Pakistán, no ha compartido nunca intereses con los EE.UU. respecto al Afganistán. Antes, durante y después de la invasión militar occidental, Pakistán sintonizó con los talibán tanto en intereses económicos (algunos inconfesables, como el narcotráfico) como religiosos y de política regional.
Madrid, Valentí Popescu
“Después, todo el mundo es sabio” es un dicho alemán que parece no cumplirse en el caso de la debacle estadounidense del Afganistán. Y no porque el acontecimiento haya sido especialmente complicado, sino porque el alud de explicaciones y lamentaciones impiden un análisis sereno.
Visto el caso en conjunto – es decir, analizando desde el porqué de la invasión hasta el porqué de la frustrada ocupación militar posterior -, la conclusión es clara: los EE.UU. fueron al Afganistán hace 20 años para privarle a Alqaeda de su principal bastión; y se quedaron después de conseguirlo, porque no se acababan de creer que lo habían conseguido.
Este resumen – incompleto, como todos los resúmenes – no incluye dos factores decisivos del fracaso. Por una parte, ni los políticos de Washington ni los militares con mando sobre el terreno entendieron jamás la realidad social y la mentalidad afganas.
Por otra parte, la Casa Blanca se percató demasiado tarde de que la permanencia militar en el Afganistán era totalmente incompatible con la estrategia defensiva global de coste mínimo emprendida por el país desde hace más de un lustro. El balance del conato de ocupación del Afganistán ha sido ruinoso: más de dos billones de $ invertidos en gastos militares y ayudas civiles.
Lo de no entender ese país, su mentalidad y “modus vivendi” se puede ilustrar con un sinfín de ejemplos. Así, por ejemplo, un error político y psicológico gravísimo que fue insistir e invertir mucho en la creación de una policía nacional al servicio del Gobierno central. Eso es quimérico en un país cuya Administración Pública ha sido siempre sumamente corrupta. Y, políticamente, significó quedarse sin los aliados afganos más importantes – los “señores de la guerra”-, ya que esa policía nacional se inmiscuía en sus respectivos tinglados económicos, echándolos a perder.
Si lo de no entender otra cultura y otra mentalidad es humano (pero incompatible con los Gobiernos de una potencia que domina el mundo), la cicatería con que el Gobierno estadounidense ha llevado a cabo su ocupación del Afganistán es absolutamente inexplicable. Tanto más, cuando los EE.UU. son la sociedad que se rige por el aforismo de que “nunca te dan más de lo que has pagado”.
Y los EE.UU. pagaron en el Afganistán menos que en ninguna otra parte. Un par de cifras para ilustrarlo: el Pentágono envió en el 2002 al Afganistán 8.000 soldados; al Kosovo envió en el 1999 5.000 hombres; pero la población del país asiático es de 21.600.000 de personas y la del balcánico, de 1.900.000. En Bosnia, tras las guerras de Milosevic, los EE.UU. y aliados donaron durante varios años 1.600 $ por habitante de ayuda humanitaria, mientras que en el Afganistán la partida similar no sobrepasó los 50 $ por cabeza.
Igual de grave e incomprensible es la decisión de Washington de quedarse en el Afganistán tras la pulverización de Alqaeda y la eliminación de su gran aliado, el Gobierno talibán. Porque este país de orografía aterradora está casi en los antípodas de los EE.UU., el abastecimiento militar de las tropas desplazadas allá solo se puede hacer por vía aérea, y la logística correspondiente es imposible sin la cooperación pakistaní.
Pero Pakistán, no ha compartido nunca intereses con los EE.UU. respecto al Afganistán. Antes, durante y después de la invasión militar occidental, Pakistán sintonizó con los talibán tanto en intereses económicos (algunos inconfesables, como el narcotráfico) como religiosos y de política regional. Se puede decir que en el caso del Afganistán, la cooperación pakistaní-estadounidense fue un matrimonio a la fuerza.
Y ya se sabe que la primera consecuencia de un matrimonio a la fuerza son los cuernos…