No solo es Ucrania tres veces mayor y cuatro veces más poblada que Bielorrusia, sino que su nacionalismo es mucho más pasional, y cuenta también con el apoyo diplomático de Occidente. (Imagen: Fuente externa).

El problema para estos dos países (Bielorrusia y Ucrania) es que el equilibrio de fuerzas fente a Rusia es nulo.

Madrid, Valentí Popescu
Desde que llegó al poder (en 1999 y con intermitencias), el presidente ruso Vladimir Putin no ha cejado de buscar la reconstrucción de la gran potencia rusa de otrora. Para ello, la reintegración territorial de Bielorrusia y Ucrania son pasos absolutamente imprescindibles. Pero tanto Minsk como Kiev se resisten todo lo que pueden.

El problema para estos dos países es que el equilibrio de fuerzas es nulo. No solo es la Federación Rusa económica y militarmente abrumadoramente superior a Bielorrusia y Ucrania, sino que también el tiempo juega a favor de Moscú. Cuanto más dure el forcejeo mayor se hace el desequilibrio militar y económico entre los dos bandos.

En Minsk, los conatos de oposición de Lukashenko al abrazo ruso se evaporaron ante la doble presión moscovita. Económicamente, Moscú asestó un golpe mortal a las finanzas bielorrusas suprimiendo el precio bajo al que le vendía los hidrocarburos. Y terminó con las veleidades independentistas de Lukashenko estimulando una oposición que Minsk sólo puede reprimir ahora con el apoyo ruso. Hoy, Lukashenko – y con él, Bielorrusia – está a merced del Kremlin.

Ucrania, en cambio, es un bocado realmente indigesto para Putin (como lo fue para Stalin en los primeros años del régimen bolchevique a causa del rechazo del campesinado ucraniano de la colectivización de las tierras). No solo es Ucrania tres veces mayor y cuatro veces más poblada que Bielorrusia, sino que su nacionalismo es mucho más pasional, y cuenta también con el apoyo diplomático de Occidente. En este caso la subversión clandestina y la corrupción de dirigentes no le basta al Putin para volver a unir a Ucrania a la “madrecita Rusia”.

De ahí que el Kremlin haya optado por la vía dura, la de las fuerzas armadas. Ante la evidencia de que ningún país occidental está dispuesto a mandar a sus ciudadanos a morir por Ucrania, ni tampoco a pagar precios astronómicos por los hidrocarburos rusos, Moscú no ha dudado en apoyar descaradamente la secesión pro rusa del Donbass y a ocupar la ucraniana Península de Crimea y rusificarla con el asentamiento relámpago de cerca de 500.000 ciudadanos rusos. Las dos medidas no merecieron más castigo occidental que el de las reprimendas diplomáticas y unas sanciones económicas que hasta ahora no han conmovido mayormente a Moscú.

El panorama es muy inquietante para Kiev y se ha agravado aún más con las maniobras militares rusas de los últimos tiempos. Después de la masiva concentración de tropas en las inmediaciones del Donbass – en el este de Ucrania – el pasado verano, Rusia y Bielorrusia acaban de celebrar unas grandes maniobras militares conjuntas en las inmediaciones de la frontera ucraniana. Todo un despliegue de la tenaza que Moscú puede cerrar cuando lo crea conveniente sobre la Ucrania tozudamente independentista.

Un despliegue militar que, además, le ha evidenciado a Volodimir Zelenski, el presidente ucraniano, lo solo que esta su país ante el coloso ruso. A la petición urgente ucraniana de armamento pesado, la OTAN y la Unión Europea (U.E.) se han limitado a dar largas, no vaya a ser que se encarezca el gas ruso que tan imperiosamente necesita la Unión, con Alemania en primerísimo lugar.

Así y todo, la Ucrania de Zelenski ha incluido en su Constitución la voluntad de ingreso en la U.E. y OTAN. Porque ya se sabe, un desesperado se agarra hasta a un clavo ardiente…