Si a pesar de este escenario, Putin se ha lanzado a la aventura es porque por un lado, si pierde, la Federación Rusa no pierde nada: seguirá estando donde estaba antes de la crisis. Pero, sobre todo, porque está convencido de que el riesgo de que el órdago militar se salga de madre y haya tiros sí que inquieta en Washington y Bruselas.
Madrid, Valentí Popescu
La crisis ruso-ucraniana está evolucionando hacia un doble callejón sin salida: ni es probables una solución bélica, ni es posible una congelación de la constelación política internacional. Ninguna de estas opciones resolvería el problema.
Porque ni militar, ni política y aún menos, económicamente hay motivos para que Occidente ceda a la presión de Putin, en tanto que para Rusia la vinculación de Ucrania a la Federación Rusa es irrenunciable por ser clave para el futuro del país más oriental de Europa. Sin la reincorporación de Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán, Rusia no dejará ya nunca más de ser una potencia segundona en el escenario mundial.
Pero, hoy en día, la reclamación política de Moscú – que Ucrania no llegue jamás a formar parte del mundo económico y militar occidental – es irrenunciable para Putin en tanto que los EE.UU. y la OTAN no le encuentran argumentos válidos a la exigencia rusa porque la actual correlación de fuerzas sigue siendo claramente desfavorable para el Kremlin.
Por otra parte, esta falta de recursos políticos obliga al presidente ruso a amagar con un arreglo militar del problema. Putin – patriota hasta la médula y nostálgico de la URSS hasta el absurdo – lo hace obligado por las circunstancias. La evolución de la economía rusa no es lo suficientemente satisfactoria como para garantizar la continuidad en el poder de la actual camarilla gubernamental. Putin necesita ahora más que nunca aparecer ante la población rusa como el gran héroe nacional; el Otto von Bismarck del siglo XXI. La alternativa es una salida por la puerta de atrás.
Evidentemente, el amago no es más que eso: un órdago. No porque el actual Ejército ruso – modernizado, reestructurado y experimentado en combate (Georgia y Siria son los escenarios más conocidos) no pueda llevar a cabo una conquista relámpago de Ucrania, mucho peor pertrechada y con unos efectivos militares tres veces menores que los rusos, sino porque esto embarcaría a la Federación Rusa en una empresa imposible: una guerra prolongada, de desgaste, para la que carece de las finanzas necesarias. Y una guerra total – una guerra nuclear – significaría un morir matando.
Los tratados y las promesas han sido en la Historia verdades frágiles y efímeras. Pero en el contexto internacional actual, cualquier reconocimiento de las razones rusas ya sería para el Kremlin una notable mejoría de su posición nacional e internacional. Y para Putin, un éxito más que suficiente para justificar (y prolongar) su gestión al frente de la Federación Rusa.