Por mucho que en los países ricos y democráticos repugne la política rusa, a Moscú no se le puede poner como a un niño díscolo de cara a la pared y obligarle a volver al “buen” camino.
Washington, Diana Negre*
La frase de “no puede ser lo que no puede ser, y además es imposible”, encaja muy bien con la situación actual en Ucrania, los ataques rusos contra ese país y los intentos de Europa, Estados Unidos y sus aliados de castigar a Moscú y obligar a Rusia a volver al “buen camino”.
Muchos líderes occidentales se han creído su propia retórica y han colocado a Rusia en el lugar del tablero mundial donde quisieran tenerla, pero no donde Rusia está.
Porque Rusia no es un país pequeño, ni en extensión, ni en población, ni en recursos naturales, ni en poderío militar. Aunque su economía esté lejos de la eficiencia o del peso internacional de la Europa Occidental, Japón, Estados Unidos o la China, tampoco es insignificante y dependiente de otras economías o mercados. Por mucho que en los países ricos y democráticos repugne la política rusa, a Moscú no se le puede poner como a un niño díscolo de cara a la pared y obligarle a volver al “buen” camino.
Sus armas no parecen estar a la altura de los últimos avances occidentales y los resultados de sus ataques contra Ucrania han sido peores de lo que seguramente esperaban los líderes del Kremlin y temían los gobiernos occidentales. Pero su poderío militar sigue siendo superior en varias veces al ucraniano, ha sido y es decisivo en partes del mundo como Siria, con sus consecuencias buenas o malas -según donde se coloque quien analiza los hechos- imposibles de parar para sus enemigos y muy útiles para sus amigos.
Rusia es además sucesora -y antecesora- de la ya desaparecida Unión Soviética y sigue teniendo una influencia imparable sobre países que habían formado parte de la URSS, como Bielorrusia, o sobre Chechenia, o Georgia o Moldavia, por mucho que estos dos últimos parezcan deseosas de sacudir semejante influencia -pero saben que no pueden.
Y esta influencia no se limita a sus vecinos, sino que es manifiesta al otro lado del mundo, muy a pesar del coloso norteamericano, que no es capaz de controlar los regímenes con simpatías moscovitas como Cuba o Venezuela, ni el riesgo de que estos influyan en otros países de su continente, como Bolivia, Argentina, Perú y, posiblemente dentro de poco, Colombia.
A esto corresponde la frustración expresada recientemente por líderes europeos ante los resultados poco satisfactorios de sus sanciones contra Rusia: ni han conseguido ahogar al régimen de Vladimir Putin, ni los propios miembros de la Unión Europea están unidos en las acciones a seguir.
Unos, como Alemania, por las necesidades energéticas: ni el gas licuado que Estados Unidos puede venderle ni los esfuerzos ecologistas para obtener energía de fuentes no contaminantes y reducir el consumo, son capaces de atender las necesidades de su industria ni de calentar hogares y oficinas donde viven y trabajan 80 millones de personas. A diferencia de Francia, que ha diversificado su producción energética pues no ha abandonado las plantas atómicas, Alemania es un «paraíso verde” … pero con la paradoja de que no puede vivir sin petróleo ni sin gas.
Otros, como Hungría, porque tienen una mentalidad y aspiraciones diferentes a muchos países de la Unión Europea, con pocos deseos de castigar a Rusia y escaso interés en identificarse con ideales extendidos en el resto de la comunidad, desde relaciones interpersonales y nuevas definiciones de identidad sexuales, hasta la obsesión por eliminar fuentes de contaminación atmosférica.
La reciente cumbre europea terminó con los módicos resultados que era de esperar: tenía que conjugar las necesidades energéticas de todos con esfuerzos por mantener la unanimidad que se exige en las resoluciones comunitarias.
La decisión final era una prueba evidente de la necesidad de acomodar las exigencias de Hungría, al permitir una parte pequeña de exportaciones rusas de petróleo a este país, pero también una señal de que la situación actual llevará a modificar estructuras comunitarias, como la unanimidad del voto. De esta forma, Rusia habrá influido en las estructuras comunitarias, lo que demostrará su capacidad de influir en Europa, a pesar del rechazo general
Las condenas comunitarias tienen una eficacia limitada: Rusia tal vez se haya convertido en un paria, pero sus ingresos por petróleo no siguen de crecer y duplican los del año pasado. Y los países que no forman parte de las élites culturales y económicas siguen tan cerca de Moscú como antes. Tal vez ellos entienden que Rusia, independientemente de su posición en cuanto a derechos humanos y otras cuestiones importantes para los países occidentales ricos, es una gran potencia en territorio, recursos y armamentos y no una republiquita que busca su lugar en el mundo.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.