Casi tres siglos desde su fundación, y más de un siglo después de convertirse en la primera potencia industrial del mundo, Estados Unidos sigue siendo un país con el corazón rural, por muy industrializada que esté su sociedad y por pequeño que sea el porcentaje de su población agrícola.
Washington, Diana Negre*
Desde hace cuatro siglos, cuando los primeros colonos británicos llegaron a sus costas, Estados Unidos ha sido el país de la abundancia: materias primas, territorios amplios para residir y cultivar, trabajo para todos, dinero en abundancia para crear grandes fortunas o por lo menos para vivir sin estrecheces.
Lo único que escaseaba era la mano de obra, lo cual era a la vez fuente de buenos salarios y un atractivo para la inmigración de todo el mundo, de forma que las fábricas y empresas norteamericanas podían abastecer a toda su población y exportar sus mercancías.
De todo este escenario, lo único que perdura es la falta de mano de obra, llegada a extremos tales que los empresarios se ingenian para atraer a los preciosos trabajadores que todos necesitan. Incluso les ofrecen residencias mediante programas especiales para construir viviendas de precio moderado y con ayuda financiera.
Hoy en día, sus 350 millones de habitantes se enfrentan a la escasez, la desunión y las preocupaciones por su futuro. Estados Unidos, la primera economía del mundo, no va a desaparecer como país, pero la idea que los norteamericanos tienen de sí mismos y la singularidad que ha caracterizado a esta nación, van camino de desaparecer.
Casi tres siglos desde su fundación, y más de un siglo después de convertirse en la primera potencia industrial del mundo, Estados Unidos sigue siendo un país con el corazón rural, por muy industrializada que esté su sociedad y por pequeño que sea el porcentaje de su población agrícola.
Aquí se genera la mayor producción mundial de algunos productos agrícolas como maíz, soja, ganado vacuno, pollos o pavos. Esta abundancia se debe a varios factores, desde la automación del sector que permite obtener unos precios de producción relativamente bajos y con grandes los excedentes, pues la población es relativamente escasa. Basta comparar sus 350 millones de habitantes a los más de 1.300 de China o más de 1000 de la India, o incluso a los 500 millones de Europa.
Las grandes extensiones de territorio vacío han dado forma a la sociedad norteamericana, donde se pueden recorrer centenares de kilómetros sin ver a una sola persona, lo que ha exacerbado el sentido individualista de todo el país.
Pero todo esto va cambiando: por una parte, en las zonas rurales los campesinos representan una minoría y el resto de la población se dedica a diversas industrias, procesamiento y transporte de productos agrícolas.
Son zonas políticamente conservadoras que favorecieron al presidente Trump hace casi 6 años y que esperan a un político capaz de poner fin a lo que ven como desmanes del Partido Demócrata, cuya política progresista controla las zonas costeras como California o Nueva York, con resultados que los conservadores consideran inquietantes
El corazón rural de EEUU va camino de cambiar lo que haría prever un giro a la izquierda en todo el país, con el Partido Republicano enfrentado a crecientes dificultades, aunque no siempre es así porque los republicanos se van convirtiendo en un partido de ideas populares mientras que los demócratas representan a los intelectuales progresistas.
Quizá el cambio más llamativo es que la escasez ha reemplazado a la abundancia de antes y esta escasez la empiezan a notar los norteamericanos desde que llegan al mundo, pues las fórmulas especiales para alimentar a los bebés brillan por su ausencia en los supermercados, con el natural descontento entre las familias jóvenes.
Aunque se toman medidas para aliviar esta situación, ya se convertido en un caballo de batalla político, pues donde no parece faltar esta mercancía es en la frontera mexicana, a la que se han llevado grandes cantidades de este producto para ayudar a las familias que tratan de entrar en el territorio norteamericano. Los republicanos acusan ahora a los demócratas de buscar nuevos “clientes” en la población de inmigrantes.
También esta avalancha de inmigrantes representa una nueva fase, no porque el país no fuera antes un imán para el resto del mundo, sino por lo caótico del proceso que ninguno de los dos partidos, ni por separado ni en coalición, tiene el valor de resolver.
Pero quizá lo más llamativo es la pérdida de la libertad de expresión, especialmente notoria en el mundo académico donde tanto alumnos como profesores han de seguir las ideas aceptadas por sus directivos y por una especie de censura estudiantil. En estos momentos, son de “corrección política”, de tendencias muy progresistas y los profesores que se desvían se ven obligados a dimitir, los estudiantes son a veces expulsados de los diversos centros académicos y, en general, se guardan de expresar sus ideas si no se adaptan a la ideología imperante.
Un gran cambio para un país cuya primera enmienda a la Constitución defiende la libertad de expresión que hoy en día parece más que nunca limitada a las urnas electorales donde el voto es secreto, al abrigo de presiones y censuras.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.