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Por Rodolfo R. Pou
¿Cómo le instruyes a un niño, los matices de su cultura? No es normal que los niños emigren. Piénsalo. Emigrar, abandonar el campo para llegar a la ciudad o partir del país para llegar a otro, es cosa de adultos. Un niño no sabe procesar tiempo y mucho menos espacio.
El trauma que sufren los niños por la repentina ausencia de su lugar de origen es algo del cual casi no se habla. Y es que, como infante o adolescente, no tienes ni opinión ni decisión sobre ello. Sin embargo, esa realidad la viven cientos de miles de menores de edad, a diario. Una lucha psicológica sobre ¿quién soy y de dónde vengo? De ¿cómo debo de hablar y porque no se me entiende? Respuestas que, si no son condicionadas por los padres, el entorno se encarga de suplirlas y en el proceso reemplazar el origen.
Esta semana fui remontado a mi infancia, al escuchar la noticia de que como los dominicanos habíamos perdido la piedra angular de nuestra cultura musical, Johnny Ventura. Y digo que fui remontado, porque el Caballo Mayor sirvió de referencia a nuestra identidad en un momento cuando otros no sabían distinguirnos de otras comunidades. En gratitud, he optado por recontar el relato de cuando apenas iniciaba mi vida como inmigrante.
A la edad de cinco años ya había vivido en tres lugares y había asistido a cuatro recintos escolares. Esa no es una realidad exclusiva a mí, es la situación de los niños de madres solteras e inmigrantes. Lo viví cuando infante, pero lo reconocí cuando adulto.
Aunque en su momento me tocará contar la historia de mi camino por la vida, por lo menos para que a otros le sirva de referencia, por el momento prefiero nos enfoquemos en la lección que recibiera cuando niño, viviendo en una nación ajena, y el hecho de como otros, no sabían de dónde era.
Saliendo
Habíamos partido de Santo Domingo antes de que yo cumpliera los cuatro años. No lo sé porque lo recuerde bien, sino porque una foto relata la celebración de un cumpleaños de bizcocho sin velas y sin amiguitos, donde mi mano mostraba cuatro deditos.
Todos a mi alrededor eran adultos. Amigos, hermanos y familiares de Mami, quienes meses antes nos habían recibido en Washington Heights, New York. Según recuerdo, en aquel lugar éramos todos vecinos. Allí, a pesar de la distancia, seguíamos siendo dominicanos. Lo sé porque nunca he sentido ser otra cosa más que eso.
No recuerdo haber asistido a la escuela en New York, ni haber pasado más de un invierno allí. Pero sí sé que antes de los cinco añitos, ya nos habíamos mudado a Miami, Florida. Una ciudad menos densa, más callada y referencialmente parecida a lo que habíamos dejado en la isla.
Antes de comenzar a mudar dientes, mami, mi hermana y yo, nos habíamos mudado dos veces y arribado a lo que sería la tercera y última ciudad. Continuará……