- En el libro biográfico de Steve Jobs escrito por Walter Isaacson, él mismo confiesa que las pantallas de sus dispositivos móviles son negras y no de otro color porque en ellas se refleja el lado oscuro de la humanidad. Más cierto, imposible!
- La pregunta es, ¿por qué vivimos obsesionados con nuestras pantallas? Para que tenga una idea: desbloqueamos el celular unas 150 veces al día, lo que representa 1 vez cada 6 minutos.
Por Nelson Hernández
¿Por qué vivimos obsesionados con nuestras pantallas? Vemos reuniones en las que los participantes están más preocupados por lo que pasa en su dispositivo, que en la reunión misma. Almuerzos familiares donde nadie se presta atención por tener el rostro metido en las pantallas, y para rematar, con los auriculares incrustados en los oídos.
Hace unos años me tocó ser el orador principal en el Simposio Internacional de Publicidad en Punta Cana; el título de mi charla fue ‘Las redes que enredan’. En esta hablé de cómo las redes nos han cambiado y su impacto en nuestro negocio… a continuación le comparto, amigo lector, un fragmento de mi ponencia:
En el libro biográfico de Steve Jobs escrito por Walter Isaacson, él mismo confiesa que las pantallas de sus dispositivos móviles son negras y no de otro color porque en ellas se refleja el lado oscuro de la humanidad. Más cierto, ¡imposible!
La pregunta es, ¿por qué vivimos obsesionados con nuestras pantallas? Para que tenga una idea: desbloqueamos el celular unas 150 veces al día, lo que representa 1 vez cada 6 minutos.
Según reseña Forbes, lo que está pasando con la tecnología no es casualidad y, solo para que tengan una idea, la Universidad de Stanford (la cuna de muchos fundadores de las empresas tecnológicas más importantes del mundo) está ubicada en el centro del Silicon Valley por una razón: en ella se encuentra el mayor laboratorio de tecnología persuasiva donde los investigadores provenientes de todos los rincones del mundo, trabajan para mejorar la experiencia de navegación a través de imágenes y palabras que logren manipular lo que pensamos y hacemos.
Cuando usted abre una cuenta en una red, deja sus datos, edad, localización, estado civil, mails, forma de contacto y, al navegar a profundidad, está revelando sus tendencias de consumo las cuales se están segmentando en micronichos gracias a programas que analizan su psicología y forma de vivir. Google Analytics, por ejemplo, hasta escanea el movimiento de su ojo y cuánto tiempo se queda detenido en ‘x’ anuncio dentro de la web; luego, todos estos datos quedan guardado en un servidor que utilizan para vender a proveedores potenciales y generar contenidos acordes a su perfil… Nada en el mundo de los negocios es gratis, ni siquiera las redes sociales porque, en este caso, lo que le cobran a usted es el valor de su privacidad.
Retomo la pregunta: ¿Por qué vivimos obsesionados con nuestras pantallas? Vemos reuniones donde los participantes están más preocupados por lo que pasa en su dispositivo, que en la reunión misma. Almuerzos familiares donde nadie se presta atención por tener el rostro metido en las pantallas y para rematar, con los auriculares incrustados en los oídos. En resumen, estos dispositivos lograron hackear nuestra atención y comercializarla.
Aunque parezca cuento de espías, las redes y sus programadores cada vez más se especializan en crear efectos adictivos que conquisten la vulnerabilidad de nuestra mente y atención. Irónicamente, cuando vamos a comprar una camisa, por ejemplo, preguntamos sobre la marca, probamos su comodidad, analizamos si el costo vale la pena y si es razonable o si tiene calidad, sin embargo, cuando el producto es “gratis”, aceptamos alegremente firmar un contrato que nunca vemos para ser parte de un grupo social en la nube y así, estar a la moda.
Pregúntese esto: ¿Por qué querría una gran empresa multinacional, que invirtió millones en servidores, e-commerce, plataformas de videos y un sistema de correo electrónico global para que al final la usemos gratis?, ¿si no estamos pagando con dinero, de que otra manera cree usted que nos están cobrando el servicio?
El valor de nuestra autoestima puede que sea uno de esos cheques que estemos firmando sin darnos cuenta y, sobre todo, porque estas plataformas sociales le dan una importancia absurda y desproporcionada al aspecto físico y al cómo nos vemos ante los demás. Como las redes saben dónde está nuestra debilidad, aprovechan la fascinación que tenemos por espiar la vida de otros haciendo que haya más gente que comparta hasta lo más íntimo de su vida por buscar un “me gusta” o más seguidores y claro, monetizar el momento.
El contenido que vemos dejó de ser espontáneo y está convenientemente editado para poder captar nuestra atención de la mejor manera posible y, cuando comparamos la vida de esas personas con la nuestra, vienen los golpazos psicológicos brutales que a la larga nos hacen consumir el dinero que no tenemos, para comprar cosas que no necesitamos, para aparentar lo que no somos ante gente a la que no le importa. Lastimosamente es inevitable que se dé la comparación de estos falsos ideales con nuestra realidad.
La decisión de a quién seguimos y qué mostramos es clave para romper los efectos de este espejo distorsionado. Por si no lo sabía, los likes y follows son la moneda que usamos para comercializar la aceptación social, y cada uno de nuestros actos queda sujeto a la cuantificación pública de la cantidad de acciones que recibimos, y si esto no fuera poco, el resultado de ello es que empezamos a vivir la vida para mostrarla y no para disfrutarla. Ese es el abismo narcisista al que las redes nos metieron y del que, curiosamente, la mayoría del mundo no quiere salir.
¿Le pongo otro ejemplo? El deseo de amar y ser amado nos pone en una posición ultra vulnerable, en especial ante las aplicaciones de citas, las cuales están hechas específicamente solo para buscar y no para encontrar a la pareja ideal. ¿Quiénes son las primeras víctimas? Los adolescentes o aquellas personas que viven en soledad, aunque estén rodeados de amigos y familiares.
¡Tengan cuidado, padres, cuando permiten a sus niños exponerse tanto a las redes! Lo más triste es que hay quienes se sienten más orgullosos por cómo sus hijos manejan los dispositivos y la facilidad intuitiva que demuestran, que por el hecho de alimentar y desplegar sus habilidades sociales ante los demás, las cuales pierden a pasos agigantados por estar conectados a una red.
Este “chupete electrónico” está reemplazando el contacto físico, los juegos infantiles y los valores, porque es más fácil darle a alguien una pantalla que atención directa.
Publicado en el diario La Estrella de Panamá el 24 de julio, 2021.