De momento, todavía es un prestigio en otros países el título de una gran universidad norteamericana y también allí abre puertas, pero no tiene el efecto multiplicador de que disfrutan los que son oriundos del país y tienen aquí a sus familias.
Washington, Diana Negre*
¿Cuánto pagaría usted para que su hijo tenga a otros estudiantes como catedrático? ¿Y cuánto para que su universidad suspenda los exámenes y reparta los títulos sin considerar el rendimiento académico?
En el país de mayor coste para la enseñanza superior, la respuesta es simplemente “mucho”, porque justamente es lo que está ocurriendo en universidades de prestigio: los catedráticos contratan ayudantes entre sus alumnos, desde los más aventajados al principio de sus estudios, hasta los que ya están preparando su doctorado y son ellos quienes imparten la mayoría de las clases.
En un fenómeno tan frecuente que resulta prácticamente imposible saber cuál es la calidad de las clases impartidas por estos catedráticos suplentes, pero es muy probable que los responsables de pagar las matrículas sean los padres o los propios estudiantes, esperan que sus profesores sean los titulares las cátedras.
La situación ha pasado a las noticias por las protestas, no de los estudiantes, sino de los profesores suplentes, que no se consideran suficientemente bien remunerados. Las diversas universidades no le ven solución al problema: para subir el sueldo a estos suplentes, no se les ocurre otra forma de financiar el gasto que no sea subir el precio de la matrícula anual…es decir, que los catedráticos suplentes verían aumentado el gasto que les corresponde a ellos por asistir a la universidad de la que siguen siendo alumnos.
“Ya pagamos bastante”, han dicho en varios actos de protesta por su escasa remuneración y es probable que la situación se prolongue sin remedio y las clases las sigan impartiendo estudiantes por poco dinero, aunque las matrículas universitarias seguirán por las nubes.
Un observador extranjero podría imaginar que todo esto servirá de motivo para ahorrar decenas de miles de dólares y renunciar a estas universidades de prestigio. Es probable que los catedráticos de otros centros con menos renombre enseñen mejor que cualquier estudiante.
Pero no es lo que está ocurriendo, en parte porque la universidad a la que uno asiste representa algo así como una cofradía y una tarjeta de recomendación para puestos de trabajo durante toda la vida. Sin olvidar que las amistades hechas en los años de estudio duran con frecuencia toda la vida y los exalumnos se ayudan entre sí.
Ya en el último año de estudios, los estudiantes reciben visitas de gente encargada de contratar personal para diversas empresas, de forma que muchos jóvenes ya tienen el trabajo esperándoles cuando se gradúan. A mayor prestigio de su universidad, mayor interés de los patronos y mayores salarios.
Esto no significa que cualquier título universitario abra las puertas profesionales, pues se trata de valorar el prestigio de la institución y el tipo de carrera. Hoy en día han proliferado una serie de disciplinas como “estudios femeninos”, “educación al aire libre”, “cultivo de marihuana” o “astrobiología” en que los patronos tienen tan poco interés que muchos graduados acaban en el paro o vendiendo artículos de arte en las ferias de sus ciudades.
Pero centros como Georgetown, Duke, Wharton, Virginia Tech y otras universidades de gran prestigio garantizan que los estudiantes de disciplinas más tradicionales o buscadas hoy en día tengan un buen empleo asegurado ya antes de graduarse.
Si es comprensible que las familias pudientes se gasten sus duros en enviar a sus retoños a estos centros de enseñanza-contratación, ya lo es menos en el caso de los extranjeros, a no ser que estos estudiantes foráneos piensen quedarse en Estados Unidos. De momento, todavía es un prestigio en otros países el título de una gran universidad norteamericana y también allí abre puertas, pero no tiene el efecto multiplicador de que disfrutan los que son oriundos del país y tienen aquí a sus familias.
En parte porque los años académicos sirven no solo para aprender, sino también para establecer contactos que servirán toda la vida.
Los exalumnos de las grandes universidades forjan amistades y forman redes de apoyo mutuo que frecuentemente les son útiles a lo largo de sus carreras. El precio, visto desde Europa, nos parece algo abultado, pues hay matrículas de más de cincuenta mil dólares anuales, a las que hay que añadir los gastos de manutención. Pero aquí en Estados Unidos todo es mucho más caro y la renta per cápita es también mucho más alta
Por otra parte, las ayudas económicas abundan y hasta se perdona la deuda en muchas ocasiones. A veces porque las instituciones que hicieron los préstamos prefieren cerrarlas a un precio reducido y eliminarlas de sus libros contables. Ahora, incluso el presidente Biden intenta que se perdone la deuda a los estudiantes, al menos en parte, aunque por ahora sus esfuerzos han fracasado en los tribunales repetidamente.
Pero quizá lo más importante es que no hay alternativa, no hay universidades a las que tan solo se va a clase como abundan en Europa: aquí se exige a los estudiantes que vivan “in capus, es decir, dentro del área universitaria donde hay múltiples residencias. Tampoco es posible renunciar a una enseñanza más elevada que la recibida en las escuelas públicas, a veces muy deficiente. Y mientras los clientes académicos nos sean jóvenes de otro país, que podrían aprender lo mismo por mucho menos dinero en sus clases, parece que se trata de una inversión aceptable.
O quizá no dure mucho tiempo: si se hace evidente que las universidades, además de sus cuidados céspedes, amplias instalaciones deportivas y elevadas pretensiones ofrecen poco más de lo que uno puede aprender por mucho menos dinero en otros centros o en el ciber-espacio, empezarán a perder clientes de tal forma que no podrán financiar sus elevados costos.
Sería otro fin de un sueño americano, como desapareció el sueño de la prosperidad para todos, de la salud para todos o de las posibilidades ilimitadas que este país rico en recursos y en territorio, parecía ofrecer a cualquier inmigrante que llegaba a sus costas.
Hoy en día han proliferado una serie de disciplinas como “estudios femeninos”, “educación al aire libre”, “cultivo de marihuana” o “astrobiología” en que los patronos tienen tan poco interés que muchos graduados acaban en el paro o vendiendo artículos de arte en las ferias de sus ciudades.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.