El fenómeno en si ni es nuevo ni es exclusivamente africano, pero es casi dramático ver como el Continente de la población más joven y prolífica del mundo registra los mayores desniveles generacionales entre la minoría gobernante y la masa gobernada.
Madrid, Valentí Popescu
El Continente Negro (1.200 millones de habitantes, 54 naciones) es, estadísticamente, un mar de juventud en el que manda mayormente un puñado de viejos reviejos.
El fenómeno en si ni es nuevo ni es exclusivamente africano, pero es casi dramático ver como el Continente de la población más joven y prolífica del mundo registra los mayores desniveles generacionales entre la minoría gobernante y la masa gobernada.
Así, en Guinea y hasta el golpe de Estado de Mamady Doumbouya contra Alpha Condé el desfase generacional entre la edad del presidente y el promedio de la población era de 65 años; en el Camerún, de 69; en Nigeria, de 60. La situación inversa se dio en Austria hasta la reciente dimisión del canciller Sebastián Kurz – de 35 años -, donde el canciller era más joven que el promedio de edad nacional.
Esta situación político generacional africana tiene una singularidad más: las generaciones jóvenes de muchos países es social y políticamente muy activa, además de tener cada día un nivel de formación cada vez más alto, pero sigue sin apenas acceso al poder. Y aquí al decir poder hay que comprender tanto al gubernamental como – en muchísimos casos – también a la jerarquía de la oposición.
El paso rápido – en los últimos 50 años del siglo pasado – de las estructuras tribales de los territorios coloniales a la democracia de Estados independientes ha dejado muchas taras en las estructuras políticas, desde la corrupción y el menosprecio de los preceptos constitucionales (ante todo, la limitación del nº de reelecciones) hasta la querencia de establecer una continuidad dinástica del poder. Por ejemplo, como en el caso del Chad, donde al presidente Idris Déby, fallecido en combate, fue sucedido por su hijo Mahamat Idris Déby Itmo. Y en el 2001, en el Congo, el hijo del fallecido presidente Laurent Desiré Kabila, Jospeh Kabila, le sucedió en el cargo.
Todo esto podría ser anecdótico si no fuera porque el enquistamiento del poder en unas pocas familias acaba por entorpecer hasta la parálisis el desarrollo de las naciones africanas. La falta de futuro y la sensación de impotencia política generan unas fuertes corrientes migratorias dentro del propio Continente y fuera de él que provocan por doquier conflictos sociales de difícil solución.