“La administración también ha llevado a cabo un importante incremento en el número de vuelos de retirada de unidades familiares en el mes de agosto”, dijo a la Voz de América un portavoz del Departamento de Seguridad Nacional (DHS).

La situación es un tanto extraña, pues Biden se declara católico y demuestra que es practicante, al tiempo que los partidarios del aborto se dedican ahora a protestar, tanto dentro como fuera de las iglesias católicas, por las limitaciones que el Tribunal Supremo impuso recientemente a la interrupción del embarazo.

Washington, Diana Negre*

Es todavía prematuro predecir si las próximas elecciones legislativas de Estados Unidos reflejarán la actitud del país en torno al aborto, pero de momento parece claro que el presidente Biden cree que es precisamente eso lo que sucederá y , convencido de que la mayoría es partidaria de que continúe siendo legal, ha decidido intervenir en la cuestión para favorecer a sus correligionarios el próximo mes de noviembre.

La situación es un tanto extraña, pues Biden se declara católico y demuestra que es practicante, al tiempo que los partidarios del aborto se dedican ahora a protestar, tanto dentro como fuera de las iglesias católicas, por las limitaciones que el Tribunal Supremo impuso recientemente a la interrupción del embarazo.

Lo hacen de forma agresiva, entrando con disfraces en las iglesias durante las misas, con camisetas favorables al aborto y tomando la comunión. Fuera, sus pancartas resultan sacrílegas para muchos, pues escriben que a Dios no le puede importar matar a un feto, cuando en la Redención hizo matar a su propio hijo.

Parece que Biden cree poderse ganar tanto a unos como a otros con su actitud, cuando lo que podría ocurrir es precisamente lo contrario, es decir, que los opuestos al aborto se alejen de él, mientras que los partidarios también lo rechacen simplemente por ser católico.

Biden trata por todos los medios que su partido demócrata mantenga las mayorías escasas de que dispone en ambas cámaras del Congreso, para poder así gobernar los dos años que aún le quedan en la Casa Blanca.

Para los congresistas y senadores, la popularidad de un presidente del mismo partido es importante, pero una encuesta tras otra deja claro que los norteamericanos de ambos partidos le dan un apoyo muy escaso: todas indican que, como máximo, tan solo un tercio de la población está de acuerdo con él.

Hasta ahora, Biden lo ha probado todo, o mejor dicho todo lo que satisface a una parte del electorado, pero nada de lo que interesa al resto. Sus posiciones han sido sorprendentes para un candidato que se presentaba como centrista, porque en vez de gobernar desde el centro, adoptó las medidas de los más progresistas para defender el medio ambiente y repartió dinero a mansalva a causa del COVID.

Eran unas medidas que podían satisfacer a los extremistas del Partido Demócrata, pero a ningún republicano y a muy pocos independientes. Los resultados, además, le hicieron más impopular porque sus medidas energéticas contribuyeron a doblar los precios de la gasolina, mientras que su generosidad en compensar a todos por los estragos del COVID contribuyó a aumentar la inflación, que es hoy la mayor en 40 años.

Ahora, busca una ayuda electoral en la reciente decisión del Tribunal Supremo contra el aborto. Es algo que provocó una fuerte reacción, tanto fuera como dentro de los Estados

Unidos: Fuera, hemos visto como la Unión Europea considera medidas para evitar el “contagio” y para proteger el derecho de abortar en todos sus países. Dentro, porque es probable que aproximadamente la mitad de EE.UU. se encuentre en zonas donde el aborto no esté autorizado dentro de poco.

La reciente sentencia del Tribunal Supremo eliminó el derecho al aborto que las mujeres norteamericanas tuvieron durante más de medio siglo, pero contrariamente a la impresión dentro y fuera del país, el Supremo no declaró ilegal la interrupción del embarazo, aunque sí eliminó un derecho constitucional a este procedimiento. Será cada uno de los 50 estados norteamericanos quien decida lo que permite o no dentro de su territorio, pero las mujeres podrán legalmente trasladarse a cualquier otro lugar donde el aborto esté autorizado. A su regreso, no podrán ser perseguidas pues la intervención no se considera un delito.

Biden trata de facilitar el viaje de las embarazadas a estos estados y de ampliar las opciones con abortos químicos muy difíciles de detectar y limitar y que representan ya el 53% de las interrupciones del embarazo actuales. No quiere limitar el aborto en modo alguno, de forma que mantendría la posibilidad de abortar hasta el momento del parto. Es algo conocido como “aborto en nacimiento parcial” y consiste en degollar al niño cuando está en el canal de parto, para impedir que llegue a nacer y su muerte se convierta en asesinato.

Biden y los activistas proaborto de su partido prestan a estos procedimientos más atención que a la contracepción, ya sea con píldoras anticonceptivas o con la “píldora del día siguiente”, que impide la implantación del óvulo, en caso de que hubiera sido fecundado.

Más de la mitad de las mujeres norteamericanas prefieren que el aborto sea legal y parece que Biden cree haber encontrado en ellas el filón que hasta ahora año no ha tenido para mantener su popularidad, pero las encuestas indican que el apoyo al aborto es solo general para el primer trimestre de embarazo.

En circunstancias normales, debido a la brevedad de la memoria popular, cualquier beneficio que Biden pueda obtener por su defensa del aborto habrá quedado olvidado dentro de cuatro meses cuando se celebren elecciones. Los votantes darían una paliza al partido en el poder, en este caso el demócrata y Biden tendría así las manos atadas en los dos años largos que le quedarán de mandato.

Para los congresistas y senadores, la popularidad de un presidente del mismo partido es importante, pero una encuesta tras otra deja claro que los norteamericanos de ambos partidos le dan un apoyo muy escaso: todas indican que, como máximo, tan solo un tercio de la población está de acuerdo con él.

Pero el país como el resto del mundo anda muy revuelto y la normalidad ha desaparecido de la vida política norteamericana hasta el punto de que podría darse el caso de que un partido y un presidente impopular consigan aferrarse al poder hasta que llegue el relevo en la Casa Blanca en poco más de dos años.

*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.