Que Rusia haya tardado tanto tiempo en lograr sus objetivos militares es sorprendente.
Madrid,Valentí Popescu
El creciente número de víctimas y la casi-catásfrofe de la central atómica ucraniana de Zaporizhzhiano dejan lugar a dudas de que en Ucrania hay una guerra y de que Rusia no para de lanzar ataques contra lo que había sido una de las repúblicas soviéticas.
Pero es también una guerra en que los rusos no parecen decididos a entrar del todo, es algo así como un amante que le mete mano a la novia y no se decide ni a una relación estable ni a una violación.
Que Rusia haya tardado tanto tiempo en lograr sus objetivos militares es sorprendente, cualquier podía imaginar que, de haber una verdadera voluntad, Rusia podría hasta ahora haberse impuesto fácilmente en Ucrania o, de haber querido, llegado hasta la frontera alemana.
Una posible explicación de la conducta rusa es que ellos se creen todavía más débiles de lo que los creen los occidentales.
La guerra relámpago, la llamada “blitzkrieg” está al alcance de Rusia, pero cualquier capitán de caballería sabe que, tras haber llegado a una ciudad y conquistarla, hay que ocuparla, tener una infraestructura y, a pesar de la modernización experimentada por las fuerzas armadas rusas en los últimos años, tal vez no están todavía a la altura de las circunstancias.
Tal vez sea esto lo que retiene a Putin, porque de otra forma el conjunto de la crisis ucraniana resulta incomprensible. Las relación de fuerzas de 1 a 4, o como mínimo de 1 a 3, con lo cual el constante y lento avance hacia Kiev o Kharkhov, a lo largo de días, por parte de un ejército de 30 mil hombres, carece de lógica.
También carece de lógica que Occidente, aparte de cerrar la bolsa, se limite a hacer declaraciones. Mientras los líderes europeos y americanos se dedican a rezarle a la Virgen como si pidieran lluvia, hay que hacerse la pregunta de lo que realmente puede aportar una solución: ¿Qué pueden darle a Putin para que se marche sin perder la cara?
Y esto no lo ha intentado responder nadie, o al menos no lo han manifestado a los atónitos habitantes de nuestras sociedades occidentales.