Al momento de realizar su declaración de patrimonio, el jefe de Estado autorizó que durante su ejercicio gubernamental todo su patrimonio sea transferido y controlado por un Fideicomiso familiar. (Foto: Fuente externa).

Asumir la postura a contracorriente, pasar por alto la hora crítica del presente, insistir en la anarquía colectiva, el desorden ciudadano o evadir la responsabilidad individual y colectiva como país, podría resultar ser el principio del fin de la nación dominicana.

Por Jesús Rojas*

La administración del presidente Luis Abinader enfrenta una situación difícil de controlar en medio de una pandemia que arrecia. La “otra pandemia”, las de demandas sociales constantes, del sector médico, profesores y la salud pública, entre otras, se agudiza en un momento en que toda la atención nacional debería de estar centrada en aplanar la curva de contagios, mantener estable la economía y superar el trago amargo del Covid.

Por tradición, el país político nacional ha sido uno matizado por debates y enfrentamientos entre grupos de intereses y el gobierno central, o viceversa. Lo del presente no sería una excepción, sino fuera por la calamidad pública que constituye la situación sanitaria por la que atraviesa el país y el resto del planeta con el virus surgido en China.

Hasta el momento, las vacunas representan la única opción para aliviar los efectos del letal contagio. Sin embargo, los mecanismos de información, orientación y persuasión oficiales para que un sector preponderante de jóvenes coopere en los cuantiosos esfuerzos para frenar la mortandad derivada de la enfermedad, parecen difusos y poco contundentes.

Incluso, la reciente opinión de la Oficina Panamericana de la Salud, respecto a un posible colapso del sistema de atención médica público, sugiere que los esfuerzos no parecen estar siendo coordinados de manera coherente como para que la población comprenda la magnitud del problema que se confronta, visto desde el litoral del Gabinete de Salud y de otros responsables a cargo de semejante y monumental misión.

Como si fuera poco, “la otra pandemia, la social” que pretende poner en jaque los ingentes esfuerzos de la administración Abinader, tanto público como privado, ha sido la resistencia de ciertos sectores de la población a cumplir con medidas tan simples, dando como respuesta la indisciplina, el libertinaje y la desobediencia civil que son dignas de estudios científicos.

Los síntomas llegan de lejos. La influencia de mensajes disociadores, la involución de valores, el libertinaje como idea o principio de vida disoluta, entre otros elementos ajenos a la cultura de solidaridad, respeto y empatía que a lo largo de la historia ha caracterizado al pueblo dominicano, ha pretendido suplantar el carácter y el perfil de muchos jóvenes “que duermen de día y beben y parrandean de noche”, sin la más mínima idea de la consecuencia de sus actos.

Los esfuerzos para concientizar la actitud que se debe asumir en una hora histórica para el futuro del país, ya que la pandemia ha puesto en la balanza la presente estabilidad económica y la salud nacionales, podrían ser partes de una cruzada mancomunada que tenga como misión concientizar el sentido de nación por medio del amor y respeto al prójimo, muy lejos del vulgar materialismo y el hedonismo venenosos que promueven elementos sociales de contracultura, aupados por el populismo, el paternalismo y el afán desenfrenado de dinero.

Esa otra pandemia exaltada, “la social” que se resiste al cambio o a la colaboración aún en las peores condiciones, necesita atención de una forma u otra, a fin de que no fracasen todos los esfuerzos que se realizan desde hace más de un año para superar la emergencia virológica que hasta la fecha ha ocasionado más de 3.7 millones de víctimas en todo el planeta.

El presidente Luis Abinader necesita en esta Hora 25, de definiciones, el apoyo total y absoluto no sólo de los políticos por conveniencia, sino de todos los ciudadanos dispuestos a un leve sacrificio –tal y como ocurriera en otros episodios de la historia patria–, para que el bien colectivo impere sobre el egoísmo individual y el barco con todos abordo pueda llegar a puerto seguro en su momento.

Asumir la postura a contracorriente, pasar por alto la hora crítica del presente, insistir en la anarquía colectiva, el desorden ciudadano o evadir la responsabilidad individual y colectiva como país, podría resultar ser el principio del fin de la nación dominicana. Para llegar allí, no hay que andar muy lejos… Sólo basta combinar una pandemia viral y otra social. Lo demás, llega por el desenfreno… ¡Ajútate, Candita!..

*Jesús Rojas es periodista multimedios, sociólogo, politólogo, ensayista, editor, traductor y escritor.