Seguir a las bravas en Kabul más allá del plazo negociado con los talibán (31 de agosto 2021) era arriesgarse a nuevas confrontaciones militares.
Washington, Diana Negre*
La lectura ideológicamente correcta – correcta, ahora y aquí – de la política exterior de Estados Unidos es que se trata de un imperialismo duro y egoísta que no tiene reparo algún en sacrificar por un igual amigos y enemigos.
Con un enfoque algo más objetivo se puede decir que la política de los EE.UU. es y ha sido la conducta prepotente de toda gran nación, desde el imperio asirio hasta hoy: defender sus intereses y prerrogativas al menor coste posible. Y, en la medida de lo factible, que este coste lo asuman otros, aliados inclusive.
El egoísmo nacional es tan general y evidente a lo largo de la Historia que sólo deja de verlo quien rehúye la realidad. En el actualísimo caso del Afganistán, el abandono “in situ” de numerosísimos colaboradores y aliados no es más que otra faceta de esta política del menor costo. Seguir a las bravas en Kabul más allá del plazo negociado con los talibán (31 de agosto 2021) era arriesgarse a nuevas confrontaciones militares, con el correspondiente número de bajas militares estadounidenses, sin hablar del enorme riesgo de involucrarse en otra confrontación armada.
Y todo el mundo sabe que la que está a punto de concluir -si se mantiene la fecha del 31 de agosto para la retirada- le costó a EE.UU. la muerte de 2.500 soldados propios, 66.000 militares y policías afganos aliados y dos billones de $, a la que se ha de añadir la humillante tragedia del pasado jueves, con el mayor número de bajas norteamericanas desde hace más de diez años.
Lo que sucedió en Kabul ya ocurrió – aunque en otras circunstancias – en Saigón. Y también en la guerra contra el Estado Islámico (EI) o, remontando episodios dela “guerra fría”, en Berlín, Budapest y Praga. Los milicianos kurdos de Irak y Siria o los manifestantes de Berlín, Budapest y Praga fueron dejados a su suerte después de las respectivas crisis.
En la guerra contra EI, Washington no estableció con los milicianos kurdos más que una alianza bélica. Nada se negoció ni nada se les prometió para después de la victoria.
El que fuera de justicia haberlo hecho es una cuestión moral… y la grandes potencias de todos los tiempos no han mostrado jamás tener la moral en sus arsenales militar y diplomático.
Durante la “guerra fría”, berlineses, húngaros y checos intentaron sublevarse contra la URSS a causa de la opresión soviética; Washington no prometió nada a nadie en aquellas ocasiones. Ayudarles directamente habría llevado el mundo a una III Guerra Mundial.
Demasiado costoso
Por último: el lavarse las manos ante el drama de los amigos locales que no han podido llegar estos días al aeropuerto de Kabul lo han practicado casi todos los países occidentales involucrados en la fracasada guerra contra los talibán. Y ninguno ha sido puesto en la picota tanto como EE.UU.
Y es que el costo de ser odioso no lo ha podido evitar nunca ninguna potencia hegemónica de la Tierra.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.