En teoría, las elecciones primarias representan una criba de la que sale ganador el mejor candidato, que tiene más posibilidades electorales, pero tal selección casi nunca ocurre cuando el presidente puede presentarse a reelección, algo que hacen prácticamente todos.

El desacuerdo quedó a la vista de todos en la primera sesión de este año en la cámara de Representantes, donde los republicanos tienen ahora la mayoría: el candidato del partido tuvo que luchar varios días hasta conseguir los votos suficientes para ser nombrado presidente de la Cámara.

Washington, Diana Negre*

El congreso de Estados Unido inaugura este mes de enero una nueva legislatura de dos años con una nueva orientación política, pero los primeros debates y votaciones no auguran ni grandes resultados ni nada bueno para la nueva mayoría republicana.

Porque el Partido Republicano, que lleva dos años en minoría legislativa y ejecutiva, es decir, sin tener la presidencia ni ninguna de las dos cámaras del Congreso, recuperó al menos una. Para ello prometió cambios, pero de momento tan solo parece capaz de desplegar una greña insuperable dentro de sus filas.

El desacuerdo quedó a la vista de todos en la primera sesión de este año en la cámara de Representantes, donde los republicanos tienen ahora la mayoría: el candidato del partido tuvo que luchar varios días hasta conseguir los votos suficientes para ser nombrado presidente de la Cámara.

En el hemiciclo se votó 15 veces hasta obtener la mayoría necesaria. Al principio, el aspirante republicano a presidir la cámara, Kevin McCarthy, obtuvo menos votos que el futuro líder de la oposición, porque el Partido Demócrata votó de manera unánime por su candidato, mientras que diecinueve republicanos expresaron su rebeldía con la dirección del partido y votaron por candidatos con escaso apoyo.

Cierto que los republicanos llegan con una cierta amargura al Congreso, pues después de los dos primeros años de la presidencia de Joe Biden en que se pusieron de manifiesto sus limitaciones personales y en que los demócratas siguieron una política que enfureció incluso a miembros conservadores de su propio partido, esperaban una victoria arrolladora y la realidad fue una decepción: victoria sí, pero con una ventaja de tan solo 10 escaños.

Es algo que les deja en situación precaria, pues la disciplina no es una característica de los legisladores y, en este caso, les faltaron nada menos que 20 votos para conseguir la mayoría de 218 votos, a pesar de que hay 222 republicanos. Y esto fue en el primer día, porque en las siguientes votaciones aún tuvo menos apoyo. Una situación semejante no se había dado en un siglo, cuando la mayoría republicana de entonces tampoco votó de forma suficiente en favor de su candidato.

Tan solo después de cuatro días de negociaciones y de martingalas para componer el recuento, consiguió el mínimo necesario. No convenció a todos los que se le oponían, pero si consiguió que dieran un voto nulo y, con ello, se hizo una componenda para reducir el número de votos válidos de forma que la mayoría absoluta se rebajó y así pudo ganar.

En 1923, los congresistas tuvieron que votar 9 veces hasta obtener una mayoría, pero eso no fue nada comparado con el siglo anterior: en 1855, hubo nada menos que 133 votaciones y el proceso se prolongó por dos meses.

Los republicanos sufren, en parte, por la decepción generada en las últimas elecciones del pasado noviembre cuando, tras haber vaticinado un “tsunami republicano”, tan solo tuvieron una victoria mínima. Para el aspirante a presidirlos en los próximos dos años, esto representa que apenas puede haber defecciones, pues le impiden obtener la cantidad mínima de votos como acaba de ocurrir. 

Quizá en la base de estos desacuerdos siga estando el expresidente Trump, un hombre que polariza al país y al partido y que sigue planeando sobre las próximas elecciones a las que promete presentarse.  Tanto si lo hace como si no, las posiciones que adoptó hace ocho años y su estilo combativo planean sobre la política norteamericana y tienen una gran influencia en el Partido Republicano.

Para un partido que se declara horrorizado por las medidas de sus rivales y que promete en las elecciones llevar cambios importantes, el principio de su mandato no es un buen augurio. Y es que tanto unos como otros están divididos entre una fracción ultra -ya sea de izquierdas o de derechas- y una centrista.

Entre los demócratas dominan ahora los ultras progresistas que de momento consiguen tener el seguimiento de los moderados y están bien representados en la rama ejecutiva.  Entre los republicanos no hay un dominio numérico de sus ultras, pero incluso esos pocos tienen una gran influencia debido a la escasa mayoría de que goza el partido.

Es común en ambos la dificultad de cualquier diálogo entre sus facciones y, como se vio en la votación de este pasado martes, los legisladores “díscolos” no consideraban las consecuencias de su voto sino el principio de expresar su opinión.

La consecuencia era grave: mientras el Congreso tenga un líder, no pueden prestar juramento los diputados, de forma que los legisladores no pueden ejercer sus funciones y ni siquiera cobrar sus sueldos. Para darnos una idea de la radicalización del momento, uno de estos rebeldes republicanos declaró que prefería tener un líder de la oposición demócrata a cargo de la Cámara de Representantes, que a un republicano demasiado tibio.

Porque esto de la tibieza de principios es algo grave para los republicanos conservadores.  Hace ya tiempo que les pusieron un mote a sus colegas más moderados, a quienes llaman “rinos”.  No se trata de semejanza alguna con los rinocerontes, sino que es una abreviatura de “Republican in Name Only¨, es decir, “republicanos solo de nombre”, que significa ¨demasiado tibios¨.

No importa que la mayoría del país prefiera la tibieza al radicalismo: los extremos de ambos partidos se consideran en posesión de la verdad y están dispuestos a muchos desplantes, tanto para recibirlos como para darlos.

En este caso, lo que resulta más curioso es que los congresistas opuestos al candidato McCarthy lo consideran un “rino”, pero el propio Trump, que representa el ala más radical del partido, le dio su apoyo. Aunque esto podría incluso ser una indicación de que el expresidente tiene un apoyo limitado: tal vez sus seguidores han tirado la toalla y los demás republicanos buscarán un candidato con mejores perspectivas de ganar.

Lo que induce a enfocar de manera distinta las elecciones presidenciales de 2024, que algunos temen podrían llegar a un enfrentamiento tan increíble como repetir las dos candidaturas de Biden y Trump. Sería un despliegue de candidatos inapropiado por sus escasas posibilidades en ambos casos: Biden por su evidente senilidad y Trump por la polarización que produce en el país.

Pero los 22 meses largos hasta las próximas elecciones son una eternidad política y en estos momentos la atención del país se centra en lo apremiante, que es el comienzo de un nuevo gobierno.

Mientras esto no ocurrió, el espectáculo fue un deleite dentro y fuera de Estados Unidos: para los demócratas, por la burla que pueden hacer de sus rivales políticos y para los gobiernos poco amigos una prueba de las limitaciones de la democracia. Limitaciones que reconocía el siglo pasado incluso el premier británico Winston Churchill, quien aseguraba que la democracia era el peor sistema de gobierno… a excepción de todos los demás.

*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.