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Por Rodolfo R. Pou
Comiendo y bailando
La comida y la música son los grandes escudos del inmigrante. Pues permiten que otros que desconocen tu origen, sean capaces de disfrutar de tu cultura, sin prejuicios o discriminación.
Tiempo después, los amiguitos cubanos que además eran vecinos en aquel edificio de pasillos descubiertos de la Calle 4 del sureste de Miami, compartíamos más en nuestras casas, que en la misma escuela.
Recuerdo que Mami, en su interés de traer normalidad a nuestras vidas, al año de vivir allí, optó por celebrarle el cumpleaños a mi hermana. Los vecinos y sus hijos vinieron. Unos exiliados políticos, otros económicos, todos inmigrantes.
Algunos se quedaban fuera del pequeño apartamento y solo entraban para agarrar algo que tomar o para bailar, antes de llegar la hora de cantar Happy Birthday y cortar el cake.
Cantamos, comimos y luego los adultos comenzaron a bailar con los niños. En el fondo sonaba “El Florón”, más bien conocida como “Solimán” de Johnny Ventura.
Y mientras zapateábamos vi como el amiguito cubano trataba de bailar mi música con su Mami. Le miré y le dije, “eso es merengue, es de Santo Domingo.” Sonrió. Y sin decirlo, el niño admitía que había algo muy especial en ser dominicano. Le sonreí de regreso, mientras en el fondo se escuchaba, “… ¡Por aquí pasó, Solimán! ¡Mira donde va, Solimán! …”
Antes de ayer recibimos la noticia que me remontó a este momento que comparto aquí. A un lugar y tiempo donde ser dominicano era desconocido. A un momento cuando no sabían de dónde era. Ahí, en ese momento como como en muchos otros y para otros, Johnny Ventura y su música, me ayudó a construir el puente que necesitaba para identificar y emitir mi identidad. Una herramienta que por décadas requeriría, cada día, fuera de la Patria.