Sede en Miami del Consulado General de República Dominicana.

Dada la marcada tendencia de la cultura vernácula a explicar situaciones objetivas con razones subjetivas, chismes o supersticiones, lo que sucede en el 1038 de la Brickell Avenue, Miami, FL 33131, no tiene comparación y mucho menos explicación. En particular y casi siempre, cada vez que llega un incumbente a lo que al presente es la vetusta sede física del Consulado General de la República Dominicana.

Por Jesús Rojas
En buen argot popular dominicano, fucú es persona, animal o cosa que sufre de mala suerte; alguien que carece de buena suerte o es o ha sido objeto de un maleficio recurrente. El Diccionario del Español Dominicano, de la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua, lo resume en tercera acepción como “persona o cosa que trae mala suerte.”

Dada la marcada tendencia de la cultura vernácula a explicar situaciones objetivas con razones subjetivas, chismes o supersticiones, lo que sucede en el 1038 de la Brickell Avenue, Miami, FL 33131, no tiene comparación y mucho menos explicación. En particular y casi siempre, cada vez que llega un incumbente a lo que al presente es la vetusta sede física del Consulado General de la República Dominicana.

Desde que el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo Molina adquirió a título personal los terrenos pantanosos de esa zona, allá por la década de los años 50 del siglo pasado, para construir un chalet donde transcurrir sus vacaciones en territorio estadounidense, cabe preguntar: ¿el título de esa propiedad seguirá estando a su nombre, como el del Palacio Nacional?, ya que era un centro de relax a su espíritu creador y para recreación a sus impulso de caza y pesca. Incluso, se dice que la palmita –símbolo del otrora Partido Dominicano—se tomó de allí.

Sucede y viene a ser que el lugar, convertido años después en sede consular regida por el Ministerio de Relaciones Exteriores, ha sido asiento, es y sigue siendo percibido como poltrona, coto personal y predio de los designados como máximos representantes del Gobierno central para funciones diplomáticas, económicas y burocráticas sujetas a los vaivenes de la política criolla.

Quienes han visitado la sede del Consulado General, se sorprenden con la modernidad del primer nivel de servicio al público, su cristalería transparente que reflejan un ambiente muy distante de la realidad de fondo, cuando se juntan mansos y cimarrones políticos, salvo contadas excepciones de servidores públicos a cabalidad.

La constante allí se repite cada vez que designan un encargado, no un administrador de carrera, por motivos políticos o para pagar los aportes financieros o contribuciones a la campaña del partido y del presidente de turno. La disfuncionalidad no tarda en asomar y el espíritu de Trujillo, dicen algunas lenguas –y la mía que no es muy buena–, asoma de manera discóbolo por los pasillos, rendijas, pinturas en paredes y puertas del extraño lugar que afecta el carácter anímico de los allí presentes. Incluso, dicen que tener acceso a la central telefónica es como ganar el Súper Loto.

Desde la tenebrosa escalera de caracol con poca iluminación, que está detrás del Lobby o estrecha recepción, hasta el Salón de Conferencia del segundo nivel y que da al frente de la avenida Brickell, pasando por puertas, ventanas, oficinas, baños y escritorios, la escala de vibraciones que se recibe allí al entrar a muchos les pone los pelos de punta. Incluso, algunos empleados han fenecido por males terminales debido a las presiones, mordazas, chantajes, amenazas, infidelidades, mala sangre, deslealtad, manipulaciones y chismes típicos del espíritu de Trujillo.

Algunos aseguran que el espíritu malévolo del Barón de San Cristóbal todavía reclama lo que le pertenece. Y hasta testimonian que han visto el celaje del “generalísimo y Padre de la Patria Nueva”, sentado o de pie en las oficinas, exigiendo a pleno pulmón y con su voz aflautada las siglas de su augusto nombre: ¡Rectitud, Libertad, Trabajo y Moralidad…! a una generación política sectaria, veleidosa, displicente y desparpajada.

El actual cónsul general dominicano, Jacobo Fernández, –de quien un sector de la diáspora en la Florida reclama su destitución– debería de pisar con sumo cuidado en el ambiente de esa nefasta casona, con frente plano, poca expresión de calidad arquitectónica, aislada y reclamada por un espíritu chismoso, guerrero, vengativo e insepulto que se niega a morir.

Quizás, algún veterano exorcista vaticano, brujo de Samaná o babalao del Culto de Ifá, junto a un experto en numerología podría allí lograr el descanso final del espíritu y cese de una vez el fucú de Trujillo que merodea la casa de todos los dominicanos en la Brickell. Y, de paso, le otorgue la paz eterna que se merece a tantos inquilinos de paso y pichones de dictadores que suelen llegar allí… Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar. Requiescat in pace… ¡Amén…!