En resumen: a las víctimas de lo ocurrido en Afganistán y a los damnificados, ¡que los ayude Dios!; lo esencial es nuestro baratísimo desahogo socialmente consensuado. Todos a una, pero sin Fuenteovejuna.
Madrid / Valentí Popescu
La indefensión de las mujeres en el Afganistán reconquistado por los talibán es evidente. Y si las afganas corren peligro de recaer en la indefensión total, la opinión pública occidental ha caído ya – ¡una vez más! – en el papanatismo de rasgarse las vestiduras (no mucho, pero a grito limpio) por ello… y no hacer nada más.
Porque eso de no hacer nada y ponerse medallas humanitarias se nos da de maravillas a los mejora mundos occidentales. En eso de denunciar la paja en el ojo de los demás no nos gana nadie. Y en denunciar y no reaccionar (a lo sumo, un par de donativos rácanos a unas opacas ONG) tampoco nos gana nadie.
Y es que eso lo venimos haciendo tanto desde tanto tiempo y tan inútilmente que más que actos de solidaridad parecen exabruptos histéricos. De nada sirve que ya en el Siglo de Oro de las letras hispanas Quevedo escribiera que “… de nada sirve lo que no sirve para nada…”.
La inutilidad de estas manifestaciones multitudinarias y el diluvio de artículos plañideros en los medios de comunicación es meridianamente evidente. Pero no por ello se frenan en absoluto manifestaciones, declaraciones, declamaciones y aspavientos justicieros, el uno más estéril que el otro.
Tanta persistencia en la futilidad obliga a pensar que en realidad no se trata de mejorar la situación de nadie – afganas, huérfanos palestinos, refugiados sirios, damnificados haitianos, etc. -, sino de tener un protagonismo barato, gregario y realzado por la prensa boba.
En resumen: a las víctimas y a los damnificados, ¡que los ayude Dios!; lo esencial es nuestro baratísimo desahogo socialmente consensuado. Todos a una, pero sin Fuenteovejuna.
Porque – es obvio –, en vez de protestar contra la política antifeminista de los talibán se podría pedir a los respectivos Gobiernos generosas medidas de acogida de los refugiados afganos. Y también una tolerancia auténtica de los ciudadanos occidentales para con unos seres que llegan aquí con otra cultura, valores y hábitos… y todas las necesidades y angustias del destierro.
Si se es generoso de verdad se ha de aportar una miaja de sufrimiento y un muchísimo de tolerancia. Como, por ejemplo, en el Líbano. Allá, el país está sumido en el caos, sin una Administración pública real, sin política social y sin dinero. Todo esto no ha impedido que la población libanesa acogiese sin rechistar las primeras oleadas de fugitivos de la guerra civil siria.
Y si se es generoso de mentirijillas – es decir, de manifestaciones histéricas y artículos redundantes – se puede proceder como Austria, que quiere abrir nuevos campos de acogida de fugitivos… ¡en cualquier lugar fuera de las fronteras del país! Piedad aséptica, cómoda y de olvido inmediato; todo un programa para los manifestantes pro afganas del mundo occidental.