama ejecutiva del gobierno.
Peor para Trump es que el ministro de Justicia, Merrick Garland, podría estar resabiado contra el Partido Republicano que le impidió convertirse en magistrado del tribunal Supremo: Cuando el entonces presidente demócrata Barak Obama lo nombró, estaba al final de su mandato y a a punto de empezar el proceso electoral. Los republicanos, que tenían mayoría en el Senado, se negaron a considerar su nombramiento en víspera de elecciones que, al ganarlas un presidente republicano y mantener los republicanos la mayoría en el Senado, sesgó el sueño de Garland.
Pero los republicanos tampoco se andan con chinitas y se preparan ya para juzgar, no ya a un expresidente como Trump, sino a uno en funciones como Biden. Y no por lo que ha hecho en los dos años y medio que lleva en la Casa Blanca, sino por lo que tal vez hizo antes de llegar y que fue ejercer su influencia como vicepresidente para chantajear y enriquecerse.
El problema de Biden es, además de su evidente senilidad, un hijo drogata, Beau Biden, quien deja todo tipo de pistas y se mete en embrollos constantes, seguramente a causa de los vapores inhalados o inyectados. Para darse una idea del efecto que la droga ha tenido en su cerebro, el vástago del presidente dejó abandonado un ordenador con todos los datos de sus negocios sucios alrededor del mundo en una tienda que se lo había de reparar. De allí han salido jugosas informaciones que hacen las delicias de la escasa prensa conservadora del país.
A pesar de las horas que pasaba inconsciente, Beau Biden tuvo lucidez suficiente para amasar una pequeña fortuna utilizando el nombre de su padre y cobró por lo menos 5 millones de dólares de comisiones por tráfico de influencias, algo que sería menos grave que el pecado capital de no haber pagado impuestos durante varios años y que le ha valido una sentencia con libertad condicional.
Ahora, los republicanos aseguran que tienen pruebas de que el actual presidente estaba confabulado con su hijo en estas operaciones y piden acciones legales.
Es posible que ambos partidos, el uno contra Biden y el otro contra Trump, exageren en sus condenas al candidato rival, pero está claro que la política electoral norteamericana ha abierto un frente nuevo para hacer campaña: Al rival, no se le critica sólo por incompetencia y se le presupone incapaz de regir los destinos de país, sino que se le trata de delincuente.
Seguramente olvidan que las leyes norteamericanas, que ponen una serie de condiciones para la candidatura presidencial (ser ciudadano de nacimiento, tener más de 35 años y haber residido por 14 años dentro de Estados Unidos) no cierra el camino a los reclusos. Imagínense ustedes si tanto Biden como Trump acaban entre rejas antes de poder ganar o perder las elecciones presidenciales.
O más rocambolesco aún: el ganador, investido en su celda penitenciaria, utiliza sus prerrogativas presidenciales…. para perdonarse a sí mismo.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.