De momento, el cambio puede representar de hecho un mayor consumo energético. Así por ejemplo, un coche eléctrico no gastará gasolina, pero necesita seis veces más minerales que un vehículo de gasolina. (Foto: Fuente externa).

El plan ecologista de Biden, de eliminar la energía convencional y adoptar otra ecológica, implica mayores riesgos de contaminación a largo plazo y un alto costo para obtener los llamados “minerales de transición energética” como el litio, el grafito o el níquel, según datos de la Agencia Internacional de Energía.

Washington, Diana Negre*
Los ecologistas norteamericanos, como los del resto del mundo, se las prometen muy felices con el nuevo gobierno presidido por el demócrata Joe Biden, quien además cuenta con un Congreso de su mismo partido, porque hay ambiciosos planes en defensa del medio ambiente para reducir la contaminación producida por automóviles y la actividad industrial.

No es que los ecologistas de países desarrollados se preparen para una vida austera, pero sí confían en que sus exigencias obliguen a la industria a renunciar a las energías contaminantes: la prioridad la tiene ahora la ecología y la economía ha pasado a un segundo plano, a diferencia de la política seguida por el ex presidente Donald Trump.

Es difícil encontrar personas opuestas a las políticas ecologistas: aire puro, vecindarios limpios, cosechas sin fertilizantes peligrosos para el medio ambiente o la salud, son cosas que en general favorecen a todos.

El problema es que semejantes políticas, cuando uno lee los estudios de diversas instituciones internacionales, tienen escasas probabilidades de convertirse en realidad: no solo que su costo puede ser prohibitivo, es que las condiciones técnicas para lograr estos propósitos ecológicos no existen, o cuando existen, a veces se genera más contaminación para obtener los materiales sin carbono necesarios para la “energía verde” que la producida por los métodos tradicionales.

Los datos, poco alentadores, provienen de una entidad tan poco sospechosa de manipulación política como la Agencia Internacional de Energía, (AIE), una de las principales fuentes de información energética para los gobiernos de todo el mundo.

Estos datos llegan en el momento que el nuevo gobierno norteamericano presidido por Joe Biden se prepara a gastar varios billones de dólares para acelerar la transición a una “energía limpia”, es decir, no basada en carbono, sino en elementos no contaminantes como el viento, el sol o materiales que producen energía como el litio que se utiliza en las baterías de coches eléctricos o híbridos.

Y lo que esa agencia opina no es para animar ni a Biden, ni a los ecologistas norteamericanos o de cualquier otro lugar del mundo: la transición a una energía no contaminante pasa por materias primas que no están disponibles, que tal vez no lo estén en mucho tiempo, o cuya obtención tiene también un efecto contaminante.

Se trata de los “minerales de transición energética” como el litio, el grafito, el níquel y los llamados “minerales raros”: para obtenerlos es preciso desarrollar una minería cara y tal vez contaminante y, en caso de poder obtenerlos, sus precios se dispararían de 700 a 2400 % en los próximos veinte años.

De momento, el cambio puede representar de hecho un mayor consumo energético. Así por ejemplo, un coche eléctrico no gastará gasolina, pero necesita seis veces más minerales que un vehículo de gasolina.

Y las cosas no van camino de mejorar: En los últimos 11 años, el mundo aumentó en un 50% su consumo de estos minerales raros…pero con esto tan solo se logró incrementar el porcentaje de energía “ecológica” en un 10%.

Para Biden hay además otro problema, que es el factor tiempo: cualquier explotación minera tarda unos 16 años como mínimo hasta que empieza a dar rendimiento, mientras que el plan Biden prevé obtener una electricidad totalmente libre de carbón dentro de 14 años.

También hay un problema ambiental, pues según explica el informe de la AIE, la explotación minera de los minerales necesarios para eliminar el carbono, como son el litio y el cobre, requieren gran cantidad de agua, y además en regiones del mundo donde impera la sequía.

Una conclusión que se puede sacar fácilmente es que, si el mundo rico e industrializado consigue realmente reducir los efectos contaminantes de la energía que necesita para su bienestar, será a cargo y en detrimento de los países subdesarrollados.

*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.