Para nadie es un secreto que la convivencia política en la República Dominicana a veces resulta incómoda para la civilidad debida.
La visita que realizó el miércoles el expresidente Leonel Fernández a la residencia del también exmandatario, Hipólito Mejía, para expresar sus condolencias por el deceso de la exprimera dama, Rosa Gómez de Mejía, es un hecho que marca un antes y un después y no debe ser pasado por alto.
Aunque para muchos son conocidos los desencuentros del pasado entre ambos líderes, en gran parte por sus diferencias políticas, la ocasión de por sí debe marcar un antes y un después en la manera en que la clase política ejerce sus labores y refleja sus ejemplos al resto del país.
Para nadie es un secreto que la convivencia política en la República Dominicana a veces resulta incómoda para la civilidad debida, ya que la misma dirigencia de los partidos políticos ha tenido por costumbre fomentar la exclusión de aquellos que no piensan de igual forma.
Esa política de bloques, de descalificación y descarte del otro, debe pasar a la historia. Más de medio siglo de democracia ha demostrado que los dominicanos sí pueden tolerar y compartir con aquellos que difieren de sus ideas en el marco del juego de la democracia imperfecta.
Algo tan simple pero tan difícil cuando el ambiente político se carga con tintes fanatizados de vida o muerte. Esa cultura de confrontación debe quedar en el pasado por el bien del presente y el futuro, y dar paso pleno a la necesaria convivencia pacífica y el debate civilizado de las ideas para el bien común.
Lástima que haya que esperar un hecho de dolor personal catastrófico para expresar la parte humana de la política, tan necesaria en el tejido del quehacer social.