Algunos comparan la situación actual con la época de Jimmy Carter, cuando la inflación era galopante, los tipos de interés estaban por las nubes y la gasolina no solo era cara, sino también escasa.
Washington, Diana Negre*
La economía norteamericana no deja de arrojar datos positivos, al menos en algo tan importante para la opinión popular como el empleo: el paro baja hasta tan solo el 4.6% después de que en el mes de octubre el número de personas empleadas aumentó en más de medio millón, como también creció la remuneración de estos empleados que pueden exigir más debido a la escasez de mano de obra.
Pero no todo el monte es orégano y el aumento salarial no significa necesariamente una mejora de ingresos: con más del 6%, la inflación supera en 2 puntos el crecimiento salarial, hasta el punto de que la gente dispone de menos ingresos: según el Departamento de Trabajo, el salario real ha bajado un 2.2% desde el mes de enero, si uno tiene en cuenta la inflación.
El motivo principal, la diferencia entre el aumento del costo de la vida y el de los ingresos, provoca todavía más tensiones políticas de las que ya llevamos experimentando desde hace algunos años: si los demócratas insisten en que ha llegado la hora de repartir, los republicanos advierten que el reparto puede perjudicar más al pobre que al rico y, en el contraste entre ambas posiciones, se sitúan los votantes “independientes” y los “moderados” de ambos partidos.
Quien lleva las de perder en este enfrentamiento es el Partido Demócrata, por la sencilla razón de que es ese el partido en el poder. Y no solo en la Casa Blanca, sino en la Cámara de Representantes y en el Senado, así que no pueden achacar culpas a la oposición pues controlan todos los niveles de gobierno.
Algunos demócratas de centro llevan tiempo advirtiendo de que los generosos programas sociales que han pagado a prácticamente todos los norteamericanos varios miles de dólares para compensar las dificultades causadas por el Covid eran cantidades excesivas, tanto a la hora de escoger beneficiarios, como en sus cantidades. Naturalmente, los republicanos no pierden la oportunidad de señalar “ya os lo había advertido”.
Las afirmaciones del presidente Biden, de que encontrará maneras de atajar la inflación y devolver a la clase trabajadora el poder adquisitivo de su dinero, no han convencido de momento y es probable que no lo hagan mientras los precios sigan subiendo. Y menos aún si el Banco Central concluye que no se trata de una situación temporal sino que es necesario ir subiendo los tipos de interés, lo que encarecería las hipotecas y la ya muy escasa vivienda disponible.
O quizá habría más viviendas disponibles…porque nadie se podrá permitir comprarlas con los elevados tipos de interés. Con el corolario evidente de que la propiedad perderá valor y los propietarios saldrán perjudicados. El descontento se extendería así de los menos aventajados a los más pudientes. Una perfecta conjunción para una tormenta política.
En estos momentos, no solo hay escasez de muchas cosas almacenadas en los contenedores de barcos que esperan a descargar frente a las costas norteamericanas, sino que las subidas de precios son irregulares y donde mayores son es en compras que duelen a todos, como, por ejemplo, la gasolina y todos los productos energéticos.
Son precisamente las cosas que suben de precio en estas temporadas del año, cuando la gente ha de usar más calefacción y el motivo de las subidas es en buena parte consecuencia de las medidas adoptadas a toda prisa en cuanto el presidente Biden llegó a la Casa Blanca y se apresuró a cortar, o dificultar, el suministro energético más usual como la gasolina y el gas para calefacciones.
Y es justamente el sector de quienes se gastan prácticamente todo su sueldo el que más sufre con estas medidas aplicadas por intereses “populares”. En realidad, una parte importante de semejante actuación se debe al deseo de proteger al medio ambiente, pero la medida no es aceptada en todas partes, pues muchos señalan que el recalentamiento global es precisamente….global. Es decir, que los gases generados en las antípodas no calientan solo las antípodas, sino todo el planeta, de forma que incluso los ahorros heroicos que Estados Unidos pueda hacer en el campo energético tendrán poco efecto en el país y en el planeta si en otros lugares se sigue contaminando.
Con la escasa mayoría de que dispone el Partido Demócrata le es difícil aplicar las reformas ambiciosas que sus líderes desean. Especialmente cuando, a la hora de la verdad, no hay tal mayoría en votos pues algunos de sus legisladores se oponen a medidas reactivadoras que consideran excesivamente generosa.
El malo de la película es ahora el senador de Virginia Occidental, Joe Manchin, un hombre que difícilmente puede seguir políticas progresistas en un estado que votó en más de 70% por el presidente Trump. Algunos de sus colegas demócratas han tratado de presionarle y casi intimidarle, pero es probable que a Manchin le intimide más la probabilidad de perder el apoyo de los votantes conservadores de su estado.
Algunos comparan la situación actual con la época de Jimmy Carter, cuando la inflación era galopante, los tipos de interés estaban por las nubes y la gasolina no solo era cara, sino también escasa.
La situación es hoy diferente: los Estados Unidos de hace 45 años todavía sufrían las secuelas económicas de la guerra del Vietnam y se enfrentaban además a un boicot de países petroleros, mientras que hoy los países productores desean vender para financiar sus ambiciosos proyectos.
Actualmente, Estados Unidos sale de una época de bonanza, interrumpida por la pandemia pero que ahora parece entrar en una fase clara de recuperación.
El dolor en el bolsillo de los consumidores es semejante hoy al de hace 40 años y la respuesta acostumbran a darla claramente en las urnas cuando llega el momento: en 1980 cambiaron a Jimmy Carter por Ronald Reagan, ahora habremos de esperar 3 años para saber quién trata de recoger los despojos de una presidencia aparentemente fracasada, si es que Biden no consigue recuperarse.
Por ahora, nadie en la oposición republicana parece atreverse a lanzarse al ruedo ante lo que todavía tiene pinta de ser un feudo de Trump para los más conservadores y una tierra de nadie para el resto del Partido Republicano.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.