¿A qué se deben las dificultades que Rusia parece tener para una victoria militar en Ucrania, que en febrero parecía inevitable? ¿Está tan mal preparado el ejército ruso, en personal y en armamento, que no puede resistir las acciones de un país mucho menor?
Washington, Diana Negre*
La decisión rusa de movilizar 300.000 soldados para la guerra con Ucrania plantea una larga serie de preguntas a las que probablemente nadie, excepto Vladimir Putin, tiene una respuesta clara.
Más de medio año más tarde desde la “operación militar especial” lanzada contra Ucrania, Putin ha dado unas órdenes que parecen más propias de una guerra y que indican el poco éxito de la campaña rusa en Ucrania hasta ahora.
Incluso ha hablado de lanzar un ataque atómico y podría justificarlo con la defensa de territorios rusos, toda vez que está a punto de incorporar a su país zonas “liberadas” de Ucrania. Es cierto que se trataría de ataques reducidos, pero podrían volverse contra la propia Rusia por razones simplemente meteorológicas. ¿Habrá algo que lo disuada para que no siga este camino?
¿A qué se deben las dificultades que Rusia parece tener para una victoria militar en Ucrania, que en febrero parecía inevitable? ¿Está tan mal preparado el ejército ruso, en personal y en armamento, que no puede resistir las acciones de un país mucho menor? ¿O es que las armas occidentales, especialmente el sistema de misiles HIMARS es tan superior a los arsenales rusos?
Ciertamente, los misiles HIMARS (High Moblility Artillery Rocket System) no parecen tener contrapartida rusa y son muy efectivos para frenar el avance de las tropas enemigas. Al principio de esta guerra, los ucranianos no disponían de estas defensas, pero ahora tienen varias plataformas HIMARS entregadas a principios de verano por Estados Unidos.
Otra arma que tal vez influyó son los “drones”, también norteamericanos, y también utilizados contra los rusos en Ucrania, como en su día lo fueron en Afganistán en las postrimerías de la Guerra Fría.
A la vista de la respuesta rusa y con el riesgo de que la conflagración se extienda ¿es mejor que los países occidentales continúen abrazando a Ucrania, o que mantengan una cierta distancia para que Moscú no se sienta amenazado?
Al margen de consideraciones geoestratégicas, ésta parece una guerra indirecta. ¿Por qué la ha lanzado Estados Unidos? ¿No parecería más lógico que se preocupara por la amenaza del creciente poderío chino, más que por el desgastado eximperio soviético?
Y si Estados Unidos tiene interés en este conflicto, ¿Por qué ha esperado tanto a enviar armas a Ucrania? Ciertamente, los efectivos americanos llegaron mucho más tarde que los de otros países de la OTAN y Washington parecía poco interesado en enviarlos por temor a que los ucranianos no los supieran utilizar. ¿O quizá el interés por probar nuevas armas y tácticas justificó el riesgo y las vidas perdidas?
En cuanto a Putin, ¿responden sus acciones a los intereses geoestratégicos de Moscú, o se equivocó y mordió el anzuelo que le lanzó Washington?
Sea cual sea la respuesta a estas preguntas, el conflicto no lleva trazas de acabar pronto sino de seguir como una guerra de desgaste en las zonas de guerra y una fuente de tensiones entre Rusia y los países occidentales. Es también una amenaza para las economías europeas debido a la falta de energía para mantener su industria o para calentarse en invierno.
Rusia también sale perdiendo pues, si bien la China le compra los excedentes de gas o de petróleo, lo hace a precios menores que Alemania.
Si todo esto tiene una respuesta difícil -o imposible- es sin embargo claro que la preocupación es un tanto inútil: Vladimir Putin, con o sin el apoyo occidental, es a fin de cuentas otro zar, lo mismo que han tenido los rusos en los últimos siglos, en que pasaron del pequeño ducado de Moskovia a ser el país con más territorio del mundo pues se extiende por 11 franjas horarias.
Y son zares, ya fueran monarcas o secretarios del Partido Comunista, lo que ha tenido Rusia -o en su día la Unión Soviética liderada por Rusia- desde los días del Ducado de Moskovia.
Tal vez Mihail Gorbachov, muerto casi en desgracia recientemente y odiado por Putin por haber presidido la desintegración del Imperio Soviético, sea una excepción a los mandatarios moscovitas. O quizá también le acompañe Boris Yeltsin, quien tuvo que ceder las riendas del Kremlin a Putin, que devolvió el país a sus cauces imperiales.
Rusia seguirá su camino manteniendo sus grandes extensiones e intentando recuperar lo que pueda de sus antiguas glorias soviéticas. Lo hará con o sin Putin, da igual quien sea el zar del momento.