La Kwanza es un intento de convertir las festividades de fin de año en una ocasión de identificación racial, pero no para proclamar la unidad ni la integración de los negros norteamericanos en la sociedad del país, sino todo lo contrario.
Washington, Diana Negre*
Las festividades de diciembre, sean religiosas por la Navidad o seculares como la bienvenida al año nuevo, han tocado a su fin. Religiosas o no, han sido típicamente americanas, no cristianas, con sus árboles de Navidad, celebraciones en casas y empresas, viajes familiares y cenorras siempre que el Covid lo ha permitido.
En realidad, la Navidad ha dejado de ser religiosa para convertirse en una celebración nacional, algo así como un consenso americano de que ha llegado el momento de festejar lo bueno y olvidar lo malo, de reunirse todos en una hermandad de buena voluntad. Hasta el punto de que participan gentes de otras religiones y hay familias judías que ponen un árbol de Navidad… porque es la forma en que celebran sus vecinos quienes, a su vez, siguen una tradición festiva y no religiosa.
Pero desde hace algunos decenios, existe una nueva forma de celebrar la Navidad: lo que quiere convertirse en una “tradición” data de más medio siglo atrás y se debe al invento de un “activista” negro, quien en 1966, ofreció a sus hermanos de raza la KWUANZA, una celebración que coincide con las fiestas navideñas y de fin de año.
Aporta dos novedades: ni pretende ser religiosa, ni es americana sino todo lo contrario, pues trata de ensalzar las diferencias raciales y los orígenes culturales de la población negra, lejos del hemisferio en que se hallan y exaltando sus raíces africanas.
La Kwanza es un intento de convertir las festividades de fin de año en una ocasión de identificación racial, pero no para proclamar la unidad ni la integración de los negros norteamericanos en la sociedad del país, sino todo lo contrario. Es para señalar sus diferencias e insistir en su identidad africana, diferente de la mayoría de la población que tiene sus orígenes raciales en Europa.
Cierto que antes de todos ellos estaban los nativos, pero representan un pequeño porcentaje, inferior al 2%. También hay inmigrantes del continente americano, quienes suman casi el 19% entre documentados, residentes legales e indocumentados. Otro gran grupo étnico proviene de diversos países asiáticos, con el 7%, mientras que aproximadamente el doble pertenece a la raza negra, aunque el color de su piel oscile del negro a casi blanca.
Es para este grupo, que representa menos de la sexta parte de la población, que se inventó la Kwanza, unas celebraciones que duran siete días y se centran en las diferencias raciales y culturales.
Además de no tratarse de una celebración religiosa, sino estrictamente laica, tampoco trata de buscar una mayor armonía racial. Por el contrario, la Kwanza es como una Navidad alternativa, para gente de otra raza y cultura que el resto del país, a la que se quiere dar unas tradiciones nuevas y hacerle creer que la Kwanza trata de recuperar sus tradiciones ancestrales, tanto culturales como raciales, ancladas en su identidad africana.
Es algo poco convincente, pues la Kwanza se basa en las tradiciones e idioma swahilis, en la costa oriental de África, mientras que la mayoría de los esclavos traídos a las costas norteamericanas eran del occidente africano.
Los promotores de estas festividades no forman parte de las corrientes que buscan armonía y acercamiento racial, pues entre ellos se hallaba Malcolm X, un personaje perseguido por la justicia y visto por muchos como un abogado de la violencia y la separación de razas. El inventor de la Kwanza, Maulana Karenga, es un profesor de la Universidad de California que trata de establecer un “nacionalismo cultural”.
Este nacionalismo sería, según sus palabras, un medio de “reconstruir la cultura y la historia del continente negro para revitalizar la cultura africana actual en América”.
Karenga, cuyo nombre de pila era Ronald McKinley Everett, decidió adoptar un nombre de origen swahili, en que Maulana significa “maestro” y Karenga “nacionalista” y buscaba unas festividades exclusivas y propias de la población africana. Pensaba que, así, los negros se sentirían orgullosos de unas tradiciones y no, como hasta eso momento, sin otras referencias a su pasado y sus orígenes que la esclavitud sufrida en América.
Karenga, quien flirteó con los movimientos radicales negros de Malcolm X y con los “musulmanes negros”, otros grupo radical, se decidió finalmente a promover de forma pacífica el “africanismo”.’
En contraste con las costumbres europeas que formaron el país en los últimos tres siglos, y a diferencia del famoso líder negro Martin Luther King, asesinado en 1968 por otro negro que no comulgaba con su política, no busca la integración racial, sino una identidad que distinga y separe a los negros.
Si Martin Luther King en su famoso discurso “I have a dream” (tengo un sueño) hablaba de su deseo de que a la gente se la conociera por sus ideas y actividades, en vez de distinguirla por el color de su piel, Karenga, igual que otros activistas negros, no busca la integración. Algunos de estos líderes negros hablan incluso de una superioridad racial, aunque en el caso de Karenga se trata más bien de la necesidad de distinguirse como una raza diferente y de mantener una identidad propia distinta a la de los blancos y otras razas que viven en el país.
La Kwanza tiene un ritual y un calendario de siete días, a partir del 26 de diciembre y hasta el 1 de enero. Cada día está dedicado a una reflexión diferente, algo que sigue la tradición africana swahili. Se trata de pensar en la unidad, autodeterminación, responsabilidad, cooperación económica, propósito, creatividad y fe. Cada uno de estos conceptos está representado por una vela, que se coloca en un candelabro especial situado sobre una mesa con un tapete de paja.
Los candelabros son de tres colores, tres rojos, tres vedes y uno negro, y se van alumbrando uno cada día, según un orden prescrito.
En los 50 años largos desde que se inventó esta celebración, no solamente que no ha conseguido muchos seguidores, pues los cálculos más frecuentes no estiman que superen el millón, , sino que tampoco se ha extendido a otros países, a diferencia de lo que ocurre con tantas costumbres norteamericanas.
Cierto que los negros en EE.UU. han tenido experiencias distintas de las de otros países, pero parece que, a pesar de las reivindicaciones raciales, los negros americanos son más americanos que negros. Más bien se parecen a los blancos a la hora de olvidar sus tradiciones ancestrales. Es raro que los norteamericanos de origen francés, alemán, holandés o incluso hispano mantengan sus idiomas o sus hábitos culturales originales. En el caso de los negros, todavía se hace más difícil mantener una tradición que para muchos es desconocida, pues ni siquiera saben de qué lugar venían exactamente y sus historias familiares se borraron en la pesadilla de la esclavitud.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.