Y si es extremadamente difícil buscarle una explicación a esa memoria masoquista, el fenómeno de las reclamaciones por perjuicios sexuales más que pretéritas sí que parece tener una motivación clara: los beneficios pecuniarios eventuales.
Madrid, Valentí Popescu
La mitología griega enseña que un camino seguro para ser feliz es perder la memoria (¡pero después de morir!). Es algo que el hombre moderno no solo ha olvidado, sino que está haciendo todo lo contrario y con fruición.
Tanto a título personal como colectivo, nos emperramos y regocijamos con los fracasos y las humillaciones sufridas. Los rencores por desaires amorosos o fracasos profesionales y empresariales, así como las derrotas nacionales se mantienen vivos; todos estos reveses y humillaciones se cultivan, miman y conmemoran como si nuestra vida entera estuviera férreamente regida por el masoquismo; por el gozo de sufrir o recordar los sufrimientos.
Naturalmente, este amoroso mirar atrás hacia lo peor que nos ha pasado se ejercita personal y nacionalmente en grados distintos, pero es una práctica general con pocas excepciones. Con pocas excepciones y ninguna explicación razonable. Celebrar el vigésimo aniversario del atentado contra las torres gemelas de Nueva York – por ejemplo – no tiene para los norteamericanos más aspecto positivo que el del gozo de sufrir… ¡a menos que se sea un terrorista musulmán sanguinario! Pero lo conmemoran por todo lo alto los estadounidenses y todo Occidente, como si aquella hazaña de Alqaeda hubiera sido un logro cultural o heroico parejo a la revolución industrial, el Renacimiento o el descubrimiento de la ley de la gravitación universal, hecho por Isaac Newton en el siglo XVII.
Y si es extremadamente difícil buscarle una explicación a esa memoria masoquista, el fenómeno de las reclamaciones por perjuicios sexuales más que pretéritas sí que parece tener una motivación clara: los beneficios pecuniarios eventuales. Así, el que una presunta víctima del “me too” se duela de una presunta violación con 20 años de retraso, suena – apesta – a factura. Algo parecido sucede cuando una nación reclama agravios coloniales con cinco siglos de retraso: siempre asoma tras estas denuncias la pretensión de una indemnización por los perjuicios sufridos, hayan sido estos de dignidad / honorabilidad, de expolio o de… falta de preservativos.
Porque si no fuera así – qué sí que es así en la inmensa mayoría de los casos –, la única explicación posible sería la demencia colectiva. Y como ésta aún no se da, no es ninguna explicación aceptable.
En cambio, si se quieren entender las reclamaciones como un burdo intento de sacar tajada de hechos sumidos en el pozo de los tiempos pasados, empiezan a tener su lógica; mezquina, pero lógica. Eso es lo que sugiere el hecho de que se le reclamen a un adinerado famoso los servicios sexuales (presuntamente prestados a la brava) tiempo ha. O que se le reclame, por ejemplo, a la rica Alemania de hoy en día los desmanes de los soldados de la Wehrmacht o las SS hitlerianas, mientras que nadie les reclama a los mongoles – pobres entre los pobres – daños y perjuicios por las correrías de Gengis Khan.
Lo aberrante y ridículo, de esta memoria histórico-reivindicativa de las naciones, o sexual de los guapos y guapas de tiempo ha, es su selectividad. Las personas hipotéticamente abusadas solo recuerdan las fornicaciones de los ricos y olvidan las de los pobres. Porque cuesta creer que todos los pobres hayan sido castos y pudibundos a lo largo de los tiempos.
Y los Estados que se aprestan a reivindicar pérdidas causadas en el pasado relativamente reciente o innegablemente lejano por naciones actualmente ricas e industriales y se desentienden de los pillajes de hunos, bereberes, almorávides, macedonios, atenienses y espartanos – para citar solo los pillajes que figuran en cualquier tratado elemental de Historia – parecen caer en la misma discriminación: solo pecaron siglos ha los que hoy tienen dinero. Mucho dinero, tanto como para indemnizar a raudales, claro…
Con lo que uno acaba dándole la razón al poeta Campoamor cuando decía en una de sus “humoradas” que “…en mengua del honor y del decoro, la lucha por la vida es por el oro…”