Se da además la coincidencia, de que los estados más entusiastas por las nuevas fórmulas para resolver problemas sociales, acostumbran a ser también los más progresistas.
Washington, Diana Negre*
Tanto la delincuencia, como la desigualdad entre ricos y pobres, o la ignorancia en amplios sectores de la población son problemas sociales graves que tienen presentes muchos norteamericanos y que, a pesar de medidas tomadas durante largo tiempo para combatirlos, se mantienen de forma pertinaz.
Pero algunos lugares de Estados Unidos parecen haber encontrado el camino de eliminarlas, quizá no tanto de la realidad en las calles o los hogares, sino de la conciencia popular.
La solución es simple, aunque haya sido necesario tiempo para aplicarla de manera amplia. Tiene, además, la ventaja de reducir el número de reclusos en las cárceles, o la frustración de los estudiantes que no aprenden, o incluso la indignación de quienes no se benefician de la prosperidad de que gozan otros.
Después de mucho tiempo de luchar contra estos problemas, finalmente la solución está a la vista: se eliminan la calificación como delito de una serie de actos habitualmente calificados como tales, excepto los más violentos -con lo cual ya no hay delincuentes y baja el número de reclusos en las cárceles. En las escuelas, desaparecen los exámenes y la exigencia de que los niños y jóvenes aprendan asignaturas, son lo que nadie queda atrasado. En las Universidades, se eliminan los criterios de conocimiento de diversas disciplinas, que quedan suplantados con medidas para igualar a los diversos grupos económicos y sociales, con lo cual ya no hay estudiantes rechazados por ignorantes.
El éxito en la carrera igualitaria está asegurado y tiene ya efectos en el alumnado universitario, que llega a veces con escasos conocimientos pero con gran seguridad y confianza en sí mismo. Igualmente repercute de manera positiva en la autoestima de los escolares, que no han de sufrir por los suspensos, ya que no hay notas, ni pueden cometer el pecado de orgullo al sentirse ufanos de saber más que los demás.
También se refleja de manera positiva en la población que no respeta las leyes: las personas que roban en comercios, donde las cámaras de vigilancia registran los hurtos, no tienen nada que temer pues la policía no los persigue y los jueces no los sentencian, de forma que no aumentan la población penitenciaria y disfrutan de los artículos conseguidos sin efectivo ni tarjeta de crédito.
Otro cantar es lo que está ocurriendo con los comercios desvalijados o las ciudades en que ocurren estos atropellos: en muchos lugares, simplemente cierran sus puertas y dejan zonas enteras sin suministro. También surgen problemas entre los graduados universitarios: si un título académico era antes una garantía de buen empleo, hoy en día vale más o menos lo que el papel mojado, especialmente si la licenciatura es en las nuevas disciplinas como “estudios de género”, “análisis de la desigualdad social” y otros temas de interés reciente.
Estas soluciones no se aplican a todo el país ni en todas las universidades, aunque las “tradicionales” son vistas cada vez más como “aburridas”.
Pero las principales diferencias entre diversos estados están en la lucha contra la delincuencia, que todavía se mantiene en estados vistos como retrógrados por quienes abrazan la nueva tolerancia. Así que zonas con modos de vida más tradicionales, como por ejemplo el estado de Texas, están recibiendo un influjo de población que huye de las nuevas tendencias.
Se da además la coincidencia, de que los estados más entusiastas por las nuevas fórmulas para resolver problemas sociales, acostumbran a ser también los más progresistas. Cuando la población de estos estados progresistas emigra en busca de mayor seguridad, su llegada preocupa a los lugares de refugio, pues temen que traigan consigo las ideas que perpetúen la ignorancia de los estudiantes o toleren la delincuencia.
Tanto es así, que algunos residentes de los estados conservadores que reciben a estos “refugiados” de zonas con ideologías “tolerantes”, sugieren que los recién llegados se vean obligados a observar una pausa antes de votar en las elecciones locales, pues temen que se inclinen por candidatos que sigan la misma política de ignorar la delincuencia y tolerar la pereza escolar.
Donde la situación es especialmente difícil -y donde las fórmulas de aceptar lo que había sido inaceptable ya no sirven- es en la epidemia de la droga. Gracias a las drogas sintéticas, ha alcanzado dimensiones epidémicas: el año pasado, murieron más de 107.000 personas a causa de una sobredosis y las tres cuartas partes de estos casos se debieron al fentanilo, producido en laboratorio y de gran potencia.
Las drogas, además de causar muertes, influyeron también en el mercado laboral que se recuperó más lentamente de la pandemia a causa de la pérdida de mano de obra, pues la mayoría de las sobredosis se registra en personas en edad laboral y menores de 50 años.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.