El maestro Johnny Ventura, quien falleció a causa de un infarto en la República Dominicana.

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Por Rodolfo R. Pou 

Todas separadas por miles de kilómetros, una de la otra. Con mínimas o ningunas similitudes entre ellas. Ninguna en realidad, tenía mucho que ver con la otra. Los únicos denominadores éramos nosotros. Mami, mi hermana, abuela yo. 

Nos mudamos a un apartamento y al poco tiempo inicie la escuela en Shenandoah Elementary, ubicada en la Pequeña Habana. Y aunque hasta el día de hoy no sé cómo sucedió, sé que aún saber inglés, ingresé sin retraso en el primero de primaria.

Puede que fuera parte de algún programa de inmigrante, pero en realidad no lo sentía así. Allí aprendí a hablar en inglés en clase y a compartir en español con niños que luego identificara como cubanos y puertorriqueños.   

No tardé mucho en notar que esto no era mi país ni tampoco la ciudad de rascacielos que, hasta hacía unos días, llamaba casa. Aquí los timbres de voz y las palabras que utilizaban no eran las mismas mías. Aunque físicamente nos parecíamos, reconocía que, los niños eran de otro lugar que no era el mío. Pero no sabía distinguir la diferencia. Ni tenía la madurez ni comprendía que ellos podrían ser de otro lugar, como yo. No es normal para un niño criarse con otros diferente a él. Es incluso hasta mucho pedir, el que sean capaces de procesar eso. Solo los hijos de inmigrantes saben lo que eso significa y como se siente. 

¿Dónde está ese país? 

Recuerdo vivamente preguntarle a un niño, “¿por qué hablas así? A tu Mamá le dices Mima, no Mami, y a tu Papá le llamas Pipo, en vez de Papi.” Me respondió sabiendo exactamente que era. Me dijo que era cubano. Mirando entonces a quien luego resultara ser puertorriqueño, le miro y me dice que es un país. El niño cubano extiende la conversación y me pregunta de dónde soy yo, mientras retoza con la pelota. A lo que recuerdo responderle, “del mismo país que él”, señalando al niño boricua. A lo que este me afirma su descendencia, citando con el metal de voz que los caracteriza, arrastrando la “r”. Para mi asombro, a pesar de ser iguales a mí, éramos de lugares diferentes.  

En aquel momento les tocaría a ellos preguntarme, “¿entonces y tú, de dónde eres?”, a lo que respondo, “de Santo Domingo”. Su asombro y confusión sería una que tendría que aclarar por años. Durante esa primera mitad de los años ’70, e incluso hasta inicio de los ’80, aun no éramos muy conocidos, por raro que eso les parezca a muchos.   

“¿Santo Domingo?”, me respondió el niño cubano, casi de manera incrédula. “Si, de Santo Domingo” le dije. A lo que extendió su consulta solicitándome, “¿dónde está ese país?” 

Por más que le explicaba, incluso señalando que quedaba entre Puerto Rico y Cuba, él insistía en responder que solo Haití estaba entre ambas islas. Y en realidad, tenía razón. En los mapa-mundo de los ‘70, nuestro país no figuraba. Sobre la isla o a un costado decía Hispaniola y en otros casos Haití, nunca República Dominicana y menos Santo Domingo. Continuará……