Hay muchos motivos para el continuismo del desamor ruso-estadounidense. El primero y más profundo es mental; mientras Washington y sus dirigentes ven el mundo desde una perspectiva liberal/mercantilista, en Moscú el enfoque es autoritario/absolutista.
Washington, Diana Negre*
El punto álgido de la gira europea del presidente Biden fue el encuentro con Vladimir Putin en Ginebra y, como tantas veces que la expectación es máxima, las consecuencias fueron mínimas; mínima para no decir, ninguna.
En realidad, no decepcionaron los estadistas, sino que las esperanzas eran excesivas. Las esperanzas o, mejor dicho, el aparato propagandístico de las dos presidencias. Porque las premisas para una mejora de las relaciones bilaterales eran inexistentes. Pero si el encuentro pareció algo más que un saludo al sol es porque a uno y a otro – más a Putin que a Biden – la reunión les sirvió para lucirse ante los propios súbditos.
Pero el calendario político y el aparato propagandístico exigían gestos y palmaditas en la espalda y esto sí que lo brindaron con creces Biden y Putin en la bella ciudad suiza.
Hay muchos motivos para el continuismo del desamor ruso-estadounidense. El primero y más profundo es mental; mientras Washington y sus dirigentes ven el mundo desde una perspectiva liberal/mercantilista, en Moscú el enfoque es autoritario/absolutista. Esto era así antes de la II Guerra Mundial y sigue siéndolo también ahora, después de la desaparición del comunismo estalinista.
Y lo que sí ha cambiado – la coyuntura política mundial – no afecta las incompatibilidades ideológicas pero en cambio sí ha reducido el campo de maniobra de los dos Gobiernos. La Rusia de Putin es más pobre y débil que la URSS de Kruschev que se enfrentó a Estados Unidos en la crisis de los misiles de Cuba y los EE.UU. de Biden ya no son la superpotencia hegemónica del mundo.
Siguen siendo la mayor potencia militar de la Tierra, pero no tanto como para soñar con una “pax americana”. Además, la situación internacional se le ha complicado enormemente a la Casa Blanca al tener dos rivales que no se acaban de enemistar (China y Rusia) entre sí y unos aliados – Unión Europea y Gran Bretaña – que no se quieren identificar con los intereses estadounidenses.
Es un contexto que ha causado – por una parte – el casi inmovilismo político-militar de los últimos Gobiernos estadounidenses. Y, por otra parte, ha obligado al Kremlin a no pasarse de la raya en el tira y afloja con los EE.UU. Eso ha creado una situación irritante para la Casa Blanca y una frustración amargante para el Kremlin, pero ambos pudieron y podrán seguir conviviendo con ella.
El encuentro ginebrino de Biden y Putin se ha celebrado en el contexto de siempre. Quizá los asesores de ambos presidentes no han tenido tiempo suficiente para idear fórmulas que rompan este círculo vicioso; y quizá también es probable que no hayan tenido imaginación suficiente para hacer nuevos planteamientos.
Pero el calendario político y el aparato propagandístico exigían gestos y palmaditas en la espalda y esto sí que lo brindaron con creces Biden y Putin en la bella ciudad suiza.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.