Esta confusión, o quizá ambivalencia para aplicarle una definición más benevolente, no se limita a la orientación sexual, sino que se va extendiendo por toda la vida norteamericana -y probablemente del mundo. (Imagen: Fuente externa).

Ya no se trata de ser homosexual, de uno u otro género, sino de ser transexual, es decir, pasarse de hombre a mujer, o viceversa, y a cualquier edad -aunque uno no sepa a lo que se ha pasado pues va desapareciendo la noción de género y no se sabe ya lo que es femenino y lo que es masculino.

Washington, Diana Negre*

Érase una vez, en que las niñas leían cuentos de princesas ingenuas, hadas bondadosas y brujas perversas, mientras los niños jugaban con un balón, se peleaban fácilmente con sus amiguitos y sus padres disfrutaban diciendo que eran algo brutotes.

La princesa -o la cenicienta- encontraba a su príncipe azul y todos eran felices en el seno de sus familias y la que iban a formar, cada uno con una función social y personal clara y definida.

Aunque no ha transcurrido ni medio siglo, parece que nos refiramos a una era remota porque, hoy en día, ni los niños ni los padres ni las escuelas tienen claro en números crecientes qué es eso de ser niño o niña, macho o hembra, marido o mujer, padre o madre. De momento, los adultos aún tienen una idea de eso que la gramática llama género, pero los niños probablemente lo van teniendo cada vez menos claro.

Este mes, por ejemplo, se celebra, en EEUU como en tantos otros países, el “orgullo homosexual”, que antes se reservaba para parejas o individuos homosexuales que desfilaban durante un día primero, un fin de semana después, por las calles, propalaban sus afinidades eróticas y exigían que se les aceptara. Este orgullo ya no se limita a individuos ni a días, sino a un mes entero y se extiende a las familias, de manera que es frecuente ver a familias enteras acudir a reuniones de este tipo.

El que no está en el meollo de este movimiento, queda totalmente confuso, porque las familias que uno tiene delante y que acuden a actos multitudinarios para celebrar el orgullo homosexual, parecen compuestas por un padre del sexo masculino y una madre del femenino, acompañados de sus retoños. De esta forma, el no iniciado no comprende a qué acuden estas familias que se han pintarrajeado la cara con los colores que demuestran la transexualidad.

Ya no se trata de ser homosexual, de uno u otro género, sino de ser transexual, es decir, pasarse de hombre a mujer, o viceversa, y a cualquier edad -aunque uno no sepa a lo que se ha pasado pues va desapareciendo la noción de género y no se sabe ya lo que es femenino y lo que es masculino.

Nuestros lectores probablemente están ya al corriente de estas tendencias, porque uno las ha visto o ha oído hablar de ellas en varias ciudades europeas y españolas. Lo que quizá es menos corriente es la definición oficial de la identidad sexual de los diferentes individuos.

Así, por ejemplo, muchos quedaron estupefactos hace pocos meses, cuando la señora Ketanji Brown Jackson, futura magistrada del Tribunal Supremo, no pudo responder a la pregunta de uno de los senadores que consideraba su candidatura para el máximo tribunal de la nación.

La señora Jackson, que a finales de verano entrará en la Corte Suprema, tuvo que enfrentarse a una pregunta sin respuesta: “¿Cuál es la diferencia entre un hombre y una mujer?”.  A la pregunta de la senadora republicana Marscha Blackburn, la futura magistrada respondió que no tenía respuesta porque “no soy bióloga” y añadió que, si en los avatares de su futuro cargo tiene que definir algo tan difícil de especificar, buscará la ayuda de la Ciencia.

Si todo esto confunde al no iniciado, probablemente confunde aún más a los niños que tienen padre y madre, pero no les pueden atribuir los papeles que cada uno ha tenido a lo largo de la historia.  Y la confusión empieza cada vez a edad más temprana: la más reciente que se ha registrado es de una niña -o un niño- de 5 años, cuya madre decidió educarlo como a un chico porque sus tendencias sexuales eran ya evidentes desde la más tierna infancia: Cuando estaba en pañales, asegura la madre, se le veía el sufrimiento en los ojos al verse en ropa de niña, una señal clarísima de sus afinidades masculinas. Tal vez las nuevas corrientes identifiquen, como antes, el rosa y los encajes con lo femenino, pero si tan claro es, no explican dónde está, y por qué, la confusión.

A los niños que demuestran sus inclinaciones a tan tierna edad, los psicólogos y los padres les brindan la oportunidad de pasarse de género ya en su infancia, sin necesidad siquiera de llegar a la pubertad, pues les dan medicinas que frenan el desarrollo hacia uno u otro sexo durante la adolescencia.

Nos aseguran los psiquiatras que trabajan en este terreno, que tales medicinas no encierran peligro alguno pues sus efectos son totalmente reversibles. En cuanto a la experiencia de haber vivido la pubertad como niño en un cuerpo de niña, o viceversa, y la personalidad resultante en edad adulta, no dicen gran cosa.

Esta confusión, o quizá ambivalencia para aplicarle una definición más benevolente, no se limita a la orientación sexual, sino que se va extendiendo por toda la vida norteamericana -y probablemente del mundo.  La vemos a la hora de condenar o condonar la delincuencia -los robos menos de 1000 $ no se persiguen en muchos lugares- o de no suspender en sus exámenes a escolares o universitarios -lo que importa son las notas finales, no los conocimientos del alumno…y que el resultado sea igualitario.

Actitudes que muchos aprueban o condenan, pero que, debido a su extensión dentro y fuera del país, permite suponer que el mundo está entrando en una nueva etapa de relativización que elimina las definiciones y certidumbres que antes se aprendían en los libros y sentaban las bases de la convivencia. 

Tal vez sea la respuesta de la sociedad a la superpoblación, o un efecto de la automatización que se avecina con la Inteligencia Artificial.  Parece claro que la gente no quiere prescindir de la actividad sexual, pero tan indiferenciada que no hay género específico y así no importa el sexo de la pareja, pues ya no se trata de procrear sino de pasarlo bien.

Lo que viene a partir de ahora… es tan incierto como las veleidades eróticas de los niños hermafroditas.

*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.