En realidad, la pertenencia a uno u otro partido no nos indica demasiado cuáles son las convicciones de los políticos, pues más bien se inclinan en el sentido del viento, que desde hace ya tiempo sopla hacia la progresía.

Si ambos partidos no tienen claro ni el panorama ni sus programas, tampoco el público parece mucho mejor orientado pues en estos momentos las encuestas dan ventajas mínimas a los tres principales candidatos, es decir, Biden, Trump y De Santis, con ventajas para cualquiera de los candidatos republicanos.

Washington, Diana Negre*

La mayoría de los norteamericanos se declara -y lo es- políticamente moderado y quienes se definen como “independientes” son cada vez más, pero los que ejercen la política parecen estar crecientemente polarizados.

Si seguimos los medios informativos, especialmente las televisiones, vemos que la mayoría de radios, diarios y televisiones son seguidores del Partido Demócrata y que no apoyan sus posiciones moderadas sino las más extremas, conocidas como “woke”, mientras que los pocos medios conservadores parecen decididos a compensar su escaso número con un celo cada vez mayor.

En cuanto a los políticos, han de afilarse las uñas atrayendo a los extremos de su partido para no correr el riesgo de que unos los llamen “rinos” (“Republican in Name Only”, es decir, de mentirijillas y no auténticos conservadores) y a los otros, los demócratas, los tilden de tibios y sean perseguidos con saña con los elementos más vocales -y extremistas- de la progresía.

El temor ante los ataques “woke” quizá explique en parte la transformación de Joe Biden, un candidato que prometía negociar desde el centro y atraer a propios y extraños con su política inclusiva, convertido al llegar a la Casa Blanca en un presidente que parece militar en el ala extrema del partido.

Porque este “wokismo” se muestra cada vez más agresivo y en las filas demócratas muchos temen que los tilden de tibios o, mucho peor, de no ser auténticos progresistas, es decir, algo así como los “rinos” pero en versión de izquierda

Hace ya tiempo que la progresía demócrata reside en los centros universitarios, prácticamente copados por catedráticos que compiten por situarse más a la izquierda que cualquier otro y que influyen en los estudiantes, quienes de todas formas son ya un terreno abonado, según el antiguo dicho de que “el que no es de izquierdas cuando es joven, no tiene corazón”.  En el caso americano, sin embargo, no se aplica la segunda parte del dicho de que “el que sigue siéndolo cuando envejece no tiene cabeza”, porque son precisamente los profesores, cuarentones o cincuentones en su mayoría, quienes estimulan a los jóvenes hacia posiciones más y más radicales.

También hay algunos célebres ancianos que militan en las filas de la progresía, como el multimillonario del mundo de las finanzas George Soros que a sus 93 años se mantiene activo en defensa de causas demócratas, o el más discreto y todavía más millonario, el financiero neoyorkino Michael Bloomberg, (a sus 82 abriles es en comparación un mozalbete) y, aunque no defiende posiciones extremas, pone un enorme empeño en fomentar políticas de izquierda.

En realidad, la pertenencia a uno u otro partido no nos indica demasiado cuáles son las convicciones de los políticos, pues más bien se inclinan en el sentido del viento, que desde hace ya tiempo sopla hacia la progresía.

Pero no siempre es así, como en el caso de Donald Trump, quien probablemente entró en la carrera presidencial como republicano porque no encontró un camino en las estructuras demócratas. Trump fue miembro del Partido Demócrata de Nueva York durante ocho años, desde 2001 a 2009 y otro tanto ocurría con sus hijos: no pudieron votar por su padre en las primarias de 2016…porque todavía no habían tenido tiempo de cambiar el carnet del partido y figuraban como demócratas. Era demasiado tarde para cambiarse a republicanos antes de las primarias.

También podría ser que la conversión conservadora de Trump se debiera a los excesos de la izquierda, pues otras personas conocidas, incluso tradicionalmente demócratas como son los negros, se han pasado de partido porque no comulgan con las nuevas tendencias extremistas y consideran a los republicanos un mal menor.

Lo cierto es que en el sector conservador tampoco impera la moderación, o al menos no da esta impresión porque los medios informativos dedican la mayor parte del tiempo a detallar posiciones extremas y los comentaristas moderados son pocos…porque de ser moderados generarían poco interés

Un vistazo a los candidatos basta para ver que la moda del momento está en los extremos: entre los demócratas no hay aspirantes que se pronuncien interesados en la presidencia porque parece probable que el presidente Biden trate de repetir mandato, de forma que cabe esperar que la actual tendencia hacia el extremismo continúe.

Entre los republicanos, quienes más dominan son el expresidente Trump a quien sigue muy de lejos el gobernador de Florida Ron Santis quien tiene las ventajas de ser más mucho más joven (a sus 45 años, casi un bebé comparado con los demás), pero desde luego no milita entre los republicanos de centro.  A pesar de su popularidad en Florida y de buenos resultados en encuestas que proyectan las probabilidades de ganar, Santis va muy por detrás de Trump en las encuestas a las que hay que reconocer un valor limitado porque las elecciones están todavía muy lejos.

Si ambos partidos no tienen claro ni el panorama ni sus programas, tampoco el público parece mucho mejor orientado pues en estos momentos las encuestan dan ventajas mínimas a los tres principales candidatos, es decir, Biden, Trump y De Santis, con ventajas para cualquiera de los candidatos republicanos.

La realidad puede ser muy distinto y muy favorable a Biden: si De Santis se impone a Trump en las primarias republicanas, es posible que el ex presidente no renuncie a sus aspiraciones sino que se presente como candidato independiente, lo que dividiría el voto republicano (como ocurrió en 1992 con la candidatura del primer presidente Bush) y daría así una amplia victoria al actual presidente, un hombre que probablemente no gobierna sino que hace de figurón para lo que en realidad parece ser el tercer mandato del ex presidente Obama.

De ser así, Obama estaría demostrando sus verdaderas afinidades políticas que habría ocultado en las elecciones de 2008 y 2016 para ganarse a la gran masa de votos moderados del país, a la que ya no necesita para gobernar desde la sombra y puede seguir las ideas más progresistas que había defendido en su vida política anterior a la presidencia.

Al margen de estas hipótesis, queda claro que los norteamericanos están viviendo en un donut político, donde el vacío corresponde al centro que ocupa la mayoría de la población, mientras que la fuerza política se ha desplazo a los extremos, donde están los políticos y las minorías radicalizadas.

*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.