Por si todo esto no bastara, la debilidad operativa e institucional del Gobierno central es tal que de hecho toda Nigeria es una tierra de “tócame Roque”. (Imagen: Fuente externa).
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En el caso de Nigeria – como el de tantas otras naciones africanas – a las cruentas disputas por la riqueza se suman las confrontaciones ideológicas.

Madrid, Valentí Popescu
Los constantes brotes terroristas en la Nigeria de hoy en día se han explicado en clave racista, económica, religiosa, etc., pero la más plausible de todas es la historia reciente (1967/70) del país.

Y también la historia más lejana, porque las diferencias étnicas y culturales de los pueblos que viven en el gran país africano ( 924.000 km2 y 207 millones de habitantes, más de 3.000 etnias, 510 idiomas hablados ) siguen negándole homogeneidad a la nación y autoridad al Gobierno federal de Abuya.

Todo esto se ha visto agravado en grado sumo a mediados del siglo pasado por la riqueza petrolera, cuando el fin del colonialismo alumbró la pléyade de naciones africanas independientes. Cuando el poder no coincidía con las regiones petrolíferas, la respuesta habitual eran brotes separatistas. En el caso de Nigeria, fue la frustrada guerra de independencia de Biafra (en el sudoeste, mayormente cristiano y donde están ubicados los ricos yacimientos petrolíferos) que costó la vida a más de dos millones de personas y acabó con una derrota aplastante de los biafreños.

En el caso de Nigeria – como el de tantas otras naciones africanas – a las cruentas disputas por la riqueza se suman las confrontaciones ideológicas. La principal es la de los musulmanes del norte – hausa fulani, una de las tres mayores etnias de Nigeria, junto con los yoruba y los igbo -, pobres y con una economía mayormente pastoril – contra los agricultores del sur –yorubas, igbos e ibibios – , en su mayoría cristianos y animistas en las zonas más atrasadas.

Por si todo esto no bastara, la debilidad operativa e institucional del Gobierno central es tal que de hecho toda Nigeria es una tierra de “tócame Roque” en la que medran a sus anchas bandas delictivas comunes, organizaciones terroristas (como Boko Haram) que son cada vez menos políticas y más criminales, y populistas oportunistas que necesitan agitar las aguas para hacerse con una pizca de poder local. Es un marco socio-político ideal para que proliferen toda clase de movimientos centrífugos, algunos incluso con un auténtico sustrato patriótico o étnico. Pero estos últimos son apenas un puñado.

Las limitaciones del Gobierno federal son muchas, pero internacionalmente aún goza del reconocimiento general y así logró meses atrás e Kenia que el dirigente separatista biafreño Kanu – creador del PIB (Pueblo Indígena de Biafra) – fuera detenido en ese país y extraditado a Nigeria, donde el PIB está prohibido desde el 2017.

Pero si Abuya se apuntó este tanto, el tiro amenaza con salirle por la culata. Porque un juicio – con la correspondiente condena – de Kanu puede provocar nuevos brotes de violencia en Biafra y gestos de solidaridad en otras etnias sureñas, especialmente entre los yoruba que cuentan con las simpatías del Estado vecino de Benín, de abrumadora mayoría étnica yoruba.

[:en]En el caso de Nigeria – como el de tantas otras naciones africanas – a las cruentas disputas por la riqueza se suman las confrontaciones ideológicas.
Madrid, Valentí Popescu
Los constantes brotes terroristas en la Nigeria de hoy en día se han explicado en clave racista, económica, religiosa, etc., pero la más plausible de todas es la historia reciente (1967/70) del país.
Y también la historia más lejana, porque las diferencias étnicas y culturales de los pueblos que viven en el gran país africano ( 924.000 km2 y 207 millones de habitantes, más de 3.000 etnias, 510 idiomas hablados ) siguen negándole homogeneidad a la nación y autoridad al Gobierno federal de Abuya.
Todo esto se ha visto agravado en grado sumo a mediados del siglo pasado por la riqueza petrolera, cuando el fin del colonialismo alumbró la pléyade de naciones africanas independientes. Cuando el poder no coincidía con las regiones petrolíferas, la respuesta habitual eran brotes separatistas. En el caso de Nigeria, fue la frustrada guerra de independencia de Biafra (en el sudoeste, mayormente cristiano y donde están ubicados los ricos yacimientos petrolíferos) que costó la vida a más de dos millones de personas y acabó con una derrota aplastante de los biafreños.
En el caso de Nigeria – como el de tantas otras naciones africanas – a las cruentas disputas por la riqueza se suman las confrontaciones ideológicas. La principal es la de los musulmanes del norte – hausa fulani, una de las tres mayores etnias de Nigeria, junto con los yoruba y los igbo -, pobres y con una economía mayormente pastoril – contra los agricultores del sur –yorubas, igbos e ibibios – , en su mayoría cristianos y animistas en las zonas más atrasadas.
Por si todo esto no bastara, la debilidad operativa e institucional del Gobierno central es tal que de hecho toda Nigeria es una tierra de “tócame Roque” en la que medran a sus anchas bandas delictivas comunes, organizaciones terroristas (como Boko Haram) que son cada vez menos políticas y más criminales, y populistas oportunistas que necesitan agitar las aguas para hacerse con una pizca de poder local. Es un marco socio-político ideal para que proliferen toda clase de movimientos centrífugos, algunos incluso con un auténtico sustrato patriótico o étnico. Pero estos últimos son apenas un puñado.
Las limitaciones del Gobierno federal son muchas, pero internacionalmente aún goza del reconocimiento general y así logró meses atrás e Kenia que el dirigente separatista biafreño Kanu – creador del PIB (Pueblo Indígena de Biafra) – fuera detenido en ese país y extraditado a Nigeria, donde el PIB está prohibido desde el 2017. Pero si Abuya se apuntó este tanto, el tiro amenaza con salirle por la culata. Porque un juicio – con la correspondiente condena – de Kanu puede provocar nuevos brotes de violencia en Biafra y gestos de solidaridad en otras etnias sureñas, especialmente entre los yoruba que cuentan con las simpatías del Estado vecino de Benín, de abrumadora mayoría étnica yoruba.
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