La falta de trabajadores es tan grande que los empresarios se ingenian para atraer a los preciosos empleados que todos necesitan. Incluso les ofrecen residencias mediante programas especiales en que construyen casas de precio moderado y les ayudan a financiar la compra.

Biden y su gabinete son directamente responsables de la subida de precios de la gasolina, pues nada más comenzar su mandato cortaron oleoductos, cancelaron programas de extracción y refinado y persiguieron con saña a toda la industria petrolera nacional para cumplir con las promesas electorales de aumentar la protección ambiental. 

Washington, Diana Negre*

Desde que los colonos y aventureros europeos llegaron a estas tierras, Estados Unidos era el país de las posibilidades ilimitadas, un lugar de abundancia y oportunidades, tanto para empresarios, como para trabajadores y consumidores.

Todo esto parece lejano hoy en que a la abundancia la ha sustituido la escasez, con larga espera para obtener productos diversos e incluso hay falta de servicios médicos pues no hay personal suficiente para atender a los enfermos

Que en Estados Unidos falte mano de obra no es nuevo, ha sido desde el principio una condición crónica que ha motivado olas de inmigración de todas partes del mundo. Lo que es diferente es que ahora los puestos de trabajo no se cubren y que el otrora país de abundancia se halla sin artículos de consumo, suministros industriales y hasta materias primas.

Las causas de esta escasez son múltiples, desde una relativa bonanza económica que limita los deseos de la población de ponerse a trabajar, hasta la falta de transportes para importar mercancías, o los atascos en los puertos en que debería descargar.

Todo este problema empezó con las restricciones del Covid y, aunque la enfermedad está mucho más controlada y la población parece haberle perdido el miedo, las consecuencias económicas continúan sin que nadie parezca capaz de atajarlas.

Así, por ejemplo, en el puerto de Los Ángeles la congestión es tal que más de 20 barcos esperan fuera para poder descargar sus contenedores, algo difícil pues los muelles están llenos, hasta el punto de que las autoridades portuarias han alquilado terrenos para depositarlos.  Todo ello aumenta los gastos que pagan los importadores y el usuario final, pues el costo de mantener a los barcos fuera del puerto es muy elevado, como también lo es el alquiler de más espacio.

Este gasto adicional incide en los precios de consumo y contribuye a la falta de artículos

que las empresas norteamericanas antes podían abastecer a toda su población.  Ahora les falta la mercancía y, cuando la tienen, se ven obligados a subir los precios, lo que a su vez provoca la inflación mayor que el país ha tenido en más de cuatro décadas, lo que reduce la capacidad adquisitiva del consumidor, a pesar de fuertes subidas salariales recientes.

La falta de trabajadores es tan grande que los empresarios se ingenian para atraer a los preciosos empleados que todos necesitan. Incluso les ofrecen residencias mediante programas especiales en que construyen casas de precio moderado y les ayudan a financiar la compra.

La escasez la empiezan a notar los norteamericanos incluso desde que llegan al mundo, pues las fórmulas especiales para alimentar a bebés brillan por su ausencia en los supermercados. Es algo que provoca el natural descontento entre las familias jóvenes y se ha convertido en un caballo de batalla político: donde no parece faltar esta mercancía es en las zonas fronterizas a las que llegan decenas de miles de inmigrantes ilegales acompañados de niños, así que la oposición acusa al gobierno de desviar estos productos para satisfacer a la población de origen hispano y conseguir ventajas electorales.

Pero una de las cosas que más duele ahora atención atrae es el precio del combustible, que ha pasado de 85 centavos por litro de gasolina a 1.42 dólares.  Aquí, con grandes distancias y escasa densidad humana, los transportes públicos no son rentables y el combustible es un gasto inevitable que reduce el ingreso real de los trabajadores.

Biden y su gabinete son directamente responsables de la subida de precios de la gasolina, pues nada más comenzar su mandato cortaron oleoductos, cancelaron programas de extracción y refinado y persiguieron con saña a toda la industria petrolera nacional para cumplir con las promeses electorales de aumentar la protección ambiental.  Ahora, ante el descontento general, ha propuesto una solución que no gusta ni siquiera a sus seguidores, que es eliminar por tres meses el impuesto federal sobre la gasolina.

Se trata de un quiero y no puedo, toda vez que el impuesto representa solo 5 centavos por litro, cuando la subida ha sido de más de un dólar. Por otra parte, semejante medida aumentará todavía más la deuda, ya desbordada, del gobierno federal.

Para agravar sus problemas, el país está pasando por una etapa inflacionaria, la más alta de los últimos 40 años con subidas de precios superiores al 8%, que anulan todos los aumentos salariales. Y para rizar el rizo, el presidente y su secretario del Tesoro interpretan de manera distinta la situación, no solo en cuanto a sus causas sino también sus remedios.

Seguramente que esta es una buena explicación del derrumbe de la popularidad de Biden, de quien tiene una opinión desfavorable nada menos que el 70% del país.  Como estas encuestas también las ve él, ya ha anunciado que en 2024 no se presentará para renovar su mandato presidencial.

La falta de trabajadores es tan grande que los empresarios se ingenian para atraer a los preciosos empleados que todos necesitan. Incluso les ofrecen residencias mediante programas especiales en que construyen casas de precio moderado y les ayudan a financiar la compra.

*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.