Estos cambios en las costumbres estaban arraigados en una serie de principios sociológicos y filosóficos que los profesores salidos de la generación de las protestas del 68, enseñaron a sus alumnos en las universidades primero y en las escuelas después.
Washington, Diana Negre*
Durante décadas, las tendencias progresistas han ido en aumento en el mundo occidental, en parte porque el sector académico adoptó la “revolución” de 1968 a ambos lados del Atlántico.
Ha pasado ya más de medio siglo desde aquella generación que rompía con las normas tradicionales: era la Francia del “interdit d’interdire” (prohibido prohibir), de los jóvenes norteamericanos que huían para no luchar en Vietnam, de la píldora que trajo la liberación sexual, a lo que siguió la legalización del aborto y ahora se quieren eliminar las diferencias de género.
Estos cambios en las costumbres estaban arraigados en una serie de principios sociológicos y filosóficos que los profesores salidos de la generación de las protestas del 68, enseñaron a sus alumnos en las universidades primero y en las escuelas después.
Estos 50 años largos han visto un cambio casi en dirección única, con unas pocas excepciones en universidades y centros de debate políticos conservadores. La erupción del 68 se extendió por todo el mundo occidental, el respeto y el prestigio lo han acaparado las ideas progresistas que ahora han llegado ya a la escuelas primarias, donde a los niños se les enseña que no hay diferencias sexuales y a los adolescentes se les dan todas las facilidades para decidir a qué sexo desean pertenecer.
La cultura y la moral tradicionales, así como el conservadurismo político, no han desaparecido pero han quedado tan desprestigiados que en muchos países constituye casi un insulto llamar a alguien conservador.
Otro tanto ocurre con la Historia y el desarrollo de las ideas filosóficas o literarias: en el nuevo contexto no hay culturas superiores a otras y los principios desarrollados a lo largo de los siglos han perdido validez en señal de respeto a cualquier interpretación alternativa, especialmente si responde a ideas progresistas.
Quizá estos cambios han empezado a generar una reacción tanto en Estados Unidos como en Europa, donde han generado una proliferación de partidos conservadores. Y no lo vemos solo entre el público de a pie que muchas veces reacciona sacando a sus hijos de las escuelas públicas, sino incluso en instituciones académicas.
Es lo que ocurrió en la Universidad Pública de Carolina del Norte, lo que generó la alarma de los medios informativos. Se trata de una iniciativa de la Junta de Gobierno de esta universidad, para contrarrestar la ideología que los catedráticos imponen a sus alumnos.
Los responsables principales de esta universidad consideran que la versión “políticamente correcta” de la Historia, la valoración de la Literatura o de las teorías económicas, no es amplia ni neutral, sino tan sesgada en favor de una interpretación progresista que los estudiantes no tienen posibilidades de analizar varias perspectivas.
Para corregir la situación han decidido establecer una nueva serie de cursos en que se quiere respetar la libertad de analizar los hechos históricos o las producciones literarias, sin que los profesores impongan su versión personal.
La reacción de los académicos ha sido extraordinariamente negativa y también de sorpresa, ante la osadía de los responsables de la Universidad de cuestionar la lente utilizada hasta ahora para filtrar las informaciones que presentan a los alumnos.
Lo que se ha establecido es una Escuela de Vida Cívica y Liderazgo, dedicada a estudiar Historia, Literatura, Religión o Ciencias Políticas sin que ninguno de los 20 profesores contratados para impartir estos cursos imponga una ideología para interpretar estas disciplinas.
La indignación de los catedráticos acostumbrados a diseminar su ideología corre pareja con la reacción a las modificaciones en el sistema de enseñanza del estado de Florida por su gobernador Ron DeSantis, probable candidato republicano a la presidencia en las próximas elecciones.
Las propuestas de DeSantis son una bofetada para los programas educativos favoritos de los sindicatos de maestros, uno de los brazos principales del Partido Demócrata y que se muestran tan indignados como los catedráticos de Carolina del Norte ante las limitaciones para imponer su ideología a los alumnos.
El gobernador horroriza a los maestros -y deleita a muchos padres- al prohibir que en los parvularios se enseñe lo que es el homosexualismo y al limitar la interpretación racial en los cursos de historia en el resto de las escuelas.
Y en un gesto semejante al de la Universidad de Carolina del Norte, ha intervenido también en la enseñanza universitaria al exigir que se mantengan cursos acerca de la civilización occidental, que substituirán los programas dedicados a estudiar la “diversidad y justicia social”. Es decir, más Platón, Shakespeare o Mozart y menos Malcolm X y rapperos.
Está por ver si estas iniciativas se extienden y, en el caso de DeSantis, si reflejan el sentimiento de la mayoría del electorado, pues tan solo falta un año para que comience la campaña presidencial de 2024.
Es decir, si el péndulo está a punto de girar en una “contrarevolución cultural”, o si estos esfuerzos fracasarán ante la maquinaria de los sindicatos de maestros, los sindicatos en general que tan solo atraen al 10% de los norteamericanos y la presión de grupos poderosos afines a los demócratas y a su gigantesca máquina propagandística, pues controlan la mayoría de los medios informativos y la industria del espectáculo.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.