Las autoridades, tomadas por sorpresa ante un hecho que parecía imposible, se debaten entre proteger la salud pública y sostener estable el equilibrio de la economía. Ambas ecuaciones son indisolubles.
Por Jesús Rojas*
Los nueve meses transcurridos desde el inicio de la emergencia sanitaria mundial en China, nos ha traído un diciembre único en la historia. El avance arrollador de la pandemia ha secuestrado la alegría de fin de año en una miríada de protocolos, distancia física, toque de queda, ley seca, luto, pesar, encerramiento, desempleo, y una serie de necesidades materiales que parecen interminables.
Las autoridades, tomadas por sorpresa ante un hecho que parecía imposible, se debaten entre proteger la salud pública y sostener estable el equilibrio de la economía. Ambas ecuaciones son indisolubles. A lo largo de ese camino sobre una cuerda floja que enlaza ambos extremos, con un precipicio de fondo, surge la luz de la esperanza de la vacuna contra el destructivo SARS-CoV-2.
Los mecanismos normales de control social no son suficientes para obtener los resultados deseados.
Frente a ese dilema, los responsables de la cosa pública y el destino de millones de ciudadanos oscilan entre dos métodos para enfrentar la emergencia sanitaria: el blando y el severo. El primero, invoca la persuasión, la cooperación, la concientización de todos para salir a flote de la amenaza silente. El segundo, resucita viejos temores de autoritarismo, arbitrariedad y represión.
En el medio de todo este berenjenal, la mentalidad de la sociedad occidental que incluye el Caribe, no acaba de comprender del todo la magnitud de esta prueba humana desconocida e ignorada por las nuevas generaciones. Ni tampoco los mecanismos de emergencia para enfrentarla y superarla donde escasea el conocimiento, reina la indisciplina y la desidia social.
El número de víctimas directas e indirectas causadas por la pandemia ya supera las cifras de bajas durante la Segunda Guerra Mundial en el siglo pasado. Solo en California, en la segunda semana de diciembre de 2020, fallece una persona afectada cada 20 minutos. Ni pensar en los repuntes virulentos registrados en Italia, España y Alemania para un final y comienzo de una tragedia humana inimaginables un año antes a este bisiesto siniestro.
Los mecanismos normales de control social no son suficientes para obtener los resultados deseados. Es necesario y urgente, frenar los apetitos momentáneos individuales fruto del entorno social y cultural. Contribuir con un pequeño sacrificio voluntario en cada átomo de la existencia para que la vida y la salud superen firmes y triunfantes el presente desafío de lo inconcebible.
El renombrado escritor estadounidense Mark Twain, afirmó que “quienes temen a la muerte no están preparados para la vida; y quienes han vivido a plenitud, están preparados para la muerte.” En pocas palabras, nadie parte en la víspera, sino cuando le llega su momento, tomando las debidas precauciones cuando se entiende la vida finita como una transición entre este plano físico y el infinito.
Aquellos están hastiados de vivir, no les importa. Quienes la asumen con ímpetu hedonista, menos la valoran. Y peor aún, los devotos del materialismo intrascendente, la desprecian. Todo ello en condiciones normales en sociedades más o menos avanzadas. Pero lo de ahora es algo nunca visto, en por lo menos un siglo y en un mes simbólico que agolpa todas las esperanzas.
De ahí que en este diciembre inaudito –sin abrazos sinceros, alejados, ausentes de afectos en vivo y directo, hambriento de humanidad –y que será recordado y tomado como referente por las futuras generaciones que sobrevivan–, sólo se consignará que la amenaza de la pandemia del siglo XXI fue superada por todos aquellos que en un acto de conciencia libérrima optaron por el sacrificio breve de la cooperación social, la disciplina individual y la preservación de la vida propia y ajena al precio que fuese necesario, a fin de retomar lo básico y redescubrirnos de nuevo.
En conclusión, en este diciembre para la historia quienes no valoren la santidad de la vida en salud y opten por lo opuesto –por aquello de que “lo bailao y lo bebío nadie me lo quita”, es posible que el parto de estos nueve meses les tenga la inevitable sorpresa de un merecido descanso eterno en la tumba fría, en vez de una feliz Navidad y un próspero año nuevo en vida, libertad y triunfos, a tono con las leyes naturales de la existencia.
*Jesús Rojas es sociólogo, periodista, escritor y especialista en multimedios.