El “me gusta” y el “retuit” son afrodisíacos al amor propio y ser trending topic la coronación magnificente del ego. En eso nos hemos convertido. Esclavos de la fantochería digital.
[:es]

“Quien no puede soportar el tener enemigos, no es digno de tener un solo amigo”. (Leopold Shefer).

Por José Luis Taveras*

Creo que nos equivocamos. Hemos venido llamando amigos a gente que no lo pretenden y tenido como enemigos a otra que no lo merece. Me parece que ambos conceptos deben ser repensados. Las tensiones ideológicas de hoy provocan duras resistencias. Saltamos de los prejuicios a la intolerancia. La reacción a los cambios que se baten en el mundo obliga a unos a aferrarse a sus ideas y a otros a arrinconarse en sus extremismos. Lo peor: esas tendencias se porfían frenéticamente en los espacios globales de interacción, como las redes sociales. A pesar de las reglas de uso y lenguaje de estas plataformas, no hay manera de disimular la tóxica humareda de odios y fanatismos que a través de ellas se escapa.

La controversia es la marca de los tiempos, pero con bases más emotivas que racionales. Eso es peligroso: oscurece la comprensión, enrarece la realidad y alienta los prejuicios, una combustión que aviva la violencia verbal que vivimos. Desde esa perspectiva, amigo es el que piensa, reacciona u opina como uno; el enemigo, todo lo contrario. La banalización semántica de esa antinomia no debe quedar así. Ambos conceptos son más hondos.

Considerar amigo a quien confirma mi autoestima es una pretensión trivial y egoísta; peor es tratar como enemigo a quien tenga visiones distintas o ajenas. Es que la mediocridad (o el fanatismo, que es la misma cosa) nos quiere ver así: uniformes, estandarizados y unánimes. Todo el que lo es quiere que el otro se le parezca. El deseo de la admiración se nutre del dócil eco de la manada. Y es que aspiramos a ser protagonistas sin historia y héroes sin hazañas. Las redes sociales nos acostumbraron al tributo gratuito rendido a diario por el “amigo” que no conocemos. El “me gusta” y el “retuit” son afrodisíacos al amor propio y ser trending topic la coronación magnificente del ego. En eso nos hemos convertido. Esclavos de la fantochería digital.

Según la RAE, el amigo supone un “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato” y el enemigo es la “persona que tiene mala voluntad a otra y le desea o hace mal”. Aceptar estos rangos tan “abstractos” de definición parece ilusorio para un mundo relativo, neuróticamente discrepante y poblado de trincheras ideológicas, en el que se invalida desde la superficialidad y hasta por morbo. Quizás convenga transarse por las nuevas acepciones de amigos y enemigos que propone el actual activismo de la opinión, pero no: amigos y enemigos son y serán nociones categóricas.

Me he considerado un antimachista radical. He presumido de esa condición con cierta ingenuidad. Ha sido una de las posiciones más ostentadas cuando me ha tocado hablar, aunque no sea el tema. Hace unos meses me tropecé en un evento con una activista a la cual no conocía, quien dijo despreciar “todo lo que escribía” por ser yo un impenitente misógino. Aturdido, le dije que me confundía. Se burló con insolencias y en tono altisonante. Con esta sentencia se despidió: “usted es un ignorante que se presume feminista victimizando a la mujer desde la cómoda visión patriarcal”. Me quedé atado por días al indeseado encuentro. Reflexioné y, después de releer lo que he escrito sobre el tema, comprendí a la señora: no lo hacía ideológicamente; no usaba sus estereotipos ni sus casillas, ni sus presupuestos. No hablaba el lenguaje envasado del feminismo doctrinario. Quizás yo entendía el fondo, pero ignoraba la retórica dogmática y en un mundo de tipos, sellos, casillas y sectas eso confunde. Después de averiguar su identidad la busqué en Twitter para seguirla y así darle mi razón, pero me había bloqueado “preventivamente”. Imagínese usted, ¡si defendemos la misma causa! ¿Y si no?…

El episodio no es aislado. Se replica, se reproduce, se viraliza, se universaliza. Vivimos la euforia de la contradicción compulsiva para opinar, criticar, juzgar y condenar. La razón es nuestra y del que piensa igual; quien no, es inservible o espurio.

La amistad no es una relación ideológica; tampoco se reduce a una afinidad superficial de pensamiento o intereses: es una condición entrañablemente humana que se sobrepone a esos accidentes. En ella lo central es el ser, cuyo bien se procura de forma desinteresada.
Nos hemos perdido en las breñas de la periferia, anulando con agravios la dignidad de otros por la apostasía de no pensar como nosotros. Cada quien se ha constituido en una célula de la Santa Inquisición en nombre de una democracia expresiva que paradójicamente impone la tiranía de la intransigencia. El prejuicio moral se antepone al juicio racional. Recuerdo a Umberto Eco: “La instancia ética sobreviene no cuando fingimos que no hay enemigos, sino cuando se intenta entenderlos, ponerse en su lugar”.

Frente a la concepción libertina de amigo que domina en la cultura del “social media”, prefiero al verdadero enemigo. Ese que refería Eco: “importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo”.

He vivido la fortuna de tener muchas personas que no aceptan mis creencias ni endosan mis opiniones. Pero aun más las que no comparten mis intereses. Desde la lógica situacionista de nuestros tiempos pudieran calificar como enemigos, sin embargo valen más que amigos por aquello que decía San Agustín: “Muchas veces los amigos nos pervierten al adularnos y, en cambio, los enemigos nos corrigen al insultarnos”. Pena del que no tenga enemigos; es una mala señal de carácter, una débil muestra de compromiso. Los enemigos aparecen con solo pensar distinto o actuar a nuestra manera. Para tenerlos basta defender una causa.

El hombre frágil no cosecha enemistades porque no siembra en carácter propio. Agradar atrae “amigos” y encomios momentáneos pero deja vacíos permanentes. Al enemigo se le respeta, se le considera y se le perdona. Jesús no dijo que no tendremos enemigos; dijo: “amad a vuestros enemigos”. Recuerdo al poeta y novelista alemán Leopold Schefer: “Quien no puede soportar el tener enemigos, no es digno de tener un solo amigo”.

*Abogado y escritor. Artículo publicado En Directo, Diario Libre, 12 de agosto, 2021.

[:en]“Quien no puede soportar el tener enemigos, no es digno de tener un solo amigo”. (Leopold Shefer)
Por José Luis Taveras*
Creo que nos equivocamos. Hemos venido llamando amigos a gente que no lo pretenden y tenido como enemigos a otra que no lo merece. Me parece que ambos conceptos deben ser repensados.
Las tensiones ideológicas de hoy provocan duras resistencias. Saltamos de los prejuicios a la intolerancia. La reacción a los cambios que se baten en el mundo obliga a unos a aferrarse a sus ideas y a otros a arrinconarse en sus extremismos. Lo peor: esas tendencias se porfían frenéticamente en los espacios globales de interacción, como las redes sociales. A pesar de las reglas de uso y lenguaje de estas plataformas, no hay manera de disimular la tóxica humareda de odios y fanatismos que a través de ellas se escapa.
La controversia es la marca de los tiempos, pero con bases más emotivas que racionales. Eso es peligroso: oscurece la comprensión, enrarece la realidad y alienta los prejuicios, una combustión que aviva la violencia verbal que vivimos. Desde esa perspectiva, amigo es el que piensa, reacciona u opina como uno; el enemigo, todo lo contrario. La banalización semántica de esa antinomia no debe quedar así. Ambos conceptos son más hondos.
Considerar amigo a quien confirma mi autoestima es una pretensión trivial y egoísta; peor es tratar como enemigo a quien tenga visiones distintas o ajenas. Es que la mediocridad (o el fanatismo, que es la misma cosa) nos quiere ver así: uniformes, estandarizados y unánimes. Todo el que lo es quiere que el otro se le parezca. El deseo de la admiración se nutre del dócil eco de la manada. Y es que aspiramos a ser protagonistas sin historia y héroes sin hazañas. Las redes sociales nos acostumbraron al tributo gratuito rendido a diario por el “amigo” que no conocemos. El “me gusta” y el “retuit” son afrodisíacos al amor propio y ser trending topic la coronación magnificente del ego. En eso nos hemos convertido. Esclavos de la fantochería digital.
Según la RAE, el amigo supone un “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato” y el enemigo es la “persona que tiene mala voluntad a otra y le desea o hace mal”. Aceptar estos rangos tan “abstractos” de definición parece ilusorio para un mundo relativo, neuróticamente discrepante y poblado de trincheras ideológicas, en el que se invalida desde la superficialidad y hasta por morbo. Quizás convenga transarse por las nuevas acepciones de amigos y enemigos que propone el actual activismo de la opinión, pero no: amigos y enemigos son y serán nociones categóricas.
Me he considerado un antimachista radical. He presumido de esa condición con cierta ingenuidad. Ha sido una de las posiciones más ostentadas cuando me ha tocado hablar, aunque no sea el tema. Hace unos meses me tropecé en un evento con una activista a la cual no conocía, quien dijo despreciar “todo lo que escribía” por ser yo un impenitente misógino. Aturdido, le dije que me confundía. Se burló con insolencias y en tono altisonante. Con esta sentencia se despidió: “usted es un ignorante que se presume feminista victimizando a la mujer desde la cómoda visión patriarcal”. Me quedé atado por días al indeseado encuentro. Reflexioné y, después de releer lo que he escrito sobre el tema, comprendí a la señora: no lo hacía ideológicamente; no usaba sus estereotipos ni sus casillas, ni sus presupuestos. No hablaba el lenguaje envasado del feminismo doctrinario. Quizás yo entendía el fondo, pero ignoraba la retórica dogmática y en un mundo de tipos, sellos, casillas y sectas eso confunde. Después de averiguar su identidad la busqué en Twitter para seguirla y así darle mi razón, pero me había bloqueado “preventivamente”. Imagínese usted, ¡si defendemos la misma causa! ¿Y si no?…
El episodio no es aislado. Se replica, se reproduce, se viraliza, se universaliza. Vivimos la euforia de la contradicción compulsiva para opinar, criticar, juzgar y condenar. La razón es nuestra y del que piensa igual; quien no, es inservible o espurio.
La amistad no es una relación ideológica; tampoco se reduce a una afinidad superficial de pensamiento o intereses: es una condición entrañablemente humana que se sobrepone a esos accidentes. En ella lo central es el ser, cuyo bien se procura de forma desinteresada.
Nos hemos perdido en las breñas de la periferia, anulando con agravios la dignidad de otros por la apostasía de no pensar como nosotros. Cada quien se ha constituido en una célula de la Santa Inquisición en nombre de una democracia expresiva que paradójicamente impone la tiranía de la intransigencia. El prejuicio moral se antepone al juicio racional. Recuerdo a Umberto Eco: “La instancia ética sobreviene no cuando fingimos que no hay enemigos, sino cuando se intenta entenderlos, ponerse en su lugar”.
Frente a la concepción libertina de amigo que domina en la cultura del “social media”, prefiero al verdadero enemigo. Ese que refería Eco: “importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo”.
He vivido la fortuna de tener muchas personas que no aceptan mis creencias ni endosan mis opiniones. Pero aun más las que no comparten mis intereses. Desde la lógica situacionista de nuestros tiempos pudieran calificar como enemigos, sin embargo valen más que amigos por aquello que decía San Agustín: “Muchas veces los amigos nos pervierten al adularnos y, en cambio, los enemigos nos corrigen al insultarnos”. Pena del que no tenga enemigos; es una mala señal de carácter, una débil muestra de compromiso. Los enemigos aparecen con solo pensar distinto o actuar a nuestra manera. Para tenerlos basta defender una causa.
El hombre frágil no cosecha enemistades porque no siembra en carácter propio. Agradar atrae “amigos” y encomios momentáneos pero deja vacíos permanentes. Al enemigo se le respeta, se le considera y se le perdona. Jesús no dijo que no tendremos enemigos; dijo: “amad a vuestros enemigos”. Recuerdo al poeta y novelista alemán Leopold Schefer: “Quien no puede soportar el tener enemigos, no es digno de tener un solo amigo”.

*Abogado y escritor. Artículo publicado En Directo, Diario Libre, 12 de agosto, 2021.
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