Washington, Diana Negre*
Dejar el Covid atrás podría ser la mejor noticia de 2021, si es que las vacunas realmente consiguen librarnos de esta plaga, pero el final del aciago 2020 coincide también con el cierre de uno de los mandatos presidenciales más extraños en la historia de Estados Unidos.
Para Donald Trump, cuyo sueño de llegar a presidente se convirtió en realidad en medio de una sorpresa tan general que incluso le incluía a él, sus cuatro años de mandato terminan tan mal como empezaron.
Siguiendo la costumbre de ser su peor enemigo, las últimas semanas vividas en la Casa Blanca están sirviendo para poner de relieve sus flaquezas y ocultar sus logros.
Porque logros, a pesar de su poca atractiva personalidad, los ha tenido, aunque hayan sido casi exclusivamente en el terreno económico: La economía norteamericana creció y lo hizo en una forma que benefició a grupos menos favorecidos, como los negros, los inmigrantes y los trabajadores poco cualificados. También sentó unas bases para favorecer este crecimiento, como la reducción de normativas farragosas que dificultaban el establecimiento de nuevas empresas y exigían costosos gastos jurídicos para cumplir con códigos difíciles de aplicar -y entender, aunque es probable que su sucesor Biden se prepare para aplicar nuevas normas que anularán estas acciones de Trump.
Los problemas que Trump encontró al llegar a la Casa Blanca -y que en cierta forma hicieron posible su victoria- como las divisiones dentro de la sociedad norteamericana, no sólo que no se han resuelto, sino que se han agravado. Trump deja detrás un país todavía más enfrentado de lo que estaba hace cuatro años, hasta el punto de que un gran número de norteamericanos ve a “los otros” como un enemigo mayor de lo que pueden ser rivales económicos o militares, como Rusia o China.
En una triste simetría, su salida del cargo se parece mucho a su llegada: los republicanos que le recibieron con poco entusiasmo le dicen hoy adiós con gran alivio. Muchos se preguntaron en su día cómo era posible que políticos republicanos de tendencias centristas, acostumbrados a negociar compromisos y a mantener las buenas formas, aceptaran los exabruptos y caprichos de su presidente.
La razón fue seguramente el sentido práctico de este país, en que hay poca reflexión teórica y mucha adaptación a las realidades del momento. Así, aunque entre los republicanos haya muchos “never Trumpers” (nunca Trump), sus voces se oyeron poco, cubiertas por las de aquellos dispuestos a colaborar con un personaje que no les gustaba. Unos lo hicieron por la realidad de que era más útil y conveniente trabajar con un presidente de su partido que hacerle la guerra a ultranza, otros porque no querían sumarse a la “resistencia” del campo demócrata, especialmente porque Trump ganó las elecciones según las normas constitucionales. Finalmente, hubo y hay quienes están de acuerdo con él y le ofrecen un apoyo numantino.
Olvidadas quedaron en estos cuatro años las afinidades políticas demostradas por Trump a lo largo de su vida: igual que el ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, que se pasó del bando demócrata en que había militado toda su vida porque tan solo podría presentar su candidatura como republicano, también Trump abandonó al Partido Demócrata que había apoyado hasta entonces pues no le daba opción para presentarse. Algunos todavía recuerdan que, durante las primarias de 2016, sus hijos no pudieron votar por él en las elecciones primarias…porque todavía figuraban inscritos como demócratas.
Naturalmente, el Partido Demócrata no tiene interés alguno en recordar que había sido “uno de ellos”, cosa fácil en un país como Estados Unidos, donde los partidos apenas tienen actividad fuera de las campañas electorales.
Ahora que se le acaba el tiempo presidencial, Trump parece haber vuelto a sus raíces, tanto política como personalmente. En la política, defiende ahora contra su propio partido unas ayudas económicas que tienen su principal apoyo entre los demócratas, como la concesión de una segunda tanda de ayudas económicas a todo el país. La ley que él firmó recientemente contempla dar 600 $ a cada norteamericano para compensarle por las pérdidas económicas causadas por la pandemia, pero ahora se ha sumado a las filas demócratas que exigen 2000 $.
En circunstancias normales, es probable que la mayoría de los republicanos se opusieran a este incremento debido al gran déficit del erario público, pero las elecciones aún no se han cerrado y quieren aumentar las posibilidades de éxito de sus dos candidatos senatoriales en el estado de Georgia, de las que depende el control del Senado, todavía en manos republicanas. La consecuencia es que la Cámara de Representantes votó en favor de las ayudas máximas con una amplia mayoría, pues muchos republicanos se unieron a los demócratas, algo que además podían hacer porque tienen el apoyo Trump.
La cuestión fue más espinosa en el Senado, cuyo líder republicano el senador Mitch McConnell se opuso a la medida y aprovecha todas las maniobras legales para darle carpetazo. Como cualquier ley, no se puede aprobar sin el apoyo de las dos cámaras.
Esto provocó las iras de Trump, quien critica ahora duramente a quienes fueron sus correligionarios durante los pasados 4 años, pero que ahora se sienten liberados para hacer la política que consideran más conveniente.
Y todo esto nos lleva al futuro que espera al pronto expresidente. Sus acciones recientes indican que desea seguir en la oposición e incluso considera volver a presentarse en las elecciones de 2024. Seguir en la oposición es, naturalmente, siempre posible y hasta fácil, pero no está muy claro que pueda hacerlo como líder republicano, porque tanto el país como el partido se inclinan -incluso entre los seguidores de Trump- por pasar página y buscar una cara nueva.
Esto no significa que los caminos se le cierren, porque tal vez esté preparando un “Partido Trumpista”, cuyas posibilidades de éxito son tan grandes como los movimientos hacia un tercer partido en otros años: lo máximo que sus líderes han conseguido cuando lo han intentado, ha sido anular las posibilidades electorales del partido al que habían pertenecido, pero ninguno de ellos ha ganado jamás. Naturalmente, esto no ha de arredrar necesariamente a Trump, un hombre que se considera por encima de las normas que aplican a los demás…y cuya vida ha demostrado que muchas veces se ha salido con la suya.
Pero todos estos planes se enfrentan a dos dificultades importantes: la legal, pues hay probablemente fiscales y bufetes de abogados a la espera de poderle imputar algo -e incluso sueñan con ponerlo tras las rejas- y la personal: el millonario caprichoso que ha sido durante toda su vida, ¿podrá resistir el señuelo de volver a nuevos negocios o simplemente disfrutar de su fortuna y pasar el día jugando al golf o gozando de los placeres que le ofrece su fortuna?
Cuáles son esos placeres lo podemos más imaginar que saber: ni los periodistas que escribimos de estas cosas, ni la mayoría de nuestros lectores, tienen experiencia en el uso y disfrute de miles de millones de dólares.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.