La alocución de Biden podría igualmente ser perjudicial, pues atacó despiadadamente nada menos que a casi la mitad del electorado y ha provocado ya un gran resentimiento tanto entre los republicanos como entre los independientes que dieron su voto a Trump hace 6 años.
Washington, Diana Negre*
El presidente norteamericano Joe Biden parece confiado en que sus correligionarios demócratas tendrán suficiente apoyo popular para imponerse en las elecciones parlamentarias, convocadas dentro de dos meses, lo que le permitiría mantener el apoyo político que necesita para llevar a cabo las ambiciosas reformas políticas lanzadas hace ya más de un año.
Los demócratas contaron varios millones de votos más que los republicanos en las últimas elecciones presidenciales de 2020 y, contrariamente a lo que acostumbra a suceder a los dos años de la llegada a la Casa Blanca de un nuevo presidente, tienen razones para creer que esta vez no se seguirá el patrón habitual favorable a la oposición, sino que, por el contrario, son ellos quienes ganarán las próximas elecciones parlamentarias y podrán así mantener el control legislativo.
La importancia para Biden de esta victoria quedó manifiesta esta semana, cuando pronunció un discurso coincidente con el fin de las vacaciones de verano, que es también cuando empieza la recta final para las elecciones parlamentarias.
En este discurso, condenó en masa al Partido Republicano por su apoyo al expresidente Donald Trump y dijo que cualquier partidario del ex presidente Trump es en realidad un fascista que amenaza la democracia y estabilidad política de Estados Unidos: “los republicanos no respetan la Constitución, no creen en el imperio de la ley, no reconocen la voluntad del pueblo”, dijo en su discurso del pasado jueves, si bien matizó que no se podía acusar a todos los republicanos sino tan solo a aquellos que dan apoyo a Trump.
El problema con semejante planteamiento es que los seguidores de Trump en las últimas elecciones eran más de 68 millones, un número realmente extraordinario de fascistas deambulando por las calles y tomando decisiones políticas y económicas desde los gobiernos estatales republicanos que ocupan el poder en 28 de los 50 estados americanos.
Por otra parte, no todos los republicanos son fascistas, explicó Biden, pues no todos apoyan al expresidente Trump. Es algo en que estaba totalmente acertado: entre los republicanos existen ya desde antes de las elecciones anteriores grupos que se oponen al millonario neoyorkino hasta el punto de que han cruzado filas para votar junto con los demócratas.
Pero este trasvase electoral no es en un solo sentido, sino que entre los demócratas de a pie también hubo quienes se marcharon con los republicanos, lo que ya les ha convertido automáticamente en fascistas, según la posición planteada por Biden en su discurso.
La atracción popular de Trump se ha debido siempre a su lenguaje super sencillo y también su llamado a respetar instituciones tradicionales, como la familia, o defender posiciones que apoyan amplios sectores de la población, como la tenencia individual de armas. Que las clases altas refinadas sienten pocas simpatías por Trump es cosa sabida-y reciprocada por Trump y en estos momentos parece que tienen el viento en popa, pues la mayoría de las encuestas apuntan a un remonte del Partido Demócrata y a la posibilidad de que las próximas elecciones le sean favorables.
Esto sería excepcional, pues lo habitual es que, en este tipo de elecciones a la mitad del término presidencial, la oposición es la que más votos recoge. De ser así, el Partido Demócrata mantendría las pequeñas mayorías de que dispone en ambas cámaras y con esto podría continuar su programa de reformas políticas con las que espera dejar una huella importante en la forma de vida del país.
Pero el riesgo de que noviembre repita el patrón habitual de otras elecciones semejantes sigue siendo grande y por esto Biden apeló a su audiencia demócrata exhortándola repetidamente a que vote: “votad, votad, votad” les dijo en su discurso.
La alocución de Biden podría igualmente ser perjudicial, pues atacó despiadadamente nada menos que a casi la mitad del electorado y ha provocado ya un gran resentimiento tanto entre los republicanos como entre los independientes que dieron su voto a Trump hace 6 años.
También es un discurso sorprendente: este tipo de alocuciones no son nunca espontáneas, sino producto de semanas o meses de trabajo de los equipos presidenciales. En el caso de Biden, un presidente a todas vistas controlado por su entorno debido a lo su aparente senilidad, uno se pregunta cuál es el motivo de sus asesores para lanzar un ataque que puede tener un efecto negativo sobre el electorado que desea ganar.
Ya en 2016, muchos demócratas respondieron a los errores de la campaña electoral de la candidata demócrata Hillary Clinton, quien calificó de “sarta de gente deplorable” a los demócratas que sentían simpatías por algunas posiciones de Donald Trump como la defensa de los valores familiares, la vida tradicional en las zonas rurales o la tenencia de armas.
El resultado fue un trasvase de votos que llevó a la Casa Blanca al millonario neoyorkino. Fue una versión nueva de los “Reagan democrats”, los votantes demócratas que se pasaron de partido en 1980 y pusieron al republicano Ronald Reagan en la Casa Blanca.
Pero el problema para los demócratas en las próximas elecciones no radica únicamente en este trasvase, sino en la masa relativamente pequeña de indecisos e independientes, quienes generalmente tienen la clave del éxito, pues no hay gran diferencia en votos entre los dos grandes partidos. Muchos de ellos votaron por Trump en 2016 y calificar a toda esta gente de fascistas no promete ganárselos para la causa demócrata.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.