Pero que el 2022 no sea 1945 no es aceptado en el Kremlin. Y así, a Putin y su Gobierno les parece lógico y legítimo reclamar ahora un “Yalta II”, casi idéntico al Yalta del siglo pasado que negociaron en su día Stalin, Roosevelt y Churchill.
Madrid, Valentí Popescu
Para los occidentales, la política rusa – al igual que la mentalidad de este país – resulta casi incomprensible. Y no es que lo sea; es que el mundo atlántico es tan egocéntrico que se emperra incluso hoy en ignorar la historia y las obsesiones de los demás… comenzando por las de Rusia.
De todas las Rusias; desde la escandinava de los rus de Kiev hasta la Federación Rusa de Putin, pasando por la de los zares, el ducado de Moscú y la Horda Dorada de los mongoles. Y en esta historia hay un rasgo esencial que diferencia la evolución rusa de la de las grandes potencias occidentales: fue el único gran imperio colonial que no perdió nunca sus colonias. Se perdió a si mismo él solito en más de una ocasión; pero sus colonias siguen siendo rusas. Siguen siendo rusas estructuralmente e incluso, mentalmente… hasta cierto punto.
El imperialismo-colonialismo ruso lo comenzó el ducado de Moscú, expandiéndose por el noreste asiático (Siberia hasta la península de Kamchatka) tras el declive de la Horda Dorada. Fue una expansión que continuó siglos más tarde por el sur (Cáucaso) hasta llegar a dominar la sexta parte de la superficie terrestre.
A diferencia de los imperios occidentales, Rusia no perdió nunca estas colonias. Y también a diferencia de los occidentales, Rusia no intentó nunca una repoblación étnica de las nuevas tierras. Su colonialismo fue, en cierto modo, una réplica de sus muñecas “matrioshka”: las tierras conquistadas eran deformadas política y administrativamente hasta tener perfil y formato ruso. Y la menor personalidad cultural posible. Así, al igual que las muñecas folklóricas rusas, cabían todas las administraciones en una sola: la de la madre política, Rusia.
Era – y aún intenta serlo hoy en día – una asimilación con calzador. Rusia tenía la fuerza y las colonias, la obediencia; tenían que ser “a la rusa”, sin concesión alguna. El modelo colonial moscovita lo adoptaron los zares, los bolcheviques y – en la medida de sus posibilidades – Vladimir Putin, quien ha construido una federación (la Federación Rusa) que se parece más a un kanato mongol que a una asociación voluntaria de hombres libres.
Claro que si Moscú deformó las naciones y las almas conquistadas hasta que se pareciesen a ella y las colonias, por su parte, deformaron el colonialismo ruso hasta darle rasgo de canibalismo político: un amo, una voluntad, una sumisión total del pueblo. Y el Kremlin acabó auto intoxicándose de prepotencia hasta el punto de que en su horizonte político casi no quedan huellas de tolerancia en la coexistencia internacional y hasta en la nacional. El concepto dominante en el territorio y en los Gobiernos es el imperialismo más duro…
Y como el momento histórico de máximo poderío y extensión del imperio ruso fue la URSS de la “guerra fría”, a Putin le ha parecido perfectamente lógico y aceptable decir que los antiguos territorios del pacto de Varsovia (Polonia, Países Bálticos, Hungría, Eslovaquia, Chequia, la extinta Yugoslavia, Rumania y Bulgaria) y ex repúblicas soviéticas, ahora independientes “…tienen hoy en día soberanía, pero no independencia fáctica…“. El caso de Chechenia – rusificada e integrada a cañonazos – ilustra con toda claridad el pensamiento de Putin, el pensamiento político ruso.
Además, este subconsciente de imperio colonial sigue cristalizado en los dirigentes rusos desde los últimos meses de la II Guerra Mundial, cuando la URSS y el capitalismo se dividieron el mundo en zonas de influencia.
Pero que el 2022 no sea 1945 no es aceptado en el Kremlin. Y así, a Putin y su Gobierno les parece lógico y legítimo reclamar ahora un “Yalta II”, casi idéntico al Yalta del siglo pasado que negociaron en su día Stalin, Roosevelt y Churchill. Putin reclama hoy como entonces un mundo repartido entre Rusia y Occidente y con garantías de inmovilismo militar. Porque, pese a todas las nostalgias y colonialismos, Moscú sigue creyendo que Occidente es más poderoso y quiere congelar el statu quo.
A buen seguro saben en el Kremlin que eso es pedir peras al olmo, pero en una mentalidad imperial ininterrumpida desde hace seis siglos es más que fácil ver solo peras en todas partes. Y a buen seguro, también, en occidente se deben acordar del dicho popular que “…al vicio de pedir se contrapone la virtud de no dar…”