Como las diferentes ideas siguen unas líneas geográficas, las dos costas son cada vez más un bastión progresista mientras que el centro del país es crecientemente conservador.

La división más visible en estos momentos es de los diversos candidatos -o posibles candidatos- presidenciales del Partido Republicano, que parecen ya andar a la greña antes de anunciar candidaturas, excepto la ya esperada del expresidente Donald Trump quien este pasado martes confirmó su intención de regresar a la Casa Blanca.

Washington, Diana Negre*

Esto de dividir y perder suena contrario a lo del “divide y vencerás” que tanto hemos oído como táctica para imponerse a un adversario, pero en el caso de las elecciones norteamericanas simplemente refuerza el argumento tradicional: quien divide aquí son todos: los políticos con ambiciones electorales, los partidos en su propio seno, los diversos grupos sociales, las diferentes generaciones, la gente del campo y la de la ciudad… y cualquier otro grupo o estamento en que podamos pensar.

La división más visible en estos momentos es de los diversos candidatos -o posibles candidatos- presidenciales del Partido Republicano, que parecen ya andar a la greña antes de anunciar candidaturas, excepto la ya esperada del expresidente Donald Trump quien este pasado martes confirmó su intención de regresar a la Casa Blanca.

Ya antes de que Trump hablase desde su residencia de Mar-a-Lago en el estado de Florida, el que había sido su vicepresidente, Mike Pence, trató de rechazar diplomáticamente una nueva candidatura del millonario neoyorkino al decir que los republicanos pueden tener -y tendrán- mejores opciones presidenciales.

Tenía mucha razón, aunque eso de mejores es como lo del cristal con cual se mira: ¿mejores para ganar, o para tranquilizar a los extremos del partido, o para unificar a los republicanos, o para algún otro objetivo de las diversas corrientes políticas en este gigantesco país, donde sus 350 millones de habitantes tan solo pueden escoger entre dos opciones políticas?

Con los pésimos resultados electorales de hace ya casi dos semanas, cuando los republicanos esperaban arrollar en las elecciones parciales y tan solo obtuvieron una ventaja mínima que les ha dado una mayoría en la Cámara de Representantes de tan solo un escaño por ahora, además de seguir en minoría en el Senado, es natural que reine el descontento.

Pero los demócratas, que se han felicitado públicamente por unas pérdidas mucho menores de lo previsto, tampoco andan muy animados -ni muy unidos: los próximos dos años serán de parálisis legislativa pues de poco les servirá tener la Casa Blanca y el Senado, si la Cámara Baja bloquea sus planes. Por otra parte, no hay de momento un candidato atractivo para la presidencia y el actual presidente Biden no descarta volver a presentarse, a pesar de su evidente senilidad y escaso apoyo popular.

Las diferentes tendencias del partido están totalmente alejadas y no parecen dispuestas a escuchar a sus correligionarios con diferentes opiniones. Es decir, la unidad brilla por su ausencia en ambos partidos y, lo que es peor, la gente se encastilla cada vez más en sus posiciones en todo el país -y el diálogo entre personas de diferentes persuasiones políticas es cada día más tenue.  Tampoco ayudan los medios informativos, tanto conservadores como progresistas, pues todos se muestran cada vez más inflexibles y tan solo informan de lo que sirve a sus convicciones políticas.

A todo ello se suman los medios de información alternativos que pueden florecer gracias a los avances del internet, con comentaristas independientes que abrazan posiciones cada vez más extremas, en una u otra dirección.

Como las diferentes ideas siguen unas líneas geográficas, las dos costas son cada vez más un bastión progresista mientras que el centro del país es crecientemente conservador. Por razones económicas, son interdependientes -los intelectuales y economistas de las costas han de comer lo que producen en las zonas agrarias y los campesinos han de vender en los grandes mercados nacionales y exportar a través de sus puertos. Ambos han de enfrentarse en una convivencia cada vez más difícil.

Por otra parte, la cuestión migratoria se genera en las fronteras y estados costeros como California y Florida, pero sus efectos se extienden a muchos estados del centro donde generalmente la actitud es más negativa ante los recién llegados que en ambas costas, cuya población más industrializad y rica necesita de mano de obra barata y abundante.

Así, mientras los residentes de Texas y los republicanos de todo el país exigen un freno a la entrada de indocumentados, que en los primeros 10 meses de este año superó ya los 2.5 millones de personas, el líder de la mayorá demócrata en el Congreso pide abrir las fronteras para compensar el escaso aumento natural de población en un país de natalidad baja como Estados Unidos.

Todo esto se suma a las ya existentes divisiones por motivos raciales, étnicos y culturales de una sociedad con un 14% de negros, 19 % de hispanos y 6 % de orientales, además de una quinta parte de la población que habla en sus casas un idioma que no es el inglés.

Faltan dos años para las próximas elecciones que incluirán la carrera hacia la Casa Blanca, pero sea cual sea el resultado y el atractivo de los candidatos, el país no promete grandes mejoras mientras continúen las divisiones que hemos visto desde la presidencia de Barak Obama: el primer presidente negro, elegido con un 53% de votos y por tanto amplio apoyo de la población blanca que es el grupo mayoritario, no materializó las esperanzas de unificar al país.

La situación empeoró con su sucesor Donald Trump, no porque sus márgenes fueran menores -tan solo el 46%- sino porque la sociedad estaba más dividida cuando llegó y los desacuerdos siguieron aumentando. Su personalidad polémica tampoco ayudó a suavizar las tensiones.

Biden obtuvo mejores resultados hace dos años, pero con el 51.3%, su margen fue muy escaso e inferior al de Obama.

Este escaso margen hizo surgir esperanzas de que siguiera una política integradora, pero ha hecho todo lo contrario pues parece impulsar las políticas más extremas de su partido. O quizá los que realmente hacen algo son sus colaboradores, de ser ciertos los rumores de su senilidad y de que su principal actividad es aparecer en público y seguir las instrucciones de su equipo.

En cualquier caso, la figura unificadora que muchos desean desde hace más de 15 años no se ha materializado y, de momento, no hay indicios de que un personaje semejante esté a punto de tomar las riendas, ni en el partido republicano cuyo único candidato declarado es por ahora Trump, ni entre los demócratas que se enfrentan a la inquietante perspectiva de una nueva candidatura de Biden.

Son unas condiciones que no debilitarán solo a republicanos o demócratas, sino a todos los norteamericanos, con las consecuencias en cadena que pueden afectar a tantas partes del mundo.

*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.